Junto con la expropiación a Repsol, la noticia que ha rebotado por todos los medios de la región es la disculpa del Rey de España. Don Juan Carlos ha lamentado que le hayan atrapado con las manos en el rifle, no solo por lo mal que se ve hoy en día asesinar por el puro gusto ―aún cuando la sociedad permita y financie la existencia de rescoldos del feudalismo― sino porque mientras se la pasa de lo mejor, España está sumida en una gravísima crisis económica que está cercenando el estado de bienestar de la gran mayoría de su población.
Me he recordado de aquel estribillo que uno cantaba de niño y que dice: “y como vieron que resistía, fueron a llamar a otro elefante”. Los instrumentos y las instituciones que equilibran los pesos y contrapesos de una nación, son esa telaraña que permite a la sociedad aguantar los choques económicos, políticos y sociales. Pero le hemos puesto a cargar con elefantes muy pesados, que además han tendido a engordar y multiplicarse entre sí: la pobreza, la desigualdad y la injusticia social, el clientelismo político, el negocio particular a costa del Estado y su sumisión al interés y beneficio de unos cuantos.
Le pongo unos ejemplos. Vea usted que en Panamá convive lo ostentoso de sus centros comerciales y sus megaproyectos de carreteras con universidades públicas en ruinas y jóvenes de asentamientos sin educación, cuyas vidas transcurren viendo pasar carros desde la banqueta. Mientras la economía ha crecido en promedio 8% en los últimos 10 años, también ha crecido la informalidad en el empleo y la desigualdad. Y como vieron que resistía, ahora el gobierno ha entregado en concesión la construcción de obras públicas, cuyo costo se sabrá al final de la misma y dependerá de lo que reporten los contratistas.
En Costa Rica, la clase media comienza a tener un rostro muy diferente a la que edificó aquel pacto de garantías sociales acordado a mediados del siglo pasado. En los últimos años, el Estado tico no da la talla para financiar el modelo de acceso universal a la educación, salud y seguridad social. La reforma fiscal se ha postergado tanto como en Guatemala ante los argumentos de que los impuestos son buenos y no distorsionan la economía cuando los paga otro. Las zonas francas, las maquilas y algunas grandes cooperativas, como Dos Pinos, gozan de privilegios fiscales aún cuando sus utilidades marchan muy bien. Y como vieron que resistía, después de una ofensiva mediática que terminó con la salida de altos funcionarios, la reforma fiscal del ISR y del IVA se ha venido abajo en un momento en que el país debe lidiar con un déficit fiscal cercano al 5% del PIB, y con años de magras inversiones públicas.
En Honduras, el golpe de Estado de 2008, continúa cobrando factura a las instituciones en general, pero muy especialmente sobre el Ejército y la policía. Las últimas investigaciones judiciales dan cuenta de que dentro de la policía existen grupos de sicarios y extorsionistas. Y como vieron que la sociedad resiste, con una oposición social fragmentada y sin mucha incidencia en los medios, los políticos toman vacaciones en Miami y se concentran en avanzar con la propaganda para las primarias dentro de sus partidos. Ya se repiten los anuncios con el mismo deslucido y trillado eslogan que debe leerse entre líneas “luchar contra la corrupción (del otro partido) y combatir la pobreza (de sus allegados)”.
En Guatemala, la marcha campesina ha oxigenado la sangre de una sociedad en donde la lucha por los derechos humanos es una lucha tildada abiertamente hasta de “terrorismo”. En este país se concentra el mayor número de pobres e indigentes de la región y compartimos también el vergonzoso primer lugar en desnutrición y trabajo infantil. No, no es por ser el país más grande de Centroamérica. Tenemos esas cifras como resultado de un modelo social en el que unos cuantos han decidido que la mitad de nosotros tiene solo derecho a sobrevivir. Y, como vieron que resistía, el gobierno actual con su programa de competitividad y su corta visión económica, continuará dando privilegios fiscales a quien no los necesita, sonriéndole a la tradicional oligarquía y a los explotadores de recursos naturales.
¿Cuántos elefantes puede soportar la telaraña social? La historia parece indicar que a menor democracia y mayor desigualdad, la telaraña se hace más débil. Aún los países europeos, con su tradición democrática están llegando a los límites. Prueba de ello son los disturbios en sus principales ciudades, el movimiento 11M y, aunque penoso, sus suicidas. ¿Qué le deparará entonces a Centroamérica?
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