Me gusta la definición que dice que el feminismo es una ideología y un conjunto de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Algo simple y directo: hombre y mujeres, seres humanos por igual, no tendríamos por qué tener derechos distintos.
Debo confesar que no me atrae o entusiasma mucho el activismo feminista cuando se enreda en discusiones de forma, luchando por cambiar las normas sintácticas del lenguaje, por ejemplo, peleándose por sustituir el artículo “los” por “las y los”, o cosas por el estilo. Más interés me despiertan debates como la adopción de reglas de participación femenina: por ejemplo, un mínimo del 50 por ciento de mujeres en el Congreso de la República, el gabinete de gobierno o la junta directiva de una empresa.
No obstante, este me parece un feminismo aún muy abstracto. La discriminación es un fenómeno cotidiano y doméstico. Así, puedo adoptar un discurso en pro de la participación de las mujeres en la política, pero en mi hogar puede que sea un macho que se siente con el derecho que las mujeres me sirvan y atiendan.
A menudo medito en el rol tan insoportablemente pasivo y ajeno que en nuestra sociedad tienen los padres. Parte del mismo mal es la discriminación laboral contra la mujer: el padre funge como proveedor (el rol “importante”), y la madre como criadora (el rol “operativo”). Tan cierto es, que esta situación desequilibrada está fielmente reflejada en nuestra legislación.
Sin embargo, la situación económica en Guatemala y en el resto del mundo hace insostenible este esquema familiar machista. Hoy la economía requiere que la mujer trabaje: el hombre debe luchar en su trabajo, y la mujer tiene problema doble, luchar en su trabajo y criar a los hijos.
Por naturaleza, la mujer es quien debe desempeñar la mayoría de las funciones biológicas de la reproducción. Esta suerte de lastre se intentó mitigar con derechos especiales: la legislación laboral guatemalteca establece los periodos prenatal y postnatal sólo a la mujer.
Quizá porque me crió un padre ejemplar, si yo tuviese hijos ciertamente quisiera tener un rol más activo en su crianza y educación. Por supuesto que no puedo amamantar a un bebé, pero eso no impide que juegue un rol activo en su crianza y educación.
Pienso que el derecho al permiso laboral postnatal puede compartirse entre los dos padres. Si se trata de una madre soltera, pues naturalmente lo goza solo la madre. Pero si ambos padres están presentes, el permiso podría arreglarse entre los dos, con preferencia para la madre durante el periodo de lactancia. Y ojo, este esquema abona a la eficiencia económica porque el patrono de ella también ganaría, al tenerla más tiempo en su trabajo, distribuyendo más uniformemente los costos financieros del surgimiento de una nueva familia. Y si la madre no trabaja, el padre podría exigir su derecho de permiso postnatal, la mitad del periodo máximo, por ejemplo.
Esto no es ninguna novedad, ni mucho menos una locura desenfrenada proveniente de un feminismo fanático. Este tipo de arreglos ya son ley vigente en muchos países.
Pienso que este sí que sería un campo real y cotidiano para ejercer la igualdad de derechos. Las mujeres trabajadoras reducirían los costos de oportunidad de ausentarse de su trabajo para criar a los hijos, precisamente porque ese costo es compartido y asumido en parte por su compañero. Los hombres no podemos dar de mamar, pero podemos cambiar un pañal tanto como las mujeres. ¿No le parece?
No se trata de esquemas ideales, sino de relaciones más balanceadas en los derechos que los hombres y las mujeres gozamos. Quisiera que las organizaciones feministas guatemaltecas orientaran sus esfuerzos a atender problemas muy concretos, con incidencia doméstica y cotidiana. ¿Una iniciativa de ley para reformar el Código de Trabajo en una línea como la que esbocé acá?
Pero temo que en Guatemala estamos aún muy lejos de un avance semejante. Sólo piense, ¿Cuántos hombres guatemaltecos están dispuestos hoy por luchar por su derecho de ausentarse de sus labores para ir a casa a cambiarle el pañal a su bebé?
Más de este autor