Dejamos atrás los campos de tabaco que rodean Condega y seguimos hacia el Norte. La Panamerica discurre entre bosques silenciosos. La carretera se vuelve cada vez más íntima. Solo estamos nosotros y el paisaje. No existe nada más. Pasamos Palacaguina, Yalaguina. Tomamos el desvio a Somoto, cabecera del departamento de Madriz. Tenemos un par de amigos que fueron felices en este pueblo, y entendemos bien por qué. Ocotal está rodeado de áreas protegidas y el parque central es literalmente un par...
Dejamos atrás los campos de tabaco que rodean Condega y seguimos hacia el Norte. La Panamerica discurre entre bosques silenciosos. La carretera se vuelve cada vez más íntima. Solo estamos nosotros y el paisaje. No existe nada más. Pasamos Palacaguina, Yalaguina. Tomamos el desvio a Somoto, cabecera del departamento de Madriz. Tenemos un par de amigos que fueron felices en este pueblo, y entendemos bien por qué. Ocotal está rodeado de áreas protegidas y el parque central es literalmente un parque, tan frondoso que más parece un jardín botánico. La memoria de la revolución está presente en muchos rincones, aunque como siempre en Nicaragua, uno no sabe muy bien ni qué queda de aquello, ni qué piensan al respecto las personas que caminan por las calles. Estamos aquí para conocer el nacimiento del río Coco, el río más largo de Centroamerica, que nace aquí y desemboca en el Caribe. El Coco es también la excusa oficial para separar Honduras y Nicaragua durante buena parte del curso de sus aguas. Hacia el Este, el río entra en territorios Miskitos y Maygnas, se empieza a llamar Wangki, y fluye por el bosque tropical conectando las comunidades más remotas de Nicaragua. Resulta increíble pero la ciencia oficial no conoció la existencia de este cañón hasta hace una década. A pesar de que hay un puñado de familias campesinas que riegan sus campos de maíz con el agua que sale del cañón. A pesar de que una carretera pavimentada pasa a menos de dos kilómetros del lugar. Entramos al cañón en la tarde. Recorremos la parte más accesible mientras el se sol se apaga. Antes de la caída de la noche acampamos. El río fluye de manera casi imperceptible. Está aparentemente tan quieto, tan imperturbable, su superficie tan como espejo, que resulta sobrecogedor. De sus aguas salen aquí y allá rocas en las que viven miles de muerciélagos. Acampamos frente a una ceiba aferrada a la pared del cañón. El río es profundo, nos da miedo. Nadamos sin alejarnos mucho de la orilla. Discutimos sobre la posibilidad de ser devorados por un monstruo marino. ¿Por qué sera que las aguas siempre parecen esconder algo? ¿Y más concretamente, algo amenazador? Sentimos ese miedo irracional y antiguo como el ser humano. Esta noche, de nuevo, cena de guerrilla. Compartir una lata de sardinas y a dormir. Vemos un par de aviones sobrevolar el cañón. Vuelan muy alto y muy rápido se alejan de nosotros.
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