Hoy, 60 años después, los hechos claramente demuestran que lo que la élite económica y los sectores conservadores cosecharon fue una vergonzosa derrota.
A 60 años de aquella “gloriosa victoria”, sus herederos se avergüenzan hasta de conmemorarla. Nadie de los que aún se esconden tras las mentiras, agresiones y traiciones que la produjeron se animan a reivindicar su supuesto triunfo, mucho menos a proponer el 27 de junio como una fecha feliz de la historia nacional. Sectores amplios de la sociedad, en cambio, celebraron entusiastas el año pasado el centenario del nacimiento de Árbenz Guzmán y ahora denuncian las artimañas y daños que tal intervención produjo, recuperando su dignidad y responsabilidad pública. Lo hacen con limitación de medios, pero con entusiasmo y vehemencia, haciendo circular documentos e información que permiten profundizar en la ignominia cometida contra el gobernante, sus colaboradores y el pueblo en general.
El propio gobierno del Partido Patriota, heredero innegable del pensamiento y prácticas liberacionistas, ha sido incapaz de hacer pública su identidad contra-revolucionaria y conmemorar el triunfo vergonzoso de sus antepasados.
Hace 60 años, el magisterio se planteaba como el principal soporte del futuro del país. La educación era el arma indiscutible para vencer décadas de atraso y niños y jóvenes aprovechaban una educación pública que se vislumbraba de calidad, con las escuelas tipo federación como símbolo arquitectónica de toda una propuesta que hacía del poder público una pedagogía de la ciudadanía. Aún ahora, 60 años después, a pesar de su abandono y destrucción intencional, estos edificios son fieles testimonios de un futuro que, por la ambición y la estrechez de unos pocos, no llegó a alumbrarnos. La educación está en harapos y, a diferencia de todos nuestros vecinos, las tasas de cobertura escolar van a la baja sin que se note la más mínima preocupación en las autoridades. El magisterio es una profesión manipulada y vilipendiada, y el país se sume en la ignorancia y el oscurantismo ideológico.
Aquella “gloriosa victoria” mostró también cómo una profesión construida en la dignidad y el honor era capaz de producir traiciones y engaños, a tal grado que aquellos mismos oficiales del Ejército que traicionaron a su Comandante General, luego, desbordados en sus ambiciones, fueron capaces de asesinar a su “líder” y disputarse desde entonces el control de las riquezas del Estado con golpes y contra golpes de Estado.
Nadie, en su sano juicio, 60 años después puede decirnos que aquellos hechos condujeron a los guatemaltecos a un mejor futuro. Todo lo contrario, durante estas seis décadas el país se ha visto sumido en la más vergonzosa de las pobrezas, aunque en el país construyan sus riquezas los más grandes millonarios de la región. El país se convirtió en el territorio del enriquecimiento ilícito por antonomasia, donde las fortunas se hacen y construyen a expensas de los recursos públicos y la expoliación más descarada de los trabajadores.
La supuesta razón principal para impulsar y realizar la intervención fue la aprobación del Decreto que establecía la Reforma Agraria. Cincuenta y ocho años después, el propio gobierno patriotista intentó una mínima modificación de la política rural y se topó con los que, victoriosos en aquel entonces, defienden a capa y espada sus formas parasitarias de enriquecimiento, aunque más del 30% de la población se encuentre entre los pobres extremos. Conformes con sus pingües e ilegítimos subsidios, los latifundistas de hoy cierran los ojos al futuro y se aferran al pasado sin que la economía logre evolucionar para dar medios de subsistencia decorosa para todos los guatemaltecos.
Conminados a subsistir en las peores y minúsculas tierras, en estos 60 años de imperio anticomunista, los pobres guatemaltecos no han tenido ninguna posibilidad de incluirse entre los “emprendedores” exitosos chapines, pues el Estado ha sido secuestrado para beneficio de aquéllos que insisten en mantener al país en las formas y maneras de producción y explotación de hace 80 años.
Miles de guatemaltecos, muchos de ellos aún niños, huyen del país y corren los mayores riesgos para tratar de obtener un empleo decente que les permita sobrevivir. Los descendientes directos de aquella “gloriosa victoria” cínicamente incrementan sus ganancias al tener un dólar barato, fruto de las divisas que estos guatemaltecos expulsados envían mensualmente al país.
Los usufructuarios del triunfo liberacionista, dada la incapacidad manifestada para hacer prosperar al país ocultan sus orígenes y ahora, 60 años después, se avergüenzan de ella. El desarrollo capitalista que la Revolución de Octubre propuso no pudo ser alcanzado, el anticomunismo nos sumió a todos en el más infame de los subdesarrollos.
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