Vacíos en candidaturas y candidaturas vacías

Cuando se trata de escoger en una elección para un cargo público, no hay por donde perderse: perfil y trayectoria del candidato/a, equipo de trabajo que lo/la acompaña y propuesta programática. Con base en dichos aspectos, la ruta para desempeñarse es clara porque Guatemala está hiper diagnosticada en los temas sensibles del Estado: educación, salud, seguridad, etcétera.

Las líneas del párrafo anterior exponen el «deber ser», en otras palabras, ejercer una conducta humana enfocada en un comportamiento de beneficio social. Precisamente, a Immanuel Kant (1724-1804) se atribuye haber señalado que no se requiere de ciencia ni filosofía para saber cómo desenvolverse en los ámbitos de la honradez y lo mejor para la sociedad.

Sin embargo, cuando del «deber ser» se transita hacia el «ser», no pocas veces se produce una especie de cortocircuito, y los procesos electorales son ejemplo. Así vemos que el respaldo en las urnas no es consecuencia de discernir sobre «perfil y trayectoria del candidato/a, equipo de trabajo que lo/la acompaña y propuesta programática», sino que lo emocional rebasa a lo racional.

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Observamos entonces que en materia electoral y acción democrática no se alcanza una relación coherente entre teoría y práctica, es más, se torna contradictoria. Y es que por encima de la persona y el séquito que la flanquea y los planes operativos en caso de asumir la representatividad buscada, domina el empaque propagandístico que será más atractivo según la fuerza financiera y capacidad organizativa con que cuente.

Al factor mencionado se añaden la queja en relación con las nominaciones y el «clamor» de que debería involucrarse la gente buena. De la primera debe subrayarse que «son las que son, aunque no sean las que tal vez se quisiera».  En resumen, las candidaturas cumplen lo establecido en la normativa correspondiente y se ensamblan con el vehículo idóneo: el partido político.

Y al respecto también es pertinente cuestionar quiénes son los buenos y las buenas que deberían estar al frente de la Presidencia y Vicepresidencia de la República, las 340 comunas y las 160 curules en el Congreso Nacional. Por supuesto, descartemos al engendro del Parlamento Centroamericano, cuyos escaños bien podrían situarse en cualquier playa o centro turístico.

Dado que una elección se gana en las urnas y que en Guatemala la opción de elegir y ser electo/a está regulada por la Ley Electoral y de Partidos Políticos, no hay otra vía que correr en esos terrenos. El lugar en las papeletas está para quien desee y pueda ocuparlo. Ahora bien, de las mejores intenciones está empedrado el camino al infierno. Involucrarse en la función gubernamental amerita atender las reglas del juego, ya que de otra forma solo queda ser espectador/a.

Vale apuntar que administrar al Estado significa ejercer el poder y, por lo consiguiente, tocar intereses de distinta índole, tan complejos como el amplio andamiaje de la dinámica del país. En ese sentido, no basta con analizar, comentar, suponer, imaginar o cualquier otra manifestación subjetiva, sino actuar y aquí la realidad presenta las candidaturas que responden a la convocatoria.

Por lo descrito, si nos centramos en la cantidad, podría pensarse que con 30 partidos habría dosis de calidad, pero como la crítica social mira vacíos, surge la pregunta: ¿dónde están y por qué las y los buenos se quedan al margen?