Desde ese rol de observador, he contrastado los problemas que se viven de uno y otro lado de “las clases sociales”, como diría Arjona: desde la supuesta comodidad del conductor, o desde las penurias y problemas del ciudadano de a pie.
Como conductor, el problema principal es las cada vez más congestionadas vías de acceso y el peligro que representa los muchos conductores que constantemente se “pasan de listos”, con tal de avanzar más rápido en el tráfico, no importando si con ello arriesgan la vida de todos. La violencia, la intransigencia y la falta de cortesía son sólo algunos de los problemas específicos que vivimos quienes conducimos un vehiculo en esta “selva de asfalto”.
El ciudadano de a pie, por el contrario, le preocupa otras cosas: la falta de cortesía de muchos conductores, los cobros excesivos en los buses rojos -los “tomates”-, la imprudencia de muchos pilotos de bus que no esperan a que baje el peatón, los autobuses atascados y la falta de educación de los ayudantes, que sin miramientos gritan, agreden y empujan.
Este artículo está dedicado a una conversación que casualmente pude captar en uno de mis viajes como ciudadano de a pie.
La escena gira en torno a la actividades cotidianas de cada una de las protagonistas: dos mujeres, una con un puesto de pollos fritos, y otra vendedora de ropa, cuentan los malabares que tienen qué hacer para obtener un poco de ganancia: evitar los ladrones, pagar las extorsiones, sobrellevar a las diversas autoridades estatales y municipales, y en consecuencia, pagar alguno que otro “favor” para que no empiecen a inventarse requisitos y problemas. Una frase, sin embargo, me llamo la atención:
“La envidia es el principal obstáculo”, cuenta una de ellas.
“Hay sí, todos piensan que uno gana mucho, si supieran todo lo que uno tiene que pagar a tantos lados para sobrevivir”
“Si, por eso yo todos los días me encomiendo a la Sangre de Cristo para que me libre de todo mal”.
¿Emprendedoras, pero a la vez conformistas y resignadas? Por mi mente se encendió la luz.
Ésa podría ser una de las explicaciones del subdesarrollo en Guatemala: la insolidaridad y el canibalismo que impera, la envidia que carcome a muchos. El que seamos un país de tantos contrastes sociales y desigualdad explicaría fácilmente la envidia.
Recordé entonces cuando compre mi primer carro nuevo, hace ya varios años: no pasó más de una semana antes de que apareciera el “primer rayón” casual, el primer portazo de algún automóvil vecino. Luego del tercer incidente, mejor dejé de encerar y dejar presentable el automóvil, y ¡Oh sorpresa! Disminuyeron ostensiblemente los incidentes, hasta que finalmente desaparecieron.
Muchas veces he sido testigo de esta perversa lógica de agresión, especialmente, entre guatemaltecos de diferente origen: la costumbre del conductor, que irrespetuosamente acelera en el charco enfrente del desvalido peatón, dejándolo bañado en agua sucia; o el peatón, que de forma deliberada, pasa con una moneda rayando de punta a punta el vehículo que parece más nuevo o más costoso.
¿La moraleja del cuento? Me parece que la tarea pendiente más urgente de esta sociedad es sentar las bases solidaridad y respeto para que nos reconozcamos como integrantes de una misma familia llamada Guatemala.
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