Sin embargo, nos podemos preguntar, ¿ese humanismo y preocupación originaria por los indios, funda así mismo un horizonte tendente a perfeccionar las estrategias de poder de la empresa colonizadora?
La hipótesis que propongo es que el proyecto filosófico lascasiano es una frontera política de la que se engancha no solo la legitimación del desarrollo del poder pastoral sino igualmente, el desarrollo de las estrategias de sometimiento de los indios durante la Colonia. Esto puede considerarse incluso sabiendo que las Casas defendió el estatus de propietarios de los indios y habló de que los españoles corrompían a las culturas que había en América con sus vicios, sus arbitrariedades y violencia, por un lado. Por el otro, promovió también la colonización por medio del evangelio, que se constituye en la ontología que monopolizarían en adelante los buenos y modernos occidentales.
Uno de los elementos que ha conducido, entonces, a exaltar acríticamente los juicios lascasianos se ha basado en el solo hecho de pensar en la posibilidad de una justa retirada de las tierras que a los españoles no les pertenecían. La idea misma fue considerada tan absurda en el siglo XVI como es considerado absurdo por las élites contemporáneas pedir a los finqueros en Guatemala que abandonen las tierras usurpadas desde finales del siglo XIX, con las que consolidaron el régimen liberal vigente. En el fondo la pregunta más importante es ¿por qué es un absurdo pensar en ello?
Ante la previsible negativa de los españoles de abandonar las tierras nuevas, la deliberación lascasiana se trasladó a prever un mecanismo mediante el cual se les proteja a los indios, en forma alguna, del radicalismo extremo innombrable de la violencia seglar, documentado en las Relecciones de Indias.
La interrogante que continuó, no siguió siendo entonces si se había de abandonar las tierras de los indios ya que eso es algo “impensable”, sino cómo se podría aprovechar de la mejor forma esas tierras pero particularmente a ese caudal de indios, potencialmente trabajadores, sin causarles un daño demasiado severo, de modo que pudieran ser usados durante mucho más tiempo. Es decir, no fue cuestionado el fundamento aristotélico con el que Vitoria justifica el dominio de los españoles sobre las tierras nuevas y sus indios (algunos son siervos por naturaleza, para quienes es mejor servir que mandar) sino que se disputa únicamente el supuesto de que eso sea suficiente para legitimar la violencia seglar al mismo tiempo que es diseñada la piedra angular del poder colonial basada en la idea de la “evangelización pacífica”.
Lo anterior puede ser verificado con los proyectos de Cumaná y la Verapaz, que promueve Las Casas, orientados a desarrollar un modelo de evangelización pacífica de los indios. Ambos sirven de base para la configuración del modelo del pueblo de indios que en poco tiempo se convertiría en el bastión central del poder entre los siglos XVI-XIX. En el fondo, ¿se trata de un modelo pacífico de evangelización y protección de las almas puras o de un modelo alterno de dominación colonial? ¿Cuál es o en qué radica la diferencia entre un modelo pacifista de evangelización y uno guerrerista en los albores de la razón moderna?
Este proyecto filosófico y político, si bien denuncia los excesos de la violencia seglar y la guerra justa de pensadores como Vitoria o Sepúlveda, sirve de propelente de otro tipo de violencia de mucho más largo aliento y por lo mismo más efectiva, basada en una idea de paz, protección e integración de los indígenas al modelo de “los más fuertes”. Con la colonización pacífica, entonces, por primera vez en la historia de Occidente, la preocupación gira en torno no de la permanencia del bárbaro del lado de la exterioridad, tampoco de su eliminación, sino de la forma como este trasciende lo más rápidamente posible al lado de la inmanencia del dominio político. Pareciera que en uno de esos rincones de la historia se encuentra el arcano de la modernidad multicultural liberal.
Más de este autor