¿Son incompatibles los viejos liderazgos y los nuevos abordajes de los problemas sociales? ¿Podemos resolver viejos problemas con nuevos abordajes?
Un viejo liderazgo no es lo mismo que un líder viejo. Me refiero a aquel líder que es ciego a la realidad y aborrece el cambio y la innovación, por lo que su actuar no es más que una continua reproducción de viejas memorias, viejos males y uno que otro trauma. Viejos liderazgos son todos aquellos que aseguran que el racismo o la desigualdad social y económica (por mencionar algunos) no son más que ficciones inducidas. Como el de Trump, quien, ignorando la realidad, defiende públicamente que el calentamiento global es una farsa.
Para todos ellos, ideas como políticas de inclusión, el establecimiento de cuotas de género y de grupos minoritarios en las instituciones públicas, estudios de género, educación multicultural o educación en ciudadanía global no son más que ruido en sus agendas. Además, no hay que olvidar el rechazo que los viejos liderazgos expresan hacia la juventud.
Resulta difícil entender cómo un país tan joven (más del 50 % de su población es joven, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística) carece de la representación de la juventud en los distintos espacios del sector público. Por el contrario, nuestros gobiernos se han caracterizado por ser dirigidos por viejos liderazgos que no solo están lejanamente desvinculados de la juventud, sino que sistemáticamente han impedido que esta pueda acceder a los diferentes espacios público-políticos.
Entonces, ¿son incompatibles los viejos liderazgos y los nuevos abordajes de los problemas sociales?
No, claro que no lo son. Al menos no en su relación ontológica. Sin embargo, sí son incompatibles cuando los viejos liderazgos suponen que los problemas son estáticos. Así como la coyuntura y la complejidad de los problemas se transforman, así también lo hacen los abordajes de dichos problemas, pues de otra manera se lucha con un monstro de infinitas cabezas. He allí la lógica de los procesos de reforma constitucional o de cualquier otro instrumento legal. O, en una escala mayor, de la sustitución de los objetivos de desarrollo del milenio (ODM) por los ODS, ambos impulsados por Naciones Unidas.
Cuando se ignora lo anterior, los problemas se tornan crónicos y cada vez requieren de más y mejores respuestas, las cuales no existirán hasta que se perciba su necesidad, que los viejos liderazgos prefieren ignorar, pero que es innegable para la juventud.
La insistencia de la participación política de la juventud no es una necedad o un capricho. Es una respuesta a la necesidad lógica de esa representatividad y esa renovación de la clase política que demanda cualquier democracia sana. Guatemala requiere de líderes que dejen de lado la antigua visión del Estado guatemalteco (cuadrada, elitista simplista, vertical, violenta y excluyente) y que le apuesten a un proyecto innovador, acorde a nuestra realidad y que además sea de todos.
Esto me lleva a la siguiente pregunta: ¿se puede resolver un problema viejo con un nuevo abordaje? Sí, pues no existe tal cosa como un problema viejo, sino únicamente viejas causas y problemas añejados en complejidad. Un problema actual no se puede resolver más que con una solución igual de actual, una, además, con vistas al futuro, a la innovación, a la prevención y a la resiliencia.
Un Estado que opera bajo la lógica de los viejos liderazgos aborrece el cambio y condena a su población a vivir en realidades que distan mucho de la verdad. El cambio no debe ser temido, sino bienvenido. Nuevos liderazgos son requeridos hoy más que nunca: liderazgos atrevidos, innovadores y de todas formas, tipos y colores.
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