Eso es la publicitada (por intereses comerciales y por ranking en los medios) Caravana del Zorro, que ha producido muertos, caos vehicular, aprovechamiento de los politiqueros y últimamente vandalismo.
En el 2015, estando en el Departamento de Investigaciones del Centro Universitario de Occidente de la Universidad de San Carlos de Guatemala, en Quetzaltenango, escribí el siguiente texto, cuyo título encabeza el presente artículo, que fue publicado en algunos medios y que hoy transcribo para tener una visión temporal de un evento que año tras año provoca más problemas que transformaciones religiosas.
«Se pregunta en un chiste clasista que refleja la desigualdad en Guatemala: ¿qué hace un rico en su moto camino a la Antigua Guatemala? La respuesta es: va a desayunar. ¿Y qué hace un pobre en su moto en la Antigua Guatemala? La respuesta es: está repartiendo comida rápida.
»Sale al tema porque, viajando un sábado a la capital, en un restaurante en Patzicía había una gran cantidad de enormes y costosas motos, cuyos propietarios iban enfundados en lujosos trajes de cuero negro y en una gran cantidad de aditamentos que los adornaban en su camino a la capital para participar en la Caravana del Zorro. La mayoría de los conductores eran hombres, que además lucían orgullosos a su acompañante: una bella mujer, de catálogo, esbelta, con cabello claro (pintado o natural), perfumada, maquillada y con ropa ad hoc.
»Al otro día fue impresionante ver la cantidad de motos de lujo, que eran la mayoría, cuyos precios sobrepasan el de un carro de mediana calidad y que son utilizadas solamente los domingos en las carreteras, en microcaravanas y a velocidades exorbitantes, para que sus propietarios, por lo menos una vez a la semana, respiren aire puro y contacten con la ruralidad pobre y excluida del país.
»En la inauguración de la caravana abundaron los discursos religiosamente correctos, y uno que otro político también aprovechó las cámaras y los medios de comunicación para buscar elevar su audiencia trasmitiendo imágenes de la Guatemala no pobre, la que nos presentan a diario, de forma audiovisual y por escrito, los medios capitalinos: la Guatemala de la que habla el presidente de la república y su vicepresidenta como un país “rebonito”, apoyados por la educación alienante y por la cultura dominante. Vi a conocidos no católicos, a políticos corruptos, a jóvenes y a viejos profesando una fe distante de la realidad cotidiana, pues al otro día las calles de la capital lucían saturadas de motocicletas con dos o más pasajeros haciendo malabares entre el tráfico denso de la capital, llevando a sus hijos a la escuela o a la esposa al trabajo, enfundados algunos en sus viejos chalecos naranjas y uno que otro con un casco viejo, exponiendo su vida ante el caos vial y la inseguridad: escenas que nos ponen los pies en la tierra.
»Estas mujeres acompañantes reflejan más la realidad de la población: morenas, no altas, muchas de ellas gorditas, con el cabello limpio, no pintado, y no maquilladas. Este grueso de la población no tiene ni tiempo ni dinero para ser zorros y zorras, como se denominan los de la caravana. A lo mejor solo llegan a ser zorrillos con pretensiones de subir algún día en la escala conceptual y estructural. Mientras tanto, sobreviven en esta jungla urbana desordenada, sucia, pobre, donde la mayoría no encuentra consuelo ni alivio a sus males en los hospitales ni empleo digno y permanente para miles y miles de jóvenes de a pie, que se gradúan todos los años para engrosar las filas de la informalidad, del desempleo o de las pandillas en última instancia.
»Seguramente los zorros y las zorras de la caravana no se percataron de que iban a pasar por San Agustín Acasaguastlán, El Progreso, que junto con otros tres municipios pobres son el objetivo de la élite empresarial y política para rebajar el salario mínimo a casi la mitad, con lo cual a lo único a que aspiran los zorrillos es a verlos pasar, como hemos visto pasar la historia colonial sin reaccionar, ya que en esta jungla socioeconómica estamos bien amaestrados».
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