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Las menores de edad, huéspedes del Hogar Zafiro I, observan al grupo de periodistas, policías y autoridades encima del techo de una casa adyacente a las instalaciones que acaban de abandonar. Simone Dalmasso

La fuga del Hogar Zafiro I «Sólo quiero ser libre»

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La fuga del Hogar Zafiro I «Sólo quiero ser libre»

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«Aunque nos hubieran tratado bien, igual yo me hubiera fugado de todas maneras, porque no es igual que estar con la familia».

Dos de la tarde. Diez adolescentes suben al techo del Hogar Zafiro I, ubicado en el centro histórico de la ciudad, a un costado del parque San Sebastián. Trepan por las láminas de los edificios contiguos, decididas a no volver al lugar donde, según orden judicial, llevan largo tiempo resguardadas de las amenazas recibidas.

Miradas vivas, rebosantes de la adrenalina generada en la fuga, en cuerpos de jovencitas a punto de cruzarse con la mayoría de edad, decidieron romper con su encierro. Alegan que en la casa hogar la comida siempre está fea, que la atención psicológica sólo se da a algunas y que odian a la administradora, la licenciada Jackeline Marroquín. Mencionan su nombre en repetidas veces para dejarlo claro. Sin embargo, cuando un periodista pregunta por qué quieren escaparse, una jovencita de 16 años, cuatro letras tatuadas encima del pecho izquierdo a la altura del corazón, se detiene los dos segundos que tarda su sonrisa en abrirse, radiante, para contestarle como a quien no sabe nada de la vida: «Porque quiero ser libre».

Abajo del techo de lámina de la casa colonial celeste donde las 10 jóvenes pasarán un par de horas, se acumula rápido un grupo constituido por policías, bomberos, periodistas, vecinos y algunos curiosos. No tardan en llegar los representantes de la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia de la República, y el diputado Aldo Dávila.

Después de la trágica noche de la quema del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en 2017, nadie quiere que el evento trascienda, menos que menos, que alguien se accidente en el intento de huir. Una de las diez ya tiene una mano cortada por la prisa en treparse a los techos.

Las jóvenes temen ser capturadas por la policía, por eso no bajan. Están dispuestas a pasar en el techo el resto del día. El oficial Alfredo Arias, de la Unidad de la Niñez y Adolescencia (DENA), de la Policía Nacional Civil, intenta una mediación rechazada a priori por las fugitivas.

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El diputado Dávila sube al techo para hacerse portavoz de las peticiones de las adolescentes y logra que la policía despeje el lugar. Mueven las unidades a una cuadra de distancia, frente a la entrada de la casa hogar, por la sexta avenida. Retiradas las fuerzas del orden vuelve el tráfico que ya nadie detiene, se suma a la confusión en una escena que, poco a poco, se está volviendo siempre más paradójica y exasperada.

El remate a este caos lo presentan las autoridades de la Secretaría de Bienestar Social. Primero, el secretario, Francisco Molina, hace su entrada triunfal ovacionado por las menores desde el techo: aprovecha las cámaras de la prensa, no se rehúsa en devolver calurosos saludos hacia arriba, antes de declarar vehementemente su compromiso con las jóvenes y defender las luchas del nuevo sistema de bienestar público que encabeza frente a las malas gestiones todavía presentes.

Antes de terminar el sermón, la trabajadora social, objeto de sus acusaciones y secretaria del sindicato de la misma institución, roba la escena gritándole, bajo los abucheos de las adolescentes. El pequeño circo mediático termina rápidamente con la salida de ambos protagonistas, el secretario dirigiéndose al Ministerio Público para poner denuncias en contra de los colegas.

Arriba, la situación no ha cambiado.

El diputado Dávila logra subir al techo y transmite su performance en vivo a través de las redes sociales. Las chicas, ya acostumbradas a dar declaraciones, vuelven a condenar la falta de atención en el hogar como justificación para querer abandonar ese lugar de reclusión y, repiten, donde algunas llevan viviendo varios años. Dicen estar hartas de los atrasos judiciales, que el visto bueno del juez para regresar a sus casas nunca llega. Quieren regresar, volver a tener una vida, a pesar de las causas que las llevaron a ser internadas en centros de protección como ese. Ya no aguantan más. Están dispuestas a dar números de teléfonos de familiares que, según las palabras del diputado, deberían llegar por ellas, siendo menores de edad.

Al final de los 13 minutos de intervención grabada por el diputado, una de las tres chicas que hasta aquel momento había contestado con firmeza y seguridad a las preguntas del político, baja la mirada hacia sus manos, cruzadas, asumiendo una postura infantil, lo suelta todo: «Y además, aunque nos hubieran tratado bien, igual yo me hubiera fugado, de todas maneras, porque no es igual que estar con la familia».

Abajo, el vacío dejado por las fuerzas del orden y los beligerantes funcionarios de la Secretaría de Bienestar Social crea las condiciones oportunas para que las fugitivas concreten su plan. Algunos vecinos y gente común apoyan con una escalera.

Norma Lucrecia Galicia, popularmente conocida como «La Pirulina», personaje del folklor capitalino respetada y admirada por las masas, recién llegada, exhorta a las chicas a levantar el ánimo, prender el vuelo y dejar de «meterse en cosas». Dice que ella pasó por todo eso y las entiende bien. Las chicas bajan y se van, corriendo, por la segunda calle de la zona 1, rumbo al Cerrito del Carmen. Desaparecen en un instante.

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