Históricamente, el país se encuentra en picada. Eso quiere decir, en términos coloquiales, que se cae desde hace mucho tiempo. Y por causas plenamente identificables. Las formas de acumulación de diversos tipos de capital de las élites tradicionales, de los poderes emergentes y de las capas medias altas hacen perder muchas veces el foco de la caída estrepitosa de esta sociedad. La denominada transición hacia la democracia, iniciada en 1985, fue cooptada por los grupos de poder. Los partidos políticos, de tendencias ideológicas antipopulares, dominan la escena política y canalizan los intereses de la clase dominante, del capital transnacional (legal o ilegal), de la geopolítica capitalista, de los capitales emergentes (legales o ilegales), de los cacicazgos locales y de los enriquecimientos individualistas.
Han sido siete los partidos políticos que han hecho gobierno en Guatemala desde 1986: Democracia Cristiana Guatemalteca, Movimiento de Acción Solidaria, Partido de Avanzada Nacional, Frente Republicano Guatemalteco, Gran Alianza Nacional, Unidad Nacional de la Esperanza y Partido Patriota. ¿Cuántas transformaciones cualitativas han ocurrido en 30 años? Ninguna. Porque acciones de gobierno no son necesariamente trabajos políticos en pro del bien común y de una política de Estado que cambie las condiciones sociohistóricas del país. ¿Qué es lo que hemos visto, recibido y sentido? Relaciones de poder y tácticas políticas encaminadas a las estrategias de la acumulación por medio de una forma estatal represora. No hay más.
Porque no debe confundirse el hecho de que algunas personas tengamos privilegios, por nuestras condiciones de clase o de estrato, por nuestras relaciones sociales o por elementos circunstanciales, con que Guatemala haya avanzado en superar sus contradicciones. Esto último no ha pasado, sino que ha sido más agudo en el telón de humo del neoliberalismo. Y así como los partidos políticos respondieron desde 1954 a una lógica de contrarrevolución, anticomunismo y nacionalismos desarrollistas, hoy la partidocracia se mueve en el contexto neoliberal, con sus núcleos oligárquicos correspondientes a la historia de esta sociedad. Anticomunismo incluido, por supuesto.
Algunas y algunos podrán argumentar que deben evaluarse los procesos de construcción de la democracia y de un Estado basado en los conceptos de lo moderno y de lo fortalecido. De hecho, verán algunos avances en distintos ámbitos. Sin embargo, las condiciones estructurales siguen en función de mecanismos de acumulación, y los términos conceptuales para moldear el Estado responden a los objetivos del neoliberalismo. Por ello, incluso votar se convierte en una acción individualista. Es decir, si bien es cierto que un voto debe ser individual, en este país eso se encuentra atravesado por el individualismo, ya que no se discute, no se debate, no se analiza el voto en colectivo. Y aparte, claro, porque las propuestas de nación o de naciones que se encaminan a un nuevo pacto social de los pueblos no entran en los planes de la partidocracia actual.
En ese sentido, la partidocracia guatemalteca (es decir, el poder de los partidos políticos y, por ende, el poder que tienen determinadas organizaciones políticas —nuevas o no— sobre otras) no proyecta nada transformador.
Desde los pragmatismos pueden decirme que vale la pena votar por quien, para mis intereses, sea menos contraproducente o que con aquella o aquel habrá tales y cuáles aperturas, agudización de contradicciones para derribar de una vez por todas el sistema y muchos etcéteras trillados. Algo así como: «Es lo que hay. Elijamos, entre lo peor, lo menos doloroso».
Como individuo articulado en las acciones colectivas estoy preparado para cualquiera de las dos opciones políticas que el sistema de acumulación deja para esta segunda vuelta electoral. Preparado, me refiero, para enfrentarlas. Porque, si bien es cierto que una es posiblemente más grave que la otra, al final de cuentas responden a la misma estructura de despojo y concentración de poder y capitales.
Como individuo articulado en acciones colectivas de debate y análisis me posiciono en no ir a legitimar el sistema en las urnas ni en ningún espacio. Que lo hagan otras y otros si así lo consideran o si en sus idearios la opción democrática significa emitir el sufragio cada cuatro años. Igual para el caso de pragmáticas y pragmáticos que ven en cualquiera de ambas candidaturas las opciones tácticas para estrategias inmediatas o a mediano plazo. Y quienes tienen intereses individualistas o corporativos empresariales con una de las dos opciones evidencian que son parte consustancial del poder y no merecen comentarios.
Mi opción es elegir otra ruta. Voto por que se abran los espacios de articulación popular, de intercambio dialógico, de debate fuerte, de construcción de caminos para plantear un nuevo pacto social. Para eso el camino elegido no pasa por las urnas. Porque soy consciente de las dos opciones que hay y no tengo ningún problema, como escribí algunos párrafos arriba, en enfrentarlas desde la lucha colectiva.
Yo voto por la transformación. Porque me pienso como individuo colectivo y perteneciente a una colectividad diversa, que solo puede transformarse cualitativamente en el sentido de país desde posiciones beligerantes e idearios e intercambios críticos. Un país de pueblos, y no un pueblo homogenizado. Y como voto por la transformación, desvío mi camino de las urnas para dirigirlo a las opciones de discusión permanente y de luchas.
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