Imagínese que en Zunil los niños estudiaran matemáticas con material preparado por los mejores catedráticos del Tecnológico de Monterrey, que los padres de estos niños no tuvieran que gastar su aguinaldo en libros, y que las clases no estén sujetas a maestros irresponsables y con poca visión. Eso puede ser realidad gracias a la Internet y las Tecnologías de Información y Comunicación, conocidas como Recursos Educativos Abiertos (REA).
Si bien compartir material y experiencias docentes no es nada nuevo, la facilidad y la disminución de costos en la producción y distribución de los mismos sí lo son. Con el desarrollo de software de código abierto y la formulación de licencias más abiertas, como las que provee Creative Commons, se han formulado una serie de proyectos que están cambiando la forma de enseñar y aprender en el mundo.
Los REA se dividen en tres: 1. Contenidos educativos, cursos, libros, material multimedia y revistas; 2. Herramientas, que es básicamente software que permite distribuir y ordenar el material; y 3. Recursos de implementación, licencias de propiedad intelectual que liberan el conocimiento. Es decir, los autores de contenidos educativos no se reservan todos los derechos, sino sólo algunos. Lo anterior permite que estos materiales puedan ser traducidos y que se generen obras derivadas de los mismos sin necesidad de acudir al autor para pedir permiso, puesto que éste lo otorgó desde el inicio.
Estos proyectos han sido creados por instituciones privadas (Eduteka, cursos universitarios libres de MIT, Proyecto Gutenberg, Olcos, Plos) y, en algunos países, han sido adoptados como políticas públicas, tal es el caso de Brasil que es líder en este campo. En Guatemala es importante empezar a aprovechar estas herramientas. Tenemos que cambiar el modelo educativo, porque el actual no es efectivo y porque en la era del conocimiento el material humano es esencial para el desarrollo. Actualmente, hay un proyecto para la aplicación de REA en Centroamérica: Ceducar.
La colaboración en la construcción de un mejor país se hace contribuyendo y siendo activos, dando y no solamente recibiendo. La actitud pasiva es suicida. Joseph Fabry señala que frente a la vida no resulta posible adoptar la pasividad que se suele tener frente al televisor. Extrapolar la actitud de observador inmóvil del televidente frente a los acontecimientos que nos rodean sólo puede conducir a la asfixia de las libertades. El síndrome del televidente termina con la civilización.
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