Cada uno lo expresa de diferente manera. Y aunque a cada quien le pueden disgustar algunas manifestaciones de este sentimiento, todas ellas son válidas en la medida en que nos hacen considerarnos parte de un territorio y, por ende, del mundo.
Ello, sin embargo, nos permite reflexionar en torno a cómo se vuelve cada vez más urgente y necesario que la ciudadanía aterrice definitivamente en el siglo XXI y no ande por ahí dando tumbos llenos de contradicciones, especialmente desde el Medievo hasta el presente, sin pasar por otras épocas.
¿Qué significa, en pocas palabras, tener una visión del siglo XXI? Voy a reducir la respuesta, por cuestiones de espacio, a tres ejes fundamentales.
Primero, gozar de condiciones tanto igualitarias como equitativas para la población. Ello implica que las luchas sociales deben encaminarse a lograr que todos los miembros de la sociedad vivan como parte de las capas medias con el fin de tener cubiertas, y con cierto excedente, las necesidades básicas. Lograrlo requiere, entre muchísimas otras cosas, reducir considerablemente los privilegios legales, económicos, políticos y sociales de los grupos oligárquicos y obligar a estos a que asuman sus deberes ciudadanos mínimos pagando los impuestos que les corresponden. Implica también la exclusión del sistema de funcionarios corruptos para que dicha práctica deje de ser un modus vivendi y se convierta en una excepción, y no en la regla. Asimismo, requiere propiciar las condiciones para lograr una vida digna: una «buena vida», como dice el filósofo Fernando Savater.
Segundo, una educación acorde con los tiempos. A grandes rasgos, una preparación científica y tecnológica, una base profunda en el pensamiento crítico, en valorar la importancia de las ciencias sociales y de las humanidades, en darles un especial énfasis al estudio y a la práctica de las artes y de la literatura, así como a los diversos deportes. Implica también una formación ética individual (que incluya el conocimiento del propio cuerpo, estudiado desde sus múltiples dimensiones, así como aprender a situarnos en el mundo en relación con los otros y con el planeta) y colectiva (mediante la cual sepamos que el bienestar personal depende del de la mayoría, ya que en el mundo todo está concatenado).
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Esta educación también implica que desde el ser niño o niña se sabrá qué está bien y qué no. Se aprenderá a cuestionar y a manifestar de maneras pacíficas, como suele hacerse en las democracias, y a no ser tolerante con quienes, escudados en la impunidad de sus cargos públicos, privados, políticos y de clase, aprovechan estos para beneficiarse del trabajo ajeno, en detrimento de la calidad de vida de los demás. En tal sentido, también la educación será totalmente laica y, por ende, el Estado se asumirá siempre como tal. Se podrá diferenciar que hay prácticas como las de la fe, que corresponden al ámbito de lo privado, y que estas deben mantenerse allí, como lo demuestra la historia, porque seguir mezclándolas en el ámbito de lo público es insistir en formas de pensamiento ya superadas hace siglos, por ejemplo.
Por último, esta nueva ciudadanía entenderá, como sucede en las sociedades que ya alcanzaron esta forma de vida, que los derechos humanos no deben ser vistos como privilegios de delincuentes, sino como logros irrenunciables para una mejor convivencia. Una sociedad en la que cabemos todos, en la que nadie será discriminado por ninguna razón, en la cual la única preocupación del Estado será, precisamente, velar por que cada uno de sus miembros esté pleno y totalmente representado, con los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Esta es, en líneas generales, la ciudadanía del siglo XXI que nos permitiría salir del hoyo negro de nuestra historia presente, la que nos permitiría dejar de elegir como autoridades a fantoches que se atreven a decir que la educación superior pública es «cara», la que nos permitiría pedirles cuentas cuando intenten seguir con sus actos maquiavélicos y corruptos de siempre.
Nos toca, pues, empezar a construir esta nueva ciudadanía: desde abajo y con una mirada hacia la izquierda.
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