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Una tormenta casi perfecta. Las elecciones se pintaron atípicas pero no lo fueron tanto

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Una tormenta casi perfecta. Las elecciones se pintaron atípicas pero no lo fueron tanto

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La democracia tiende a ser reducida a una sola esfera que no representa la totalidad de su conceptualización: la esfera electoral.

Muchas veces he apuntado que por democracia no sólo debemos entender el mecánico ritual de las elecciones generales (presidenciales y parlamentarias) sino una concepción vinculada a dos esferas: derechos y debate ciudadano.

Apuntalando la idea propuesta por Sheldon Wolin, el sentido de la democracia actual en esta libertad de los modernos precisamente ha descarnado la tradición democrática de su esencia original, la del permanente debate ciudadano en condiciones de igualdad (y un debate ciudadano informado, como solicita Rawls).  

Es entonces hoy la democracia un reduccionismo dirigido hacia la esfera electoral, amarrada a una noción de papeles, urnas y una mercadotecnia que poco o nada ayuda a promover un debate racional y bien informado.

Pero incluso en esta esfera, con todas las limitaciones que puedan considerarse y plantearse, el ritual mecánico de las elecciones desempeña el importante papel de expresar la regla de la mayoría como último criterio en la toma de decisiones. A decir, en este caso, determinar, quién debe de conducir las diferentes magistraturas. Términos distintos y diferentes conceptualizaciones, voluntad de la mayoría, soberanía popular, voluntad general (si bien no son sinónimos) se determina que la esencia democrática aparece cuando la mayoría puede expresarse libremente y se evita así la toma de decisiones unilaterales. Por eso, el ritual de las elecciones democráticas en cualquier sistema moderno de gobierno resulta fundamental que se mantenga vigente y activo. 

Además de esferas, la democracia posee grados o magnitudes. La democracia puede ser minimalista, maximalista, de alta intensidad o de baja intensidad, y todas estas clasificaciones no hacen otra cosa más que reflejar la calidad del performance democrático.

Cuando la democracia no es capaz de producir un resultado de calidad y al mismo tiempo juega con reglas cuestionables se asume que el criterio para la existencia del apelativo democrático radica en la mínima existencia del juego electoral asegurado de forma permanente. La anterior razón no hace sino obligar a reflexionar que la percepción democrática obligadamente necesita tomar en cuenta el existente conjunto de reglas que intervienen en el proceso democrático. Digámoslo así: «dime qué tipo de reglas tienes y te diré cómo funcionará el proceso democrático». 

La expectativa de la reforma electoral

Es imposible negar que el sentido original de la reforma electoral en Guatemala era muy diferente al efecto final que la tuvo sobre las elecciones.

Si bien la posición clásica de Duverger estipulaba que la fragmentación podría ser un instrumento muy útil para lograr la representación efectiva de una sociedad profundamente heterogénea, la ciencia política contemporánea dirige sus baterías discursivas a la necesidad de buscar un arreglo de partidos políticos que asegure la toma efectiva de las decisiones. La reforma pretendía reducir la fragmentación del Estado favoreciendo a los partidos grandes con una suerte de gerrymandering. Se tenía en mente asegurar la gobernabilidad del país produciendo un número de partidos efectivos que estuviera dentro las expectativas de los cánones especificados por la literatura especializada. Se supone que, en la medida que los partidos compiten y en la medida en que se dificulta su permanencia en el Parlamento, empiezan a madurar e institucionalizarse. Se transforman por eso en plenos instrumentos no sólo de intermediación sino de constructores de la visión de mundo que los ciudadanos adoptan.

Para eso se había diseñado una reforma electoral, pero al final del día la intencionalidad original de la reforma no tuvo ningún efecto. . Puede corroborarse perfectamente con la próxima legislatura parlamentaria: si bien existe un partido que tiene una ventaja considerable sobre todos los demás, deberá negociar demasiado la agenda para conseguir los apoyos necesarios. La democracia guatemalteca sigue estando caracterizada por la fragmentación extrema. 

En esencia, lo impredecible de los comicios hizo patente la condición de la volatilidad electoral. E decir, no importa el alto número de oferta partidista porque resultaba imposible hacer una predicción sobre el comportamiento del elector. Y esta condición, sumada a la aparición de nuevos partidos políticos, ratifica que la democracia guatemalteca debe ser consideraba una semi-democracia, en razón de la baja consolidación del estado de partidos políticos.

¿Tienen sentido las elecciones en dicho contexto?

Por baja que sea la calidad democrática, la democracia siempre será preferible a cualquier otro régimen de gobierno. Por mucho que los partidos políticos puedan estar plagados de vicios, hasta el momento ninguna otra forma de organización política realiza mejor la tarea de representar intereses mayoritarios, sectoriales y de minorías que la democracia de partidos. Es importante agregar al mismo tiempo que la calidad democrática no puede mejorar interrumpiendo el ejercicio ritualista de las elecciones sino en el estricto ejercicio permanente y recurrente de asistir a las urnas.

¿Significa esto que la mecanicidad de los procesos electorales es una condición importante para medir la calidad democrática? En efecto lo es, pues resulta la condición mínima para determinar la vigencia de la regla democrática. 

A más de tres décadas del retorno a la democracia, el caso guatemalteco parece no mostrar los indicadores de consolidación e institucionalización que caracterizan a las democracias que superan las tres décadas de vigencia narrativa.  Las narrativas discursivas relacionadas al boicotear elecciones, la promoción del voto nulo (para obligar a repetir un proceso electoral) así como la oposición al proceso electoral mismo por suerte no han calado. ¿Significa esto que la democracia guatemalteca ha funcionado con algún mérito? ¿Significa que ha rendid con madurez democrática? No. Indicadores básicos de la última elección (el abstencionismo, la falta de interés de los jóvenes, con bajas tasas de empadronamiento, y la presencia de los vicios electorales) denotan que aún hay mucho camino por recorrer.

¿Qué deja esta elección? 

No se puede afirmar que la democracia guatemalteca muestre síntomas de envejecimiento y una tendencia casi automática a asegurar la vigencia de la regla democrática. Tampoco puede decirse que el proceso electoral estuvo claramente acompañado de un debate ciudadano maduro y bien informado. Todo lo contrario, perfectamente se puede decir que dadas las condiciones del mercadeo electoral tan tradicional que aun impera en el contexto guatemalteco el proceso electoral bien podría entenderse como una dinámica inducida profundamente por temores irracionales y respuestas condicionadas basadas en deformaciones conceptuales o prejuicios.

¿Qué deja esta elección tan atípica? (Atípica en el sentido que las nuevas reglas electorales eran desconocidas para buena parte de la ciudadanía, y algunas de ellas presentaban profundos vacíos conceptuales — cómo interpretar el voto nulo —, atípica por la judicialización de la campañas, atípica y aun así, el proceso electoral perfectamente logró lo que se espera de toda primera vuelta:) La definición de dos tendencias claramente identificables que pueden aglutinar los tradicionales clivajes electorales. Las dos tendencias ganadoras que competirán en la segunda vuelta representan a los candidatos políticos con mayor posicionamiento de marca producto de la permanencia en el mercado electoral. La preferencia por una propuesta radicalmente nueva y además proyectada en partidos sin afianzamiento territorial no fue el resultado de esta elección.  

El balance: más allá de los ganadores y sus propuestas

¿Significa esto que el resultado de las elecciones generales debe ponerse en entredicho en razón de los resultados? No, rotundo. La regla de mayoría propia del ejercicio democrático simplemente promueve la expresión de la voluntad de las mayorías, cualesquiera sean. Corresponde a los ciudadanos la construcción de un debate maduro e informado para lograr que las preferencias expresadas respondan a las expectativas que una sociedad democrática tiene.

Lo que sí resulta grave (por no decir gravísimo) son las denuncias concretas y específicas que apuntan a irregularidades electorales. La instancia electoral suprema adolece de una crisis de credibilidad, pero (y esta es la clave) el daño ya está hecho pues independientemente del resultado que arroje el recuento de actas, el ganador del balotaje tendrá sobre sus espaldas el cuestionamiento con respecto a la legitimidad del proceso electoral. Lo anterior puede sin duda alguna detonar una crisis de gobernabilidad en el futuro.  

La confianza en los mecanismos institucionales resulta un bastión fundamental del régimen democrático. Las instituciones tienen el importante papel de fungir como mecanismos de intermediación y asegurar la dinámica pacífica en los procesos políticos. El mandato institucional, como apunta Norberto Bobbio, es ante todo un mandato fiduciario y precisamente por ello cuando las instituciones no son capaces de producir el resultado esperado se produce una profunda crisis que distorsiona el comportamiento racional de los actores. Esta situación condiciona la mayoría de las veces a resolver mediante mecanismos informales.   Expresión permanente de esta situación lo caracterizan la vigencia y permanencia de las presiones sectoriales, la presión por vía de los movimientos sociales y cualquier otra forma de incidencia sobre lo político que no requiera de la institucionalidad. 

¿Es posible afirmar que la calidad de la democracia guatemalteca se ha visto desmerecida en razón del proceso de revisión del proceso electoral? De nuevo, la confianza en los árbitros electorales se sustenta, se mantiene, mientras la autonomía de los mismos tenga la capacidad para garantizar la transparencia del output electoral. Transparencia que en última instancia es la garantía más importante de la soberanía popular expresada en las urnas.

Si la primera vuelta electoral estuvo caracterizada por una judicialización arbitraria de las candidaturas y generó el desinterés ciudadano, el balotaje apuntará a un contexto en el que la irracionalidad de un debate polarizado y la desconfianza institucional podrían ser elementos característicos del proceso. Lo cual es gravísimo que acontezca en una democracia que trasciende las tres décadas.

Es aquí entonces cuando la noción de la razón pública debe imponerse como el criterio corrector, pero para que esto suceda se necesita ciudadanos comprometidos con el ethos cívico característico del discurso fúnebre de Pericles. Desde Pericles, hasta Wolin, pasando por Bobbio y Rawls se espera que los ciudadanos ejecuten con responsabilidad, madurez y profundo conocimiento las virtudes republicanas. Esencialmente, el debate político bien informado y maduro.

Y de esto la democracia guatemalteca aún tiene mucho por aprender.

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