De Kamilo podemos decir que es verdad. Su nombre sí comienza con la ka de AK-47. No sabemos si fue cambiado o si así lo nombraron sus padres, pero ese nombre siempre estuvo ligado a cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad (ciacs). A pesar de ello, o quizá por ello, fue designado como viceministro de Seguridad del Ministerio de Gobernación por las mismas personas (o mejor dicho capos) que pusieron a Enrique Degenhart de ministro.
No nos extraña, pues, que, sabiendo previamente de su captura y rodeado de una gran comitiva de seguridad, hasta 60 personas asignadas, haya podido salir de su casa, llegar al ministerio en la sexta avenida y 14 calle, caminar por los pasillos, saludar a los policías y funcionarios, llegar a su oficina, recoger o destruir documentos que le interesaban, tomar un vehículo posiblemente oficial y desaparecer.
Este Kamilo ha sido una pieza clave de apoyo a Jimmy Morales (él sí se cambió el nombre), quien no lo recuerda como uno de los pocos funcionarios civiles que aparecieron atrás del presidente el día que pensaba allanar la sede de la Cicig y sacar por la fuerza al comisionado. Más tarde mintió descaradamente en el Congreso sobre el operativo de los jeeps donados.
Un día después, el Ministerio de Gobernación, a las siete y media de la noche, emite un comunicado en su cuenta de Twitter en el que «insta al licenciado» a presentarse ante el Ministerio Público. Y en ese momento, a pesar de ser el máximo responsable de la seguridad del país, de tener una orden de captura en su contra por ejecución extrajudicial, de estar fugado y, por supuesto, de no haberse presentado a trabajar, las autoridades del ministerio expresan que no «han recibido comunicación alguna del funcionario», es decir, que este no había sido destituido y que no iban a hacer nada para ejecutar la orden judicial. Además, maliciosamente le piden que comparezca ante el MP, cuando evidentemente debe hacerlo ante un juez de mayor riesgo.
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El cinismo no termina allí. En la misma cuenta oficial de Twitter, el miércoles 31, a la una y media de la tarde, se publica la carta de renuncia del «licenciado» sin que se haga ningún comentario al respecto. La carta de por sí es una joyita al estilo rococó burocrático tardío: aduladora, enrevesada, contradictoria, redundante, cínica, falsa e incomprensible, pero que sirve para mostrar claramente el enunciado principal en el que se basan todas las actuaciones del (des)gobierno de Morales.
No importa nada.
Kamilo Rivera se une a los Melgar Padilla y a Ovalle en ser protegido directamente por el «excelentísimo señor presidente constitucional de la República de Guatemala y comandante general del Ejército», que es como le gusta ser llamado en la intimidad a Jimmy (antes James Ernesto), quien así desvaría en una actitud cada vez más hostil hacia los ciudadanos y es protegido por las élites económicas y sostenido por el crimen organizado a través de un sistema político que procura la impunidad y en el cual se perdió la vergüenza. Ya no hay disimulos. Terminamos octubre con la certeza de que lo grotesco triunfó. Galdámez, referente literario. Arzú, santo criollo. Kamilo, héroe incomprendido. Carlos Vielmann, mártir del statu quo. Y, por supuesto, nosotros somos unos asquerosos muertos de hambre y resentidos por resistir.
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