El presidente saliente se vanagloriaba de que él no había iniciado otra guerra, pero internamente no hizo más que declararles constantemente la guerra a la democracia, a sus ciudadanos y, al final, desesperado cual animal herido, a las cortes y al Congreso.
No, el exmandatario no mandó más tropas al extranjero, pero animó a sus propias huestes a desencadenar de forma violenta una de las mayores crisis institucionales en la historia reciente de este país como último recurso para revertir los resultados electorales legal y legítimamente en su contra. Así, un escenario casi surrealista esperaba al nuevo presidente el pasado 20 de enero. La capital estadounidense, centro del poder de este país, despertó sitiada por un ejército de guardias nacionales y de policías amurallando el Capitolio, el que dos semanas atrás había sido el centro de un fallido golpe de Estado.
Durante la celebración virtual luego de la investidura del hoy presidente Joseph R. Biden, en la cual el actor Tom Hanks narraba el significado del evento y presentaba al elenco de artistas y las historias de trabajadores y de familias frente a un monumento a Lincoln completamente desierto, mi marido —un judío estadounidense que desde chico ha visto y dado por hecho la alternancia del poder de forma pacífica— no paraba de exclamar con una mezcla de emoción y de rabia, casi con lágrimas en los ojos, cómo las fuerzas profascistas atizadas por el exocupante de la Casa Blanca estuvieron tan pero tan cerca de tomar el poder.
Pero, pese al torbellino político y sanitario del año pasado, la democracia parece no haber sucumbido completamente al embate y Biden es hoy el presidente número 46 de Estados Unidos. La ceremonia de investidura reclamó de cierta forma la victoria del pueblo, o al menos la de un pueblo que hoy luce muy distinto al del movimiento trumpista que quiso entronarse en aquella insurrección. Y quién más que Bernie Sanders para recordárnoslo con su vestimenta provocadora y sus guantes tejidos que acapararon y siguen acaparando la atención mundial y mostrando la cara del ciudadano ordinario al desentonar con el colorido glamur del resto de los políticos durante el ansiado traspaso de mando.
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Son estas fracturas en la sociedad estadounidense, estas distintas visiones y agendas de la multiplicidad de we the people (nosotros el pueblo), las que Biden y la primera vicepresidenta negro-asiática de este país, Kamala Harris, deberán cerrar y compaginar en los próximos meses y años para alcanzar esa perfectibilidad y unidad que delineara en su poema la maravillosa joven Amanda Gorber. Como ella misma ha expresado, «la poesía siempre ha sido el lenguaje de los puentes», pero si algo hemos aprendido en estos últimos años es que la política —aunque debería— no ha sido precisamente el lenguaje de los puentes, por lo que habrá que seguir vigilantes.
Así, la ceremonia de investidura fue también un homenaje a las mujeres y una reafirmación del nuevo rostro de este país que tanto desasosiego político ha provocado en los últimos tres lustros. Desde una impecable senadora Amy Klobuchar como maestra de ceremonias, pasando por la juramentación de Harris por parte de la magistrada latina Sonia Sotomayor, hasta las electrizantes interpretaciones del himno nacional por Lady Gaga y de Esta tierra es tu tierra por Jennifer López, la administración Biden-Harris abraza con determinación el tapiz multicultural con rostro femenino de un país que en una generación será mitad mestiza o de color.
Biden ha empezado con buen pie sus primeros días emitiendo una batería de decretos ejecutivos que revierten los de su antecesor en temas migratorios y de refugiados, ambientales, de recuperación económica y de equidad racial. Además, la administración trabaja en un plan para que en tres meses se vacune al menos a 100 millones de estadounidenses contra la covid-19. A la par, tendrá que hacer malabarismos con el Senado para que este confirme a su gabinete mientras se decide la suerte del expresidente por insurrección, a la vez que crisis migratorias recurrentes se vislumbran desde Centroamérica.
No sabemos cuánto va a tardar la luna de miel. Mientras tanto, una nueva era empieza, y en ella muchas personas nos sentimos de nuevo bienvenidas.
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