Una de las reflexiones más interesantes fue la del papel del Estado dentro de toda esta violencia. Y es que ciertamente el tema de violencia está muy de moda, de hecho, es de las mayores preocupaciones de los citadinos. Pero la violencia de la que comúnmente hablamos con amigos y familiares es esa misma que aparece en los medios todos los días y que se mide, principalmente, en homicidios, robos o extorsiones. Entonces cuando pensamos en violencia pensamos en mareros, jóvenes, pobres o narcos. Pero pocas veces visualizamos la violencia política o la violencia estructural.
El término de violencia política está asociado a los pasajes de las guerras internas. Era el Estado usando su fuerza para atacar al “enemigo interno”. Pero ello no es exclusivo de esa época ni una práctica del pasado. En realidad, esa construcción del enemigo es una constante de los Estados o más bien del pequeño grupo que se beneficia del aparato estatal para obtener privilegios económicos y políticos. Antes, los enemigos a combatir eran los “comunistas” (aunque en realidad se sigue utilizando), ahora son los “indios revoltosos”, los que se oponen al desarrollo, terroristas, etc.
La violencia política está más vigente y cerca de lo que pensamos. Lo que sucede es que esta violencia que el Estado ejerce contra su propia población no es contra “nosotros”, es contra esos “otros” que “seguro se la merecen” por ignorantes, indios y pobres.
Como ya lo he dicho en otro texto, detrás de los conflictos sociales lo que hay son demandas sociales por derechos negados o no reconocidos. La respuesta del Estado, en lugar de tratar de entender, atender y dar respuestas reales a estas demandas, es por un lado, la represión y la criminalización de la protesta social y los movimientos populares. Pero por otro, ofrece ciertos medios institucionales para supuestamente canalizar las demandas, como los mecanismos de diálogo. Sin embargo, estos procesos terminan siendo recursos para dilatar, desgastar el proceso y cansar a las partes.
Y en todo este contexto, ¿Qué significa hablar de paz o de la construcción de la paz?
La paz es un término amplio y difuso. Se habla de ella en términos demasiado románticos a veces. Y tal vez en otros países del mundo la paz sí sea un amanecer o la sonrisa de un niño o una niña, pero lo cierto es que en lugares con tantas injusticias y desigualdades como éste, la paz va mucho más allá de ello.
Me parece que una de las limitantes de toda la moda de cultura de paz es que muchos de estos discursos y programas se quedan a nivel de lo conductual y no se tocan las estructuras. Entonces vemos propuestas para promover la cultura de paz enfocadas en valores, comportamientos y actitudes dirigidas más a las relaciones interpersonales. Por supuesto que una cosa no pelea con la otra, es decir, si queremos vivir en una sociedad justa y en paz, obviamente debemos convivir con valores y actitudes propias de una cultura de paz, pero si sólo nos enfocamos en esto, sin establecer las raíces estructurales de la dura situación que vivimos, estamos tocando la problemática desde un punto de vista muy superficial y todo ese discurso de armonía se puede caer en un soplo.
Los programas de promoción de la paz no se pueden limitar a actividades deportivas y culturales, ni a marchas de blanco. Hay que entrarle a los factores estructurales que configuran las dinámicas de la violencia como lo es la exclusión social que se enmarca el sistema capitalista y patriarcal, por mencionar algunos elementos.
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