Zona roja

En el aire se respira ese ambiente de violencia contenida y desatada, esa pesadez de incertidumbre más fuerte que los desacertados pronósticos del tiempo.

Zona roja es la ciudad y el campo. Es un lugar común: tienes miedo si las puertas no están bien cerradas, si quedan abiertas, si alguien extraño toca a tu puerta, si aún tu vecindario no está cercado por los alambres de la concentración autoelegida.

Zona roja es el trayecto a tu trabajo en la mañana, al mediodía o por la noche. Si vas a pie caminas rápido, con el bolso pegado a tu cuerpo, tus sentidos alertas y sientes angustia si oyes unos pasos presurosos tras de ti. Entonces disminuyes la velocidad, esperas a que pasen uno, dos, los que sean que como tú, también van sintiendo ese miedo y esa desconfianza, que como tú van viendo de soslayo y hacen breves movimientos de cabeza para no perder el ritmo alcanzado, dando gracias porque hoy no les tocó ninguna bala perdida, ser víctimas de un ladrón o de un marero.

Zona roja es dentro del bus en el que te subes con resignación porque no tienes alternativa. Piensas en cómo será o fue tu día,  en tu familia, en que quieres llegar pronto a tu destino y bajarte y que no te pase nada en este viaje ni en el que te resta. Ruegas porque quieres llegar a casa pronto, sin mayores sobresaltos, sólo con el estrés cotidiano de la violencia.

Zona roja es ir en tu carro. Porque si quedas en la línea del semáforo, de pronto alguien te pide el celular amenazándote con una pistola a través del vidrio, desconfías de quienes piden limosna, limpian vidrios en las esquinas, piden dinero en nombre de instituciones que sabes inexistentes, de mujeres con sus niños, de ancianos de miradas tristes y derrotadas, de hombres que nacieron con la mitad del cuerpo y no tienen ni siquiera una silla de ruedas, de vendedores de flores o plataninas, de quien se acerque a ti, a tu seguridad mentida. Temes un secuestro, una violación, la infracción injusta, el robo de la gasolina que te dan inexacta, el paso de los motoristas suicidas, el camión que aparece de improviso y se mueve en zigzag como si la calle fuera una autopista. Temes al que se atraviesa imprudente bajo la pasarela, al policía que salió con la consigna de cumplir con su cuota diaria de multas. Eso sin contar con que temes que te roben el carro si lo dejas estacionado en una calle, en un parqueo, que lo choquen sin que te des cuenta y, peor aún, si te percatas y sabes que no puedes hacer nada.   

Zona roja es dentro de tu casa. Puedes esconderte en el baño, en el sótano, en la azotea, pero sabes que si quieren entrar, entran. Aunque haya garita de seguridad y circuito de televisión, aunque se hayan extremado las medidas con los visitantes, con los empleados, con los guardaespaldas, con la policía.

Zona roja es la calle donde transitas, el cielo gris que te ve. El aire contaminado que respiras, la falta de expectativas, la carencia de empleo, de vivienda, de hospitales y medicinas, de justicia, de equidad.

Zona roja es  la impunidad, la violación a los derechos humanos, la discriminación, la falta de educación, el menosprecio a los trabajadores, a los maestros, la evasión de impuestos, la pobreza, la desnutrición infantil, la falta de protección al ciudadano de a pie.

 Zona roja, zona sitiada de violencia, Guatemala: tu país, mi país.