Estos valores, lo recuerdo bien, aparecían muy seguido en mis ensayos universitarios, siempre intentaba relacionarlos con el qué hacer de una politóloga, ya sea desde la investigación o desde la manera en cómo pensábamos que lo público debía ser pensado desde las y los políticos en Guatemala.
Cada vez más, estos valores se volvieron concretos y dejaron el nivel abstracto. La realidad de Guatemala se encargó de hacer de ellos una búsqueda real de vivir en una sociedad que los respetara ...
Estos valores, lo recuerdo bien, aparecían muy seguido en mis ensayos universitarios, siempre intentaba relacionarlos con el qué hacer de una politóloga, ya sea desde la investigación o desde la manera en cómo pensábamos que lo público debía ser pensado desde las y los políticos en Guatemala.
Cada vez más, estos valores se volvieron concretos y dejaron el nivel abstracto. La realidad de Guatemala se encargó de hacer de ellos una búsqueda real de vivir en una sociedad que los respetara y se comprometiera con ellos. La búsqueda de justicia de las víctimas ixiles de la guerra, por ejemplo, me hizo comprender qué significa la justicia cuando va más allá de los procesos judiciales: es el reconocimiento de toda una sociedad al sufrimiento de los demás y de la voluntad que se mueve para nunca más vuelva a suceder. En ese mismo juicio vi mucha solidaridad, y la comprendí más allá de los actos de caridad, la viví como ser parte de las luchas reales de los más marginados. Muchos hablamos de dignidad frente a la cantidad de veces que maniobras oficiales nos jugaron la vuelta e hicieron lo que quisieron y dijeron lo que quisieron. En cuanto a la verdad, ahora, a diferencia de hace unos años, comienzo a pensar en la pluralidad de verdades, pero también en la pluralidad de mentiras. No creo que sea única e irrefutable, pero pensar que todo se vale y todo tiene un poco de razón; es decir que en Guatemala los que defienden a capa y espada al Ejército de los años ochenta tienen también un poco de verdad. En ese sentido, prefiero la tolerancia y el respeto, pero la verdad se argumenta y se demuestra con hecho concretos, lo demás es puro discurso vacío.
La semana pasada escuché de un nuevo valor. El servicio como un elemento de una ética preocupada por la transformación, según decía quien lo presentaba, un valor que ha sido desplazado por “el éxito”. El éxito para hoy es quién más plata tiene, quién mejor puesto alcanzó, quién ha logrado colgar varios títulos, quién ha llegado más lejos en la vida. El servicio, al contrario, es el dar lo propio en beneficio de los demás menos afortunados, es contribuir con lo que se tiene de propio y pensar en cómo vivir juntos de manera diferente, más digna, más justa, más tolerante.
El servicio no es decir sí a todo lo que se pide, no es tampoco ser servicial. El servicio, cuando más lo pienso, es tal vez lo que nutre ya algunas propuestas de un punto de convergencia, de un amplio conector de luchar, que ya Andrea Tock plantea en algunas columnas. La vida debe ser el elemento central de cualquier ética, y el servicio debe estar centrado en defender, en proteger, en luchar por la vida. El servicio, como entrega total de aquello que en esencia somos y hacemos por la vida de los otros que es también la vida propia.
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