El mundo antiguo había logrado realizar reflexiones brutales a partir del análisis del cuerpo biológico. Allí hay un concepto de igualdad que toca tanto a hombres cómo a mujeres. Si bien la mujer libre en Atenas no tomaba parte en la deliberación de la plaza pública y era relegada a la casa, en la cama, se entendía que podía gozar de la misma forma que el hombre sin necesariamente orientarse exclusivamente hacia la procreación.
De acuerdo a Richard Sennett en Carne y Piedra: “El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental: ´…. la práctica de la sexualidad era un acto intrínseco de la buena ciudadanía. El erastés y el erosmenos frotaban sus penes mutuamente, siempre de pie.... porque de pie también se llevaba a cabo la participación en la asamblea y se hacía la guerra. En esa posición , dice Esquines, mantienen relaciones sexuales como conciudadanos; .... mientras que relación sexual con la mujer obligaba a someter y doblar el cuerpo de la fémina para ser penetrada analmente.”
De allí entonces, la comprensión de su “natural“ desigualdad en el mundo antiguo.
Y sin embargo, para el mundo el griego, la ilustración anatómica no hacía diferenciación sexuada entre hombre y mujer, por difícil que esto pueda parecer. La estética de lo erótico en el mundo griego no tiene la misma profundidad que la reflexión teórica sobre la diferenciación sexuada. Este aspecto es constantemente recalcado por Thomas Laqueur en su maga opus: La construcción del sexo.
De acuerdo a la reconstrucción conceptual que Laqueur realiza sobre los escritos aristótelicos ( o equivocadamente atribuidos a él) que dictaminan principios anatómicos (delinean y normativizan el cuerpo con respecto a las diferencias físicas) hay poca o nula diferencia en términos sexuales entre el hombre y la mujer. La cuestión es la siguiente y está basada en el uso del término griego kaulos. El término está implícito tanto para para referir a la ´parte interior de la vagina´ (tou gynazkewu azdmu, o la parte íntima de la mujer), así como al prepucio en el varón alrededor del glande". De acuerdo a Lacqueur, antes del siglo I a.C, el término kaulos se utiliza para tubo y para pene, aplicando de igual manera al conducto interno de la vagina que conduce al útero. Llegado el siglo I a.C., Celso usa el término caulis (tallo) como una forma alterna del kaulos, pero lo cierto es que tanto semánticamente como conceptualmente, la idea de un ´tallo´ o ´tubo´ en la anatomía humana es una constante del pensamiento griego. Pero incluso, mucho tiempo después de la época de oro de las polis ateniense, se mantendría el punto común de aceptar que las mujeres tenían los mismos genitales que los hombres. Para sustentar lo anterior, Laqueur nos provee de otra maravillosa cita al pie con referencia a Nemesius, Obispo de Emesa en el siglo IV de la era cristiana, quien afirma que los geniales masculinos y femeninos son los mismos con la diferencia que "los suyos están en el interior del cuerpo y no en el exterior” . Reproduzco la fase completa atribuida a este obispo cristiano:… " aunque son de sexo diferente, en el fondo son como nosotros, porque los estudiosos más doctos, saben que las mujeres son hombres vueltos del revés".
Esto es perfectamente constante con el mito platónico de la creación, en el cual hay un origen común del hombre y de la mujer. Basta recordar la cita tan conocida del Banquete que refiere al mito del andrógino: ´… “En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen, y uno tercero compuesto de estos dos, el cual ha desaparecido conservándose sólo el nombre. Este animal formaba una especie particular, y se llamaba andrógino, porque reunía el sexo masculino y el femenino; pero ya no existe y su nombre está en descrédito”.
De esa cuenta entonces, es posible notar que el primer intento de masculinizar la diferenciación sexuada se encuentra precisamente en las categorías léxicas griegas. No es tanto un problema de la economización planteada por Foucault en cuanto a la emisión de fluidos externos tanto en el hombre y en la mujer al momento del orgasmo. Dicho sea de paso, por ello el acto sexual para el hombre toma un valor económico en razón de la pérdida de energía-escasez del semen y posteriormente autores como Derridá articularán la noción de la petite mort.
El planteamiento es, (en línea si muy foucaultiana) hacia los criterios introducidos discrecionalmente por vía del poder médico de herencia helenística. En este sentido, el gran culpable es el anatomista y médico Alejandrino Herófilo. Ha sido él (de acuerdo a la reconstrucción de ideas que hace Lacqueur) quien concibe la vagina como un pene interior, los labios como el prepucio, el útero como escroto y los ovarios como testículos. Herófilo utiliza para referir a los testículos masculinos el vocablo griego orcheis, vocablo que también utiliza para el concepto ovario porque este concepto no existe semántica y conceptualmente hasta bien entrado el siglo XIX. Herófilo había llamado de forma análoga didymoi (gemelos) a los ovarios, que resulta es otra palabra griega común para designar los testículos. El modelo ´hombre-mujer´ sustentado por Herófilo suponía también que., “las trompas de Falopio –los conductos espermáticos que nacen en cada testículo, crecían en el cuello de la vejiga como hacen en los hombres los conductos espermáticos”.
A final de cuentas, lo que vale la pena notar – de toda esta ´árida discusión´ es que, no sería posible expresar las diferencias entre hombre y mujer en retóricas radicalmente diferentes si la ciencia moderna no se hubiera atrevido a cuestionar los mitos griegos para establecer distinciones biológicas claramente observables.
Y de allí, teorizar hacia las posiciones diferenciadas y construidas sobre la identidad subjetiva.
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