Desde el 23 de marzo 2020, luego de haberse anunciado oficialmente la pandemia de COVID-19, he escrito 80 artículos en este medio con el propósito de informar, prevenir y salir al paso de la desinformación con relación a la acometida del virus del SARS-CoV-2 que ha provocado ya más de seis millones de personas fallecidas a nivel mundial[1].
De acuerdo a la fuente citada, para el 24 de abril del presente año, en América habían fallecido 2,725,276 personas. Es decir, casi la mitad del número total. Conste, nos estamos refiriendo a muertes por COVID-19 debidamente documentadas. No ha faltado información proveniente de la misma OMS que indique un posible número de fallecidos que oscila entre 6,8 y 10 millones[2].
En Guatemala la información gubernamental respecto al número de casos y de fallecidos siempre ha estado en un claroscuro similar a las bizarras decisiones que se han tomado, desde la consecución de vacunas en un lugar tan lejano como Rusia hasta la desescalada de las restricciones que jamás fueron aplicadas como debió hacerse para beneficio de la población.
En ese entramado, se habla del retorno a las aulas de niños a partir del nivel preprimario hasta los jóvenes de secundaria. En orden a los segundos se puede considerar un regreso escalonado porque muchos ya recibieron una o dos dosis de vacuna, pero si de niños de preprimaria y primaria se trata, estamos en un mal momento para tomar decisiones de esa naturaleza porque el porcentaje de vacunados entre 6 y 11 años ronda el 18.32 % según el Instituto Guatemalteco de Estadística (INE)[3] . Como si fuera poco, la misma fuente indica que varios lotes de vacuna Moderna llegaron a su vencimiento. Suman 1,574 ,360 dosis y ello pone en riesgo la aplicación de la segunda dosis a los niños que ya recibieron la primera.
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El descuido en el manejo de la pandemia en Guatemala ha sido monumental o descaradamente intencional. Una amiga de todo fiar se hizo la siguiente pregunta en voz alta: «¿No será acaso un continuo del genocidio?». Porque, si no hubo información adecuada y oportuna a la población, menos hubo ni hay planes educacionales convincentes. En vía contraria, se ha permitido todo tipo de libertades cuando de favorecer el comercio se trata mientras los centros educativos han permanecido vacíos (por falta de vacunación, desinformación y todo tipo de asistencia entre un sinfín de causas). Ni hablar del estado de los edificios de muchas escuelas públicas en el área rural (si es que se les puede llamar edificios a esos escombros). Las paredes de bahareque desajustado, el estado de los pupitres, la carencia de energía eléctrica y agua potable solo retratan de cuerpo entero el estado del Estado guatemalteco cuyo presidente (del ejecutivo) miente al peor estilo de Joseph Göebbels, el ministro de propaganda de Adolf Hitler durante la II Guerra Mundial. El estado psicopatológico de Göebbels llegó a tanto que sostuvo que el Reich alemán estaba en su mejor momento cuando a la Wehrmacht le llovía fuego hasta por debajo de la lengua. Y bajo ese fuego muchos soldados alemanes murieron creyendo que Alemania se encaminaba hacia el triunfo. Así de perversa fue la actitud de Göebbels quien, en sus momentos de paroxismo, aseguraba: «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad»[4].
Nosotros no estamos para soportar más mentiras ni más remedos de Göebbels en Guatemala. Suficiente nos han mentido hasta el día de hoy. Así que, bien podríamos acuñar el siguiente lema: «Niño vacunado, niño retornado a la escuela». Porque las vacunas para los niños son un derecho inalienable.
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