Pagar en línea los impuestos, hacer transacciones bancarias, adquirir artículos diversos, escuchar música, ver películas, conseguir información y acercarnos a una inmensa variedad de recursos son posibles gracias a un simple clic. Sin duda, en estos tiempos de pandemia y de restricción de movimientos por carreteras, calles y avenidas, la mágica red ha sido un apoyo esencial alrededor del planeta. Hago hincapié en el presente, pero llevamos un par de décadas con el auge electrónico.
La internet facilita muchas cosas, por supuesto para quienes tienen acceso a ella, pues, a pesar de su crecimiento continuo, todavía quedan al margen segmentos sociales significativos. Por ejemplo, según el deficiente censo de población y vivienda presentado en 2019, en nuestro país apenas el 29.3 % utiliza ese servicio. Otras fuentes ofrecen mejores datos, aunque de igual forma registran números bajos.
De cualquier manera, disponer de computadora o de teléfono móvil, otros aportes de la tecnología, y a través de ellos de internet, propicia que las personas lleguen con celeridad a sus objetivos, marco en el cual las redes sociales refuerzan la comodidad de abrir puertas de interacción. Internet y redes sociales son, si no la panacea, sí el vehículo para perseguirla y en algunos casos para encontrarla, como el año pasado, cuando en el pico de la covid-19 circularon mensajes con la cura de esa enfermedad.
A propósito de esto último, si bien la internet y las redes sociales son baluartes de desarrollo, no debemos ignorar que estimulan peligros. Y es que muy bien por potenciar la dinámica diaria, pero muy mal cuando motivan cantos de sirena sin que el receptor tenga la protección que recibieron los guerreros del mítico Ulises. Líneas arriba resalté información porque en la red pulula lo contrario: desinformación y, en términos conspirativos, contrainformación. Asimismo, las bondades que traen para la educación son relativas. Adicionalmente, en estos días la polémica por WhatsApp y la invasión a la privacidad equivalen al descubrimiento del agua azucarada.
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Vale recordar, o dar a conocer, que la internet es consecuencia de un proyecto militar del Gobierno de Estados Unidos impulsado al inicio de la Guerra Fría. Conforme evolucionó, lo captaron las universidades, que la enfocaron hacia la academia. Después irrumpieron los reconocidos genios informáticos que uno tras otro emulan a la hechicera Circe al cautivar públicos que, con cada conexión en Facebook, Twitter, Instagram, Telegram, etcétera, sin querer queriendo brindan detalles de preferencias, amistades, costumbres y demás. Por ello no es casualidad que las redes sean escenarios para manipular y confundir no solo desde la perspectiva comercial, sino principalmente desde los intereses de los grupos de poder, para lo cual surgen los netcenters.
Otro punto para el análisis está en la educación, y no por la complejidad entre virtual, digital o electrónico. Ocurre por el exceso de uso recreativo de la tecnología en desmedro de la calidad formativa. En ese sentido, es oportuno leer en BBC Mundo cómo la niñez y la adolescencia están padeciendo los efectos de la dependencia de los dispositivos electrónicos.
Más preocupante resulta la alerta que lanza el artículo cuando vislumbra un aumento de las desigualdades sociales. «La orgía digital induce una progresiva división entre una minoría con todas las opciones para pensar y reflexionar sobre el mundo y una mayoría con herramientas cognitivas y culturales limitadas, incapaz de actuar como ciudadanía ilustrada. […] Los Alpha asistirán a costosas escuelas privadas con maestros humanos verdaderos, mientras que los Gamma irán a escuelas públicas virtuales con apoyo humano limitado», afirma al comparar los hechos con una obra de Aldous Huxley.
Reitero que las herramientas electrónicas son valiosas y necesarias, pero deben manejarse con criterio porque no todo lo que brilla es oro. Y es que, si en ellas únicamente se ven luces, el Robot B9 no dudaría en gritar «¡peligro!, ¡peligro!» al prevenir caídas en las oscuras redes de las noticias y datos falsos o incorrectos, así como una manipulación más amplia que cuando el analfabetismo era mayor.
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