Le respondí que no. Luego él dijo que no importaba, que fuera a recoger a alguien que había perdido el autobús de transbordo desde una parada principal. Puso las llaves del auto en mi mesa y, sin dejarme hablar, se marchó de prisa.
Si se hubiera quedado, habría escuchado que no sabía manejar carro, solo motocicleta.
La jefa de personal era durísima con quienes llegaban tarde, así que agarré las llaves y salí corriendo. En el parqueo le pedí a un chofer que sacara el carro de retroceso. Yo no podía. Me fui con muchísimo miedo y precaución. Recogí a la persona que debía y en el camino de regreso recogí a varias más. A partir de aquel día, todas las mañanas hacía un recorrido de rescate, pues el bus era irregular. Yo trataba el carro con toda la delicadeza que me era posible. Marcha suave, cambios con mano de seda, frenado fino. Sentía una enorme responsabilidad por el carro y los pasajeros.
Esta historia salió de su cofre al pensar en el tema de las oportunidades. Si escribiera cada una que me dieron en la vida, saldría una lista enorme. Se requirió que confiaran en mis capacidades y valores. Por eso estoy convencido de que todo el mundo merece una oportunidad. Detenga la lectura y medite un poco en las veces que pidió y recibió una oportunidad. Recuerde las veces que se la negaron. Reflexione en lo que hizo con cada oportunidad que le dieron.
Es fácil perder la fe en las personas. ¡Pueden ser tan ingratas y desagradecidas!
Hay personas que actúan de mala fe al pedir oportunidades. Muchas de ellas no saben que se les reconoce la pluma desde lejos y que, si se les da una oportunidad, es por una cuestión de principios. A pesar de las decepciones recibidas en mi vida (algunas muy costosas), sigo pensando que el mundo sería mucho mejor si no les negáramos oportunidades a quienes las necesitan y, en particular, a quienes las merecen.
Pensemos en las personas que nunca han recibido una oportunidad y que hasta son culpadas por ello. Allí están los niños con desnutrición crónica, condenados a vivir en terrible desventaja intelectual y económica aun antes de aprender a hablar. Los profesores, compañeros, amigos y adultos que los consideren idiotas o incapaces deben saber que la diferencia entre esos niños y ellos es que a unos les negaron una oportunidad mientras que a otros se la dieron. Tan simple como eso.
Si negar oportunidades es malo, arrancarlas es criminal. Es peor todavía si se hace con los más débiles o con personas en situación desventajosa o sin capacidades para defenderse. No podemos arrancar a otros la oportunidad de vivir, de crecer, de educarse, de experimentar felicidad y hasta de aprender de sus errores.
¿Recuerda la regla de oro? Esta se expresa de manera positiva o negativa con igual significado: «debemos hacer por los demás lo que nos gustaría que hicieran por nosotros», o bien «no hagamos a otros lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros».
Contrario a la creencia popular, la regla de oro no viene del cristianismo. Se encuentra en muchas religiones anteriores y posteriores a este. Es decir, es un valor universal, independiente de religiones e ideologías.
Demos oportunidades cuando esté en nuestras manos. No tenemos que otorgar cada oportunidad que nos piden (pienso en los abusadores violentos y manipuladores que lloran pidiendo a la pareja una nueva oportunidad). Habrá quienes han desperdiciado las oportunidades una tras otra en el trabajo, en los negocios, en las relaciones. No se trata de ellos: busquemos, creemos, cedamos oportunidades a quienes no las han tenido y no paguemos con ingratitud las oportunidades recibidas.
No imagino qué sería de mí si en el camino no hubiera encontrado tantas personas que otorgaron oportunidades. Espero no haber defraudado a ninguna de ellas.
No necesitamos consumir bibliotecas de autoayuda, religión o moral. Bastaría la comprensión de la regla de oro en el dar y en el recibir. Esto haría que la vida tuviera sentido para todos.
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