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Smiley face

La pobreza no sólo es falta de dinero. La pobreza es falta de oportunidades. La pobreza es la distancia que hay que volarse a pata hasta llegar a la escuela más cercana. La pobreza es la condición en que se encuentra el camino para llegar a esa escuela, cuyo maestro, penosamente iletrado, dueño de una ortografía deplorable, llega un día no, el otro tampoco y el siguiente tal vez. La pobreza es un centro de salud desabastecido y sin la presencia de un médico permanente. La pobreza es la situación de desventaja ocasionada por nacer y crecer en un lugar así. La pobreza es robarle horas al sueño y salir más temprano de casa con tal de llegar a tiempo, marcar puntual la tarjeta y evitar causas de despido. La pobreza es no tener trabajo ni contar siquiera con un patio con tres o cuatro gallinas cluecas, no digamos ya una parcela mínima donde poder sembrar maíz, frijol, ayote, chile; lo necesario para alimentarse. La pobreza es tener que bajar año con año del altiplano a las fincas de la costa y partirse el lomo trabajando a cambio de salarios que insultan el juicio y machucan la dignidad. La pobreza es trabajar en la casa del patrón y comer de las mismas sobras que les dan a los chuchos. La pobreza es detestar tu trabajo, hacerlo nomás porque no queda otra; de lo contrario te morís de hambre. La pobreza es un merolico alzando la voz, intentando hacerse oír dentro del hacinado bus del mediodía, afanándose en engatusar a los pasajeros con su labia hiperbólica, su timbre chillón, impostado, su traje roído, marchito, brilloso de tanto plancharse, el corazón en la garganta por la incertidumbre y el estómago hecho un nudo porque no ha probado desayuno. La pobreza es ignorancia. La pobreza es no saber que se cuenta con derechos inalienables. La pobreza es no poder decidir cuántos hijos quiero tener. La pobreza es no tener con qué alimentar la boca de los hijos que tengo. La pobreza es seguir una dieta a base de Pepsi y de Tortrix en menosprecio de la tortilla con frijoles y el atol. La pobreza es orfandad. La pobreza es carecer de Estado, o más grave aún, es la certidumbre tantas veces reiterada de que ése Estado, cuando aparece, sólo aparece para reprimir. La pobreza es votar por el que te regala una gorra, una playera o un delantal, porque en última instancia no hay a quién creerle y entonces da lo mismo Chana que Juana. La pobreza es miedo. La pobreza es no atreverse a denunciar un abuso físico, una agresión sexual, una explotación laboral, pensando ¿para qué?, si me va a ir peor. La pobreza es vivir a tres menos cuartillo y aun así verse obligado, semana tras semana, a pagar extorsión y evitar así el riesgo de amanecer el día menos pensado con una bala incrustada en la cabeza. La pobreza es no tener dónde jugar, dónde ejercitarse, dónde respirar aire puro, dónde divertirse sanamente, dónde convivir sin amenazas. La pobreza es no tener un patio, un jardín, un gimnasio, una cancha de básquet, un bosque, un parque, un salón social en kilómetros alrededor. La pobreza es no ser capaz de imaginar algo más que una vida de mera supervivencia. La pobreza es no saber quién es tu papá, o saberlo muy bien y aun así desear que esté lejos. La pobreza es una mamá que se queja constantemente: “maldito el día en que quedé embarazada de vos”. La pobreza es no tener a nadie que te quiera, ni tener a nadie a quién querer. La pobreza es tener que decidir entre morir o matar.[1] La pobreza es ver, en el submundo de las maras, la salvación que te resguarda y te coloca arriba, en la punta de la pirámide darwiniana del barrio bravo donde naciste y del que sentís que nunca vas a poder salir. La pobreza es que te discriminen por tener tatuajes, por ser negro, por ser indio, por ser mujer, por ser gay, por ser trans… o por varias de las categorías anteriores, juntas. La pobreza es vacío. La pobreza es ausencia. La pobreza es inercia. La pobreza es dar por hecho, sin cuestionarlo, que los niños tienen más prerrogativas que las niñas, que el rol del hombre es mandar y el de la mujer es obedecer, que el único fin de la sexualidad es la procreación, que el sufrimiento es virtud y que el placer es un vicio, es shuco, es malo, es pecado. La pobreza es no sentir. La pobreza es la imposibilidad de relacionarse con las emociones, propias y ajenas, porque hay que ser bien macho, o aparentarlo. La pobreza es alienación. La pobreza es despreciar la propia identidad y aspirar por novelería, imitativamente, a ser lo que no se es, a tener lo que no se tiene, a usar lo que otros usan; con tormento, por imposiciones del entorno. La pobreza es salir expulsado, dejarlo todo atrás, irse con el alma partida en dos, caminar en el filo de la navaja, padecer asedio, persecución y vejámenes, atravesar un desierto y llegar a otro país donde nos sos bienvenido y del que de todos modos, tarde o temprano te deportan porque sos ‘ilegal’. La pobreza es, asimismo (en un sentido más amplio, subjetivo, paradójico), tener posesiones pero carecer del tiempo o de la salud o de la tranquilidad para disfrutarlas. La pobreza es no poder vivir en paz por estar resguardando todo lo que se tiene. La pobreza es ausencia de libertad (lo que sea que ésta signifique). La pobreza es pasar la mitad de la vida bajo llave dentro de cuatro paredes y no salir a la calle porque afuera “es muy peligroso”. La pobreza es conocer mejor y tener más contacto con el guardaespaldas que te lleva al colegio y con la muchacha que te sirve la comida que con papá y mamá. La pobreza es el sinsentido, la angustia, la depresión, el desasosiego, los deseos de acabar con todo de una puta vez. La pobreza es una cajita de ansiolíticos en la mesa de noche, para lidiar con el insomnio que no da tregua. La pobreza es un libro de superación que nos negamos a leer porque sabemos que no va a resolver nuestros más recónditos y graves conflictos personales. La pobreza es tener que estirarte el cuello, inyectarte los labios, retocarte las patas de gallo; operarte la nariz, los brazos, el abdomen, la vagina; implantarte bodoques de silicón en los glúteos, en las tetas; y hasta hacerte blanquear el ojo del culo; todo con tal de seguir gustándole a tu marido y evitar lo inevitable: que te ponga los cuernos. La pobreza es acabar quemándole el rancho vos a él también, por desquite, como queriendo emparejar las cosas, y llorar a solas, amargamente, porque nada de eso te devuelve el honor ni te hace feliz ni te borra ese aspecto grotesco, como de actriz porno en fase de declive. La pobreza es buscar el amor y encontrar sólo sexo, cuando lo hay. La pobreza es ser rico y aun así sentirse desamparado.

 

[1] Un adolescente de 16 años, amotinado en el centro correccional para menores Las Gaviotas, zona 13 de Ciudad de Guatemala, declaró que su traslado ahí fue por asesinar a un piloto de autobús para ingresar a la Mara 18. Era eso, o le mataban al hermanito. Aseguró que la mayoría de los niños de su barrio ya son miembros de la pandilla; y los que no, o están bajo tierra en el cementerio, o viven en la calle.