Entra en vigencia el 26 del mes próximo y sus implicaciones y consecuencias aunque aún son poco claras, no es necesario profundizar tanto para saber que lo que traerá es (más) caos.
La aprobación de esta ley bautizada como Ley Monsanto es una muestra más de cómo funcionan las instituciones. Se trata de locales con empleados colocados por las empresas que fingen ser servidores públicos y jugar el juego democrático. La mencionada ley se aprobó enfrente de todos para que nadie se diera cuenta. Incluso, en uno de sus artículos metieron una ampliación presupuestaria que habría de beneficiar al Ministerio de Campaña, perdón, de Comunicaciones. Tampoco faltan los políticos oportunistas que cuando era el tiempo de quedar bien con sus clientes, aprobaron esta ley, pero ahora que se ha hecho evidente el rechazo social, llegan hasta con pancartas al hemiciclo también rechazando la ley.
Qué más descaro que todo esto, una cosa rarísima fraguada entre oficialistas y opositores, entre empresas y el Ejecutivo. Patentar semillas en un país como éste es concebible sólo para alguien que cree que la necesidad de todos los guatemaltecos y guatemaltecas de alimentarnos tres veces al día se soluciona con ir al “súper” y comprar lo necesario para preparar cualquier cosa como un filet mignon o un soufflé de papa.
Por supuesto que el tema no se puede desligar del neoliberalismo y por ende, los tratados de libre comercio. Es preocupante esa tendencia a convertir la vida misma en una mercancía. Quien la pueda pagar, que viva y quien no, pues no. La ley del más fuerte al estilo darwiniano. Eso es el capitalismo salvaje que produce y reproduce la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la marginación en contubernio incluso con el Estado. De hecho, la institucionalidad se vuelve el instrumento para mantener el estatus quo, de esa cuenta que nos enfrentamos a celosas luchas por el control del aparato estatal.
No hay que ser ninguna experta ni demasiado malpensada para vaticinar que esta ley busca beneficiar a grandes empresas. No es la primera vez que se formulan leyes poco claras y lo suficientemente laxas para que cualquier cosa se cuele ahí, como aquellas que se inventan con un nombre pero el objetivo real es que las empresas evadan impuestos (recordemos el tema de las maquilas).
Una ley como éstas afectará gravemente la soberanía alimentaria, como ya se ha señalado por muchos sectores. La población indígena y campesina enfrenta de por sí situaciones adversas que se han agudizado por la expansión de los monocultivos y los megaproyectos que van despojándoles y reduciendo la tierra para las siembras. También se ven afectadas por el cambio climático, como se está viviendo con la “sequilla”, perdón, sequía.
La población (entre ella, el movimiento sindical, indígena y campesino, estudiantes, profesionales, etc.) ya ha expresado su malestar y rechazo a esta ley a través de pronunciamientos, protestas y acciones legales. Además, han aparecido otras voces que no estamos acostumbrados a oír pronunciarse sobre este tipo de problemáticas. En Twitter, algunos famosos de la “farándula” guatemalteca como la chef Mirciny Moliviatis, Francisco Páez de Malacates y la famosa Gaby Moreno se han unido a etiquetas como #UnidosContraLaLeyMonsanto.
Ojalá que este despertar de muchos en contra de la Ley Monsanto se mantenga y se contagie hacia otras problemáticas e injusticias que sufre a diario la mayoría de la población, esa que no tiene Twitter. Y que quienes tenemos los medios para hacer escuchar nuestras palabras lo hagamos y que los políticos sepan que los estamos viendo. Entre otras cosas, al ritmo que vamos, sólo espero que nunca exista algo tipo Monsanto que pretenda patentizar las sonrisas o el amor.
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