Sería muy bonito, en verdad, que todos quienes habitamos este territorio pudiéramos tener cada día ese tipo de experiencias maravillosas y que nuestra vida diaria consistiera nada más en hablar de los problemas del excesivo tránsito vehicular o del calentamiento global.
Pero, lamentablemente, la realidad es otra.
Sucede que, aunque no queramos aceptarlo, en nuestro país hay dos Guatemalas: esa que vivenciamos a diario, donde solo cabemos nosotros, y esa otra, desdeñada, que quisiéramos inexistente, donde están los otros. El único detalle es que, aunque nos duela, aunque no nos guste, aunque nos neguemos a aceptarlo, esos otros, es decir, los pobres, los pueblos indígenas, los marginados, los que no tienen nada de nada (3.4 millones de personas entre 9.7 millones más de los 16 millones que habitamos esta tierra), también somos nosotros.
Y a estos otros les han pasado hechos tremendamente horribles a lo largo de la historia. Sobre todo durante el recién finalizado conflicto armado interno. Esa otra Guatemala, la que los de la clase media para arriba quisiéramos que fuera solo para las postales turísticas, ha sido víctima de los actos más atroces.
Antes lo decían los libros y los informes de las organizaciones de Naciones Unidas, de la Iglesia católica y de estudiosos de muchos lugares del mundo. «Mentira. Eso horrible que dicen que se hizo en Guatemala no ha pasado aquí. Y si pasó es porque de alguna forma esas personas se lo merecían». Estos y otros comentarios parecidos son los que más o menos he escuchado a largo de los años.
Pero sucede que lo impensable pasó: no solo los libros lo dicen, sino lo dicen hoy los cadáveres de niños, los testimonios de las familias sobrevivientes y hasta los testimonios de miembros del mismo Ejército, principal institución señalada de haber cometido estos delitos.
Pero a pesar de ello no queremos ver, no queremos creer, no queremos aceptar.
Queremos que las cosas sigan igual en nuestro país y que las consignas de la propaganda de los 36 años de guerra interna (que por cierto terminó hace 19 años) sigan siendo las que inspiren los hechos actuales de todos.
«Que se juzgue a los guerrilleros que cometieron atrocidades». Estoy de acuerdo. «Que se juzgue a ex patrulleros civiles que cometieron atrocidades». Estoy de acuerdo. «Que también se juzgue a militares que cometieron atrocidades». Estoy de acuerdo. «Pero ¿por qué solo a los militares?», dicen algunos. «Hay un complot contra el Ejército», dicen otros. Yo puedo asegurar que no. Ni durante el conflicto ni ahora, ninguno en este país tiene el poder para semejante empresa.
Simplemente pasa que ahora están saliendo a flote esos actos de crueldad inhumana que en su momento debieron ser juzgados y castigados. Quien ha tenido una herida en el cuerpo sabe que curarla duele. Pero ese dolor es necesario para la salud. Así, es necesario que se juzgue a quienes cometieron esos crímenes que ninguna amnistía permite perdonar. No es venganza. Es solo justicia. No es confrontar, sino aceptar. No es polarizar ni dividir. Es aceptar que se cumpla la ley. Nada más y nada menos.
¿Por qué, entonces, esa especie de cizaña contra algunos militares?, insisten quienes quieren seguir creyendo que solo su Guatemala existe. Repito: los libros lo dicen, los documentos lo señalan y ahora las evidencias lo prueban. Porque lamentablemente han sido estos quienes, ya sea como una política institucional o como una forma de actuar individual, cometieron los mayores atropellos contra la población civil indefensa y no combatiente. Sobre todo en el campo, en esas áreas del subdesarrollo rural donde la mayoría de nosotros, clase media para arriba, no nos asomamos ni en sueños.
Aquí, como está planteado, ya no es cuestión de opiniones. Los hechos nos sobrepasan. Es hora de empezar a curarnos el cuerpo. Tal vez así la clase media, que se conmueve y mueve cuando de corrupción y mal manejo de dinero se trata, empiece también a darse cuenta de que más importante que el dinero es la vida. Incluso (y sobre todo) la vida de esos otros que viven en la otra Guatemala, los olvidados, los que no han tenido ninguna oportunidad. Es hora de empezar a ver, de percatarnos de que en este territorio solo hay una Guatemala: la de todos.
Más de este autor