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Cobán. Una calle real

Y allí, en dicho merendero, conocí a don Virgilio Rodríguez Macal y a Pruden Castellanos cuando, enamorado uno del misterio verde, y de su público el otro, pernoctaban no precisamente en el bar, sino en el hotel.
En principio, son los q’eqchíes y poqomchíes quienes nos han transmitido valores a los mestizos.
La Calle Real, hoy
Convento de Santo Domingo y parte posterior del frontispicio de la Catedral
El kiosko y la catedral
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Cobán. Una calle real

Historia completa Temas clave

En ZOOM, los autores tienen una vinculación afectiva con el lugar del que hablan (o al menos eso intentaremos), y toman como punto de partida e hilo conductor un lugar concreto, un microcosmos, para hablar más ampliamente de esa región.

La Calle Real de Santo Domingo de Cobán, ciudad cabecera de Alta Verapaz conocida solamente como Cobán, es una especie de agujero de gusano por donde se transita y se llega a diversos periodos de tiempo y segmentos de espacio. Es una especie de fiel guardiana de la historia altaverapacense desde el siglo XVI hasta la actualidad.

La Calle Real tiene vórtices. Utilizaremos dos. Uno está en el Parque Central. El otro es un confesionario, adentro de la Catedral de Santo Domingo de Guzmán. Por esos agujeros iremos al Siglo de Oro Español, visitaremos nuestro mundo del misterio verde (el que fue, el que era y el que es), daremos algunas vueltas dieciochescas y decimonónicas y concebiremos una panorámica objetiva de nuestro ser y estar en el siglo XXI.

Este eje vial que atraviesa la ciudad de oriente a occidente, comienza —según los dilectos urbanistas— en el puente de ingreso a la ciudad conocido como Puente Nuevo (llegando de la ciudad capital), y termina en el Puente del Arco, salida hacia San Pedro Carchá.

Para los altaverapacenses, la vía es al revés: comienza en el Puente del Arco y termina en el Puente Nuevo. ¿La razón? El primero fue construido casi al mismo tiempo que la Catedral de Santo Domingo de Guzmán, cuyo inicio de construcción está datado entre 1556 y 1559. Su constructor: Fray Francisco de Viana, arquitecto dominico quien fue ayudado luego por fray Lucas Gallego. Dicho sea, junto al Puente de San Vicente —antigua entrada al pueblo—, son las únicas edificaciones de Cobán que han soportado los terremotos y los huracanes que nos han azotado desde la segunda mitad del XVI.

Brillantes arquitectos estos: Viana y Gallego. Sin recursos más que su cerebro y su habilidad construyeron la Catedral y el Convento de Santo Domingo, la Iglesia y el Convento de San Juan Chamelco, el Puente del Arco, el Puente de San Vicente y en San Pedro Carchá el Puente Chixtún. Sus obras en los pueblos vecinos también han resistido los embates de la naturaleza.

Juan José Guerrero

¿Sabe usted la razón de tanto puente? Una sola: Estos pueblos fueron construidos en medio de los serpenteos del río Cahabón. Eran puntos estratégicos. De ello le contaré adelantito.

Regresemos al siglo XXI. Tomaremos como vórtice de entrada y salida el Parque Central de Cobán.

Por razones puramente políticas de cada “entonces”, La Calle Real ha tomado dos quiméricas denominaciones. Del parque hacia el occidente se llama Calle Minerva; del parque hacia el oriente, Calle Belice. Chusemadas de Manuel Estrada Cabrera y Miguel Ydígoras Fuentes. Uno, soñando con la diosa Minerva (nada qué ver con nuestras cosmovisiones y religiones), y el otro, con ir a tomar Belice por la fuerza (nada qué ver con nuestros propósitos).

Al oriente del parque, como toda catedral, rostro hacia el occidente, la de Santo Domingo de Guzmán luce en su frontispicio —más visible que la cruz cristiana— el escudo dominico con su cruz flordelisada característica de la Casa de Aza. Y adentro no se diga, cada dos columnas dicho escudo marca territorio: El de la Orden de Predicadores.

Extrañamente, la Catedral devastada —que no reconstruida entre 1963 y 1965— tiene mucha simbología masónica. Sobre el Altar Mayor: “El ojo que todo lo ve”. Y se replica en la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús, encima del retablo principal. Es más pequeño que el primero. Ambos infunden cierto… ¿respeto? Puede ser. A mí, cuando era niño, me infundían miedo. Tremendos ojos en medio de triángulos rodeados de resplandores parecían seguirme a donde me desplazara. ¿Delta cristiano o delta masónico? Vaya usted a saber pero allí están. Unos, dicen que la masonería tomó esta simbología de la iglesia. Otros, que la iglesia la tomó de los masones, y una tercera opinión indica que los masones implantaron secretamente los íconos en todas las edificaciones catedralicias. Como haya sido, la Catedral tiene también otros préstamos simbólicos como los ahora trastocados ventanales del campanario, o el círculo que se localiza sobre el arco de la única puerta lateral. Ciertos rosetones desaparecieron en 1964.

Juan José Guerrero

El otro vórtice —mucho más pequeño que el parque— lo constituía un confesionario que me transportaba de los años 60 del siglo pasado a mitad del XVI. Era enorme. Situado en la nave derecha, no obstante su adustez, tenía pequeñas secciones que otrora fueron realces churriguerescos. Y encima de su portilla se podía leer en altorrelieve un letrero que decía:

Ilmo. Excmo. Mons.
Sr. D. Fr. Raymundo María Manguada Martín
Obispo de Verapaz y Petén

Se trataba de un locutorio donde los fieles podían descargar su conciencia, y no era utilizado más que por Monseñor Martín, como se le conocía en Alta Verapaz al obispo aquel que, con tres o cuatro curas, tenía que atender los 12 mil kilómetros cuadrados de Verapaz y los 35,854 de Petén. Y lo hizo a cabalidad. Tanto que se adelantó al mismísimo Concilio Vaticano II, y sin Derecho Canónico ni Vaticano de por medio, ordenó como diácono permanente a un maestro de educación primaria originario de Poptún. Aquel profesor tenía esposa e hijos y junto a su familia mitigó en aquellos lugares la falta de misioneros.

Por aquel agujero me metí una vez cuando, don Lico Coy, un respetable q’eqchi’, por muchos años sacristán de la Catedral, me contó que el mueble había sido retocado cuando él era un niño. Me compartió que en el letrero estaba escrito el nombre de un obispo de apellido Cárdenas. ¡Se trataba de Fray Tomás de Cárdenas! Obispo preconizado como Titular el 1 de abril de 1565.

Ah, de Fray Tomás podríamos escribir textos y más textos. El mejor de todos los obispos de la primera hora de Verapaz. Y quién sabe si no también de la segunda y la tercera…

Introducir la cabeza en aquel confesionario me permitía una especie de acceso a Narnia y, respirando aquellos aires densos me transporté a los archivos, hoy perdidos, de aquella Sede Episcopal. Así, me enteré de que nosotros, Verapaz, éramos un solo territorio hasta que Injusto Rufián Barrios, perdón, digo Justo Rufino Barrios, mediante el Decreto No. 64 del Ejecutivo, nos partió en dos en 1877. División que no fue del parecer de los habitantes de aquella época y habida cuenta de que la sociedad verapacense había sido golpeada frecuentemente por la corriente liberal en las versiones de Rufino Barrios y Estrada Cabrera, hemos tenido cierta propensión al conservadurismo. Tanto que aún decimos: «Mejor lugar para las estatuas de Barrios y García Granados no pudieron haber escogido en la ciudad capital de Guatemala: Encabezando una fila de animales en la Avenida La Reforma».

Así, las familias mestizas eran mitad conservadoras y mitad liberales. En medio quedaba el mundo q’eqchi’ riéndose de nosotros.

Calich lo decía. Aquel compañerito bajito y barrigón, lo decía: «Nada saben ustedes de la historia» y, señalando hacia el sur indicaba: «Allá queda Guatemala, nosotros no éramos Guatemala».

Nunca supe cómo murió Calich. Todo apunta a que sus ideas no cuadraron en la mente de ciertos mandamases y un día de tantos, los orejas que sobreabundaban en Cobán en las tres últimas décadas del siglo pasado, hicieron uno de sus tantos horribles trabajos.

Calich nos preocupaba cuando decía semejantes dislates frente a nuestros maestros de escuela primaria, disparates que lo fueron en mi imaginario hasta que leí las Cédulas Reales atinentes a la creación de la Provincia de Vera Paz, parangonada a la de Guatemala, Chiapas, Las Hibueras y otras aledañas. Lo recordé muy particularmente cuando recreé un diálogo entre Bartolomé de las Casas y Aj Pop O’ Batz, el Aj Jolomná (Cacique de caciques) de toda la Tierra de Guerra que luego fue nombrado Gobernador Vitalicio por Carlos V y su hijo Felipe II.

Como Tierra de Guerra identificaban los nahuas al territorio primero llamado Sa’ Monká (el que sueña, el que piensa, el que trasciende), antes de la invasión ibérica; luego Tezulutlán (tierra de los tecolotes en Nahua), reconocida como Tierra de Guerra por la resistencia que se puso a la invasión; y por último, luego del intento del Proyecto Lascasiano, Verapaz. Duró hasta la intervención del señor de las barbitas que aparece en los billetes de cinco quetzales.

El diálogo al que hago alusión está tomado de la novela Bartolomé de las Casas. La novela del Protector de los Indios, de mi autoría. Se publicó en Madrid, España, el 14 de octubre del 2014 por medio de Áltera Ediciones, y recrea el momento en que Las Casas y Aj Pop O’ Batz discuten acerca de la delimitación del territorio. Analicémoslo.

«—Los límites —arguyó Las Casas—. Hablemos de los límites porque son muy importantes.

»Contrario a lo que creyó Las Casas, el Cacique de caciques no tuvo el menor problema para señalar en el horizonte imaginario:

»—Al norte, los ríos Sibún y Sarstún, del otro lado están los itzaes. Al sur, el río que vosotros llamáis río Grande, el Motagua de nosotros. Al oriente, el Gran Nimá, la mar que llamáis Atlántica, cuyo almirante será Pedro de Alvarado si os descuidáis porque del Sur ya lo es —una discreta sonrisa de burla se pintó en su rostro al ver la cara de desagrado del fraile—. Al occidente, el único límite preciso: el río Colum Tejilá, el ahora llamado Chixoy. Del otro lado están los de Zacapulas y los de Uspantán.

»Aj Pop O’ Batz tuvo que suspender su relación cuando vio la palidez de Las Casas. Era obvio que la descripción de los límites de Tezulutlán había sorprendido al fraile. Bartolomé de las Casas creía que el territorio era mucho menor.

»—¡Es enorme! ¡Enorme! —dijo desconsolado.

»—¿Y qué queríais? —rezongó Aj Pop O’ Batz—, ¿una pequeña porción de tierra como la que pretendisteis gobernar en Cumaná? ¡Nooo fraile!, las cosas aquí son diferentes. Vos pensasteis que Tezulutlán era Chamil y Chamelco, el pueblo que fundaremos cuando me bautice… y Chi Mon’ha.

»—Chi Mon’ha, este último, ¿es el lugar que me pareció bueno para el calpul principal?

»—Sí.

»—La capital de la Provincia —susurró Las Casas después de un suspiro.

»—¿Una provincia? Mucho pretendéis —replicó el Cacique.

»—No considerándoos a vos. El rey Carlos no es tan estúpido como algunos de sus representantes que gobiernan en la Provincia de Guatemala. Por cierto, el lugar, ¿no se llama Cobán?

El lugar se llama Chi Mon’ha —esclareció Aj Pop O’ Batz—, le dicen Cobán porque es un lugar que visto desde donde sea, está nublado todo el tiempo. Kob’an quiere decir lugar nublado. Mon’ha es la diosa que se adora allí, la deidad ancestral que se relaciona con el agua. Su templo está en una colina en el centro de Chi Mon’ha. Chi quiere decir lugar de…»

—o—

Bien. Los vórtices localizados a las inmediaciones de La Calle Real nos han permitido conocer minucias de la primera hora de Vera-Paz y su partición; el origen del nombre «Cobán» que puede constatarse en el Diccionario Motul; la interacción de Bartolomé de las Casas y el Aj Jolomná de toda la Tierra de Guerra, don Juan Aj Pop O’ Batz; también, de Mon’ha, la diosa del agua que se veneraba en el lugar donde, en el parque central de Cobán, construyeron ese horrible quiosco que más parece una portaviandas de mal gusto; el porqué de las familias conservadoras y liberales; y, la hilaridad —de burla que no de fiesta— provocada por nuestras calenturas políticas en el mundo q’eqchi’.

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Trasladémonos ahora a un lapso entre 1916 y1960. Recorramos la calle del parque hacia el occidente. A mano derecha encontraremos dos edificios separados por pequeñas casas pero unidos indisolublemente por la historia, la leyenda y el jolgorio estudiantil.

Uno, alberga ahora a la Dirección Regional de Educación. Allí, funcionó el Instituto Normal Mixto del Norte (sin el horroroso nombre que le zampó a punta de pistola un grupo de achichincles del Movimiento de Liberación Nacional). El otro, es un hotel al que dio paso una pensión en cuya entrada se localizaba una cantina donde Virgilio Rodríguez Macal revisó las ediciones sucesivas de algunas obras que lo inmortalizaron. No tanto de forma, sino de fondo. Él no era de revisar y corregir. Sus obras, igual que El Gabo, las escribía de un solo como decía la egregia dueña de la cantina.

Juan José Guerrero

El momento no aconseja mencionar nombres y apellidos pero sí apodos. Por razones que desconozco, a la dueña la apodaban Cotorra, y nosotros, alumnos del Instituto —educados que éramos—, le decíamos Doña Cotorra. Allí, entre el Instituto y la Cantina de Doña Cotorra, se escribió aquella canción que en los años 70 del XX fue llevada hasta la mismísima Huelga de Dolores:

Los estudiantes del Norte
son unos buenos muchachos,
pero tienen un defecto, ¿cuál?:
que son un poco borrachos… 

Esa cantilena siempre terminaba con la del estribo y a la carrera, porque a Doña Cotorra la enfurecía el inicio de la segunda parte:

Doña Cotorra sírvame un trago
que no soy vago, voy a pagar…

Y allí, en dicho merendero, conocí a don Virgilio Rodríguez Macal y a Pruden Castellanos cuando, enamorado uno del misterio verde, y de su público el otro, pernoctaban no precisamente en el bar, sino en el hotel. El parador propiamente quedaba en el segundo nivel. El hotel era céntrico, relativamente cómodo, muy seguro porque a pocos metros estaba la estación de policía, y era equidistante de los lugares más importantes del pueblo. Para comer, si se estaba hospedado allí, era obligado bajar al bar. De esa cuenta sobrevinieron nuestros encuentros con Virgilio Rodríguez y Pruden Castellanos, aunque no siempre pernoctaban en dicho lugar. Lo hacían cuando llegaban para investigar y no deseaban ser acaparados por algunas familias que se peleaban por tenerlos en casa.

Don Virgilio a veces dialogaba con nosotros, patojas y patojos que íbamos a la escuela primaria o al ciclo básico. Pruden Castellanos era más locuaz. Incluso, nos reunió un día de tantos a un grupo y nos recitó una parte del monólogo Las manos de Eurídice. Yo tenía 16 años y dicho sea, fue la primera vez que escuché un monólogo.

Fue allí cuando, a la vera de La Calle Real de Santo Domingo de Cobán, don Virgilio, nos oyó discutir acerca de uno de sus personajes: Lish Zenzeyul. En una de sus obras indica que Zenzeyul navegó en el río Chajmaic cierta cantidad de kilómetros que —según Calich— no cuadraban con la verdadera longitud del río. Y, sin bajar la voz, nos lo advertía. Rodríguez Macal se interesó entonces en nuestra plática. Nos explicó algunos recovecos hidrográficos y cómo el río tomaba diferentes nombres. O, a ratos, se hacía subterráneo. Calich siguió en desacuerdo. Nosotros, sus compañeros, no conocíamos aquellos vastos y vírgenes territorios por lo que nada podíamos opinar, empero, Calich de allá venía. Indistintamente de ello, el contacto con estos protagonistas del arte, a nosotros, niñas y niños de un departamento casi aislado, nos marcó la existencia.

—o—

Carecer de pan caro y comer solo tortilla (Bendito sea Dios y alabado sea habría dicho mi abuela materna) no significó carecer de conocimientos. La diferencia con mis amigos capitalinos —que los tenía— era que el saber lo obteníamos, en buena parte, de la naturaleza en vivo o de la fuente primigenia.

Uno de los problemas que teníamos algunas veces para entendernos era cuando llegaban a la escuela compañeritos del área poqomchí. Entendí entonces que en Alta Verapaz no habíamos solo q’eqchíes y mestizos. Así como se le dice «Cobán» hasta al Biotopo para la Conservación del Quetzal localizado en Purulhá, Baja Verapaz, todo lo relacionado a la Verapaz del Norte, en cuanto grupos sociolingüísticos, se asimila con el mundo q’eqchi en una injusta generalización. Realmente, no somos los únicos. Afortunadamente, a los hermanos y hermanas de los otros grupos y municipios no les molesta.

La distribución mencionada no viene de poco tiempo atrás. Estamos arguyendo de la primera hora de Verapaz. Otro diálogo entre Las Casas y Aj Pop O’ Batz nos lo demuestra:

«—En Tezulutlán no vivimos sólo los kekchíes. En las zonas bajas, al sur, están los achíes; en las márgenes de los ríos Polochíc y Motagua están los pokomchíes; al norte, viven los choles y los acalaes. Los choles están más al nororiente y los acalaes al norte y al occidente. Cerca de ellos, los lacandones.

»—Eso embrolla el proyecto igual que el tamaño del territorio —expresó Las Casas preocupado—, yo sólo he hablado de los kekchíes al Rey. ¿Cuál es la postura de todos ellos? Me refiero a los otros grupos.

»El cacique Aj Pop O’ Batz mostró una ansiedad inusual en él.

»—Los acalaes están en franca rebelión. Inicialmente aceptaron mi autoridad pero luego, cuando supieron de mi amistad con vos, se alejaron completamente de mí y de los míos. Están en pie de guerra.

»—¿Y los lacandones?

»—De los lacandones nunca se sabe».

Esta distribución sociolingüística se ha mantenido hasta la actualidad. Naturalmente, con las variaciones que se han sucedido en los últimos 500 años. Particularmente, por la migración endógena que provocó el conflicto armado interno; la destrucción de bosques y selvas para la implantación de monocultivos vg., de Palma africana; el éxodo de gente de la Costa Sur y el Oriente de Guatemala para adquirir parcelas en el municipio de Fray Bartolomé de las Casas, Ixcán y tierras bajas (sur) de Petén; y la reducción geográfica del territorio a lo que hoy se conoce como Alta Verapaz donde quedamos casi, solo q’eqchíes, poqomchíes y mestizos. Vale la pena acotar que los acalaes desaparecieron entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII.

Continuemos con los vórtices.

Para salir de Cobán hacia cualquiera de los 17 municipios que conforman el departamento de Alta Verapaz, es preciso transitar aunque sea una cuadra por La Calle Real. El de más reciente creación es Raxruhá. Los otros son: Cobán, San Pedro Carchá, San Juan Chamelco, San Cristóbal Verapaz, Tactíc, Tucurú, Tamahú, Panzós, Senahú, Cahabón, Lanquín, Chahal, Fray Bartolomé de las Casas, Chisec, Santa Cruz Verapaz y Santa Catalina La Tinta. Casi todos, fundados y construidos en alguna de las márgenes de los ríos Cahabón o Polochic. ¿Razones? Defensa o transporte para comercio. Defensa no exclusivamente contra los españoles sino en relación al posicionamiento y reposicionamiento que estaba acaeciendo entre los pueblos devenidos de la gran civilización maya al momento de la llegada de dichos ibéricos, y transporte para comercio porque algunos, como los pokomchíes, eran netamente comerciantes.

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Calich decía refiriéndose a los habitantes de todo el territorio: «No se puede llamar cobanero a quien no tome boj, no coma chile, no nade en río y no sepa q’eqchi’». Y es muy cierto. Así lo creo. Quien sea altaverapacense y no cumpla con tales condiciones, mínimo, debe adjetivársele con un cariñoso ¡Mishná! (Averigüe usted, amigo lector, el significado).

Hay suficientes razones para que los altaverapacenses seamos así: apegados a nuestro terruño, hablemos uno de los idiomas mayas de la región, nuestra cocina sea encasillada dentro de lo autóctono del lugar y nademos como peces en río.

Analicemos en el siguiente segmento las principales causas sociológicas y antropológicas de nuestro ser y estar que ha trascendido hasta el Tercer Milenio de la Era cristiana y al Oxlajuj Baktun del calendario maya.

—o—

En principio, son los q’eqchíes y poqomchíes quienes nos han transmitido valores a los mestizos. Muy poco ha significado para ellos la vertiente inversa. Y hemos aprendido de ellos, cuando menos, cuatro pilares de la conciencia social de los pueblos: Educación, Filosofía, Moral y Religión.

Para una adecuada diferenciación, nominaré con mayúscula inicial las palabras Educación, Filosofía, Moral y Religión cuando me refiera dichos pilares. Así los llamó —pilares— el historiador Horacio Cabezas Carcache, mi profesor de Sociología de la Educación y Metodología de la Investigación en la Maestría en Docencia Universitaria (Cabezas, 1990). Dicho sea, su impronta en mi vida académica me permitió escribir De Castilla y León a Tezulutlán Verapaz. La sobrehumana tarea de construir un país autónomo en el Nuevo Mundo del siglo XVI (F&G Editores, 2007). Y mucho de lo que expongo en cuanto a nuestra conciencia social en este ensayo, está extractado de dicho libro.

Educación de los pueblos

Hemos de entender Educación como la manera en que estos pueblos preparan a la niñez y la juventud para enfrentar la vida. Esta concepción se encuentra no pocas veces en trayecto de choque con la definición que la llamada educación formal da respecto del mismo término. Para entenderlo mejor, ejemplifico la situación con el fenómeno Talita Kumi. Éste es un proyecto de desarrollo para la mujer indígena q’eqchi’, está mediatizado por salesianos que han logrado inculturarse en la región y tiene características muy especiales. Entre ellas, el tipo de educación en sus escuelas. Una escuela Talita Kumi (Talita Kumi significa en arameo: ¡Niña levántate!) tiene el siguiente horario: por la mañana, se atiende todo lo que el ministerio de educación exige en cuanto a educación formal; por la tarde, se provee todo aquel conocimiento ancestral, popular o necesario para que, desde su ser q’eqchi’, las jóvenes puedan enfrentar la vida con dignidad y éxito; por la noche, se atiende la escuela de padres de familia, donde se socializan los conocimientos de las hijas, no sólo para sintonizar a los progenitores con los conocimientos que sus hijas están adquiriendo, sino para tecnificar los conocimientos populares en orden a los tiempos que se viven. El perfil de egreso, al terminar el ciclo de educación básica (15–17 años), es una joven q’eqchi’ que ha reforzado su idioma con una excelente gramática, con un dominio adecuado del idioma español, en capacidad para ingresar a cualquier tipo de bachillerato, y que no dejó de lado su identidad, costumbres y tradiciones.

Asimismo, la joven indígena q’eqchi’ que pasa por estos programas ha aprendido técnicas y procedimientos que le permiten sembrar y cosechar no solamente el frijol y maíz ancestrales en sus pequeñas parcelas de tierra (minifundios de media manzana o de menor área), sino alternarlos con cultivos no tradicionales que permiten una reingeniería de la tierra y, a la vez, les abre a ellas nuevos horizontes en cuanto a su alimentación o exportación, porque ha sido tal el impacto de fusionar la educación formal con la Educación de los pueblos, que se han formado pequeñas cooperativas de mujeres que están exportando helechos a Europa. De tal forma, se hace realidad lo expresado por Juan Martini:

«Con los mismos materiales, con estos mismos materiales, la historia puede organizarse de otra forma. (…) Con el mismo elenco, y con los mismos temas, me dice el hombre, no sólo es posible organizar muy diversas versiones de la historia sino también, a partir de cualquiera de sus elementos, internarse en otras historias, en un número inimaginable de relatos que, en la medida en que se desarrollan, se alejan del corazón de estos hechos y configuran otros núcleos, otros sistemas, otras historias…» (Martini; 1997: 3).

De manera similar, mis compañeros q’echíes, mestizos y yo aprendimos a pescar, sembrar maíz, escrutar el tiempo, predecir las heladas y las sequías (no “sequillas”), crear y recrear nuestra historia. A la par y un tanto rezagada, la educación formal.

Filosofía de los pueblos

De la Filosofía como elemento de la conciencia colectiva, se dice que es la forma de pensamiento o la manera de pensar de los pueblos. No obstante los quinientos años de represión intelectual, física y espiritual, el pensamiento colectivo ha estado presente en las culturas de Verapaz en los siglos próximos pasados. La definición parece muy reduccionista pero su dimensión se aprecia cuando se logra una aproximación cultural más que socio-antropológica para estudiar la riqueza que palpita en el corazón, montañas y valles de todos los pueblos altaverapacenses. Si bien es necesario aclarar que no ha habido gran cantidad de pensadores que hayan legado sus reflexiones filosóficas ―o por lo menos no han llegado a la Verapaz actual―, sí se puede afirmar que estos pueblos tienen conceptos muy peculiares y determinados acerca de sí mismos y del mundo que los envuelve. Entre esos conceptos representativos e inconfundibles está el espíritu de libertad y autonomía que les dejó el periodo 1537-1566/68 (no sujetos a la Real Audiencia de Guatemala ni a la Audiencia Real de los Confines) y el hecho de haber estado por fuera del entorno de las encomiendas, los repartimientos y el esclavismo.

Así pues, la Filosofía q’eqchi’ parte de la vida, y ésta es siempre aceptada como algo positivo en la lucha vida-muerte, de tal manera que esa misma tensión es la que da forma a la vida humana en su realidad más profunda. Según José Parra Novo: «El objetivo de la sabiduría, de la religión y de la cultura es siempre la existencia humana» (Parra Novo, 1994, 3).

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A diferencia de la idea a veces ininteligible que tienen sobre la persona los oriundos del Primer Mundo, en el concepto de los q’eqchíes, el hombre está compuesto por Cuerpo, Espíritu, Corazón y Sombra. El último elemento (Sombra) varía en su nominación de Mesoamérica a Suramérica, pero estos principios de vida son traducidos igualmente a lo largo y ancho de Latinoamérica: Cuerpo, lo material, lo palpable; Espíritu, el aliento, el principio vital; Corazón, el individuo, la persona; Sombra, la agilidad, la fuerza.

La persona humana es un ser de dos dimensiones: hombre y mujer, articulados con la idea de la complementariedad de los sexos. El concepto de persona no puede entenderse rectamente si no es en relación a una integración armoniosa del ser humano a través de la institución familiar. El hombre y la mujer conforman una unidad ritual que queda patente en el servicio de las asociaciones o sociedades que se conforman en los pueblos donde, tanto el hombre como la mujer, tienen marcado de antemano su servicio, su trabajo y su papel concreto. El individuo, pues, se entiende como un estar en camino de personalización.

Por otro lado, en los pueblos indígenas q’eqchíes la persona se define también, y de forma muy clara, en función de su integración solidaria en la comunidad y en su apertura y unión a la totalidad del cosmos; tanto al universo de los espíritus por su alma, como al universo material por su cuerpo. La familia y la comunidad son importantísimas en su existencia. Los padres aman entrañablemente a sus hijos y los reciben siempre como una bendición. Los padres educan a los hijos, desde muy pequeños, en las labores de la tierra y del hogar; y dependiendo del sexo, será el papá o la mamá quien vaya inculcándoles sus obligaciones y responsabilidades.

Los ancianos, transmisores de la tradición y sabiduría de los antepasados, tienen por su experiencia un peso muy importante en la familia. «Ellos son el baluarte de la cultura, amados y respetados como autoridad, que ejercen por medio de la palabra y de ritos diversos». (Parra Novo, 1994, 5).

Estos conceptos filosóficos de los pueblos verapacenses han anunciado al mundo que hay una resistencia de pensamiento contra las corrientes extranjerizantes. El tema de los ancianos por ejemplo, mientras en los países del Primer Mundo es tratado desde la perspectiva de su atención en establecimientos tipo asilo, en estas culturas es compromiso de transmisión de valores y autoridad moral. Me pregunto: en este orden, ¿quiénes serán los países de tercer mundo? (con minúsculas).

Si comparamos la Filosofía indígena con el postmodernismo imperante en América del Norte y que está siendo exportado a Latinoamérica, la filosofía venida de allá, o mejor, ese modo de pensar postmoderno, implica composturas ideológicas e imaginativas que afectan desde las manifestaciones artísticas concebidas como señal de cultura hasta las más heterogéneas manifestaciones clínicas de deterioro en cuanto a salud mental respecta. Las clínicas psiquiátricas tienen por esa causa una alta incidencia de ansiedades en grado superlativo, depresiones, intentos de suicidio, angustia constante y muchas enfermedades más que afectan la conducta humana.

Una nueva forma de ver la vida, una nueva disposición de valores que las más de las veces son antivalores, otra manera de relación familiar, diversos modos de relación social interpuestos muchas veces por los factores postindustriales; todas éstas y muchas otras son características de ese modo de pensar, tan distinto de la disposición espiritual y psicológica de las cosmovisiones que buscan descifrar el misterio de la finitud del ser humano en la vertiente del tiempo mediante la interpretación del universo.

Cuántas veces, a la luz de la luna o bajo la bendición del chipi-chipi (concepto y palabra ya aceptada por la Real Academia Española), en La Calle Real de Santo Domingo de Cobán hablamos y discutimos de ello. Por supuesto, sin dejar de lado las historias de La Llorona, La Siguanaba y El duende.

Nuestro problema era el día siguiente: la educación formal. ¡Ay Dios!, tan alejada de lo que compartíamos la noche anterior. Bueno, cuando menos, aceptábamos que 2 + 2 era igual a 4. Pero nunca accedimos a encarnar que Tecún Umán era tan bruto pero tan bruto que no distinguía un caballo de un español. ¡Claro!, intuíamos el metamensaje.

Moral de los pueblos

Tradicionalmente, en la educación formal, se nos ha enseñado que moral es hacer el bien y evitar el mal. Y es correcto. Pero, ¿qué es ese bien? Y, ¿qué es ese mal? En las culturas indígenas y mestizas de Alta Verapaz está claramente definido. Ciertamente, lo que para unos pueblos es bueno, para otros puede ser malo. Sin embargo, existe un sustrato, una base, una esencia y fundamento dentro de las cosmovisiones ―que es común a todos los pueblos de la antigua Tezulutlán― sobre la moral y particularmente, sobre la manera de enseñar qué es ese bien y qué es ese mal.

De inicio, el método de enseñanza de la Moral es más persuasivo que impositivo, se mantiene hasta cerca de los diez años de edad y es muy común en todas las familias. Cuando no se sigue esta metodología los resultados son inadecuados. La corrección de niños y niñas en los pueblos de Verapaz es muy propia. Nunca se corrige con imposición o golpeando, con gritos o movimientos bruscos, sino con respeto, sin exigir, diciendo las cosas calmadamente y sin exteriorizar cólera o violencia. Los ancianos juegan un papel muy importante en esta enseñanza. Primero enseñan a discernir entre el bien y el mal, luego, fomentan convicciones (no arrancan decisiones) para optar por el bien, por su bien, el de su cultura, el de su cosmovisión. Sin embargo, todos los ancianos consultados antes de estructurar este escrito estuvieron de acuerdo en que, cuando el niño es pequeño siempre tiene lugar algún regaño, por medio de palabras y con tranquilidad; cuando se va haciendo grande, como de unos diez años, si no hace caso de lo que se le dice se le puede tratar con mayor dureza, «tirándole de las orejas y dándole alguna palmada en las nalgas» sin provocarle daño a su cuerpo. En esta corrección hay una diferencia sustancial según el sexo: a los varones se les trata más duro, a las mujerescitas más suave, porque se asustan si les hablan recio. Por eso se tarda más en dar ideas y corregir a las mujeres que a los hombres.

Algo importantísimo en estos pueblos es el proceso de enseñanza por testimonio. No se trata solamente de sermonear a los niños y jóvenes; se pretende desde muy pequeños que aprendan con el ejemplo. Los papás tienen una función muy importante en la enseñanza sobre el bien y el mal porque ellos son los primeros que tienen que dar el ejemplo. Los niños aprenden de lo que ven y oyen de los mayores y de la vida de los ancianos en la comunidad.

La educación en general, pero principalmente la enseñanza de la Moral en el mundo indígena y mestizo de Alta Verapaz, no sólo mira la persona y la familia, sino que educa también para la comunidad. Todo lo que envuelve al niño en la aldea o el pueblo es marcadamente comunitario: el trabajo de la tierra y de las siembras, las fiestas, las celebraciones. Los niños van observando, escuchando e introduciéndose en el contexto, pero sin que falten las correcciones necesarias.

Tenemos un problema serio: El gran valor de la armonía y respeto a todo lo creado se está perdiendo. Y lo más grave, adultos y ancianos ven en la educación formal un sistema que olvida o desprecia estos valores, como la conservación de la naturaleza por ejemplo. Consecuentemente, la educación oficial no encaja con el ser indígena q’eqchi’ y es rechazada y criticada por los mayores de forma reiterada. El mestizo sí la acepta, evidenciándose así el resquebrajamiento manifestado precedentemente. Un anciano que entrevisté en Santa María Cahabón, en los confines orientales de Tezulutlán me decía:

«Los patojos cuando van a la escuela pierden todo lo que les hemos enseñado en la comunidad, porque no enseñan bien, no es buena la escuela… no enseña a ser respetuosos. La escuela enseña a nuestros hijos a ser malcriados y a tener vergüenza de nuestras costumbres. Aprenden malas palabras, a burlarse de los ancianos y a maltratar a sus compañeros…» (Pop Tzij, Andrés; entrevista 8 agosto 2005).

Y así, en nuestra infancia, aprendimos que no todo lo que aparentaba ser bueno lo era, ni todo lo malo era tan malo como nos dijeron. Por ejemplo, que los ritos mayas se trataban de brujería pura y que aprender «esas lenguas del diablo significaba un terrible atraso».

Religión de los pueblos

Cuando me refiero a la Religión de los pueblos como componente de esa conciencia social, defino acerca de la manera o la forma en que los pueblos y culturas estudiadas se comunican con Dios, con su dios o con sus dioses. En esta significación, hay un acercamiento con la concepción judeocristiana de la palabra religión cuya etimología latina, el verbo Re-ligare, significa estar ligado, doblemente ligado a Dios: El Creador que se manifiesta al hombre, y el hombre que le responde si lo desea. Así, tanto las cosmovisiones como las concepciones religiosas cristianas de la actualidad tienen en principio un Re-ligare similar.

En la manifestación histórica de Dios a las antiguas civilizaciones y culturas, las cosmovisiones han jugado un papel muy importante en esa doble unión que en los pueblos q’eqchíes se ha exteriorizado y presentado como una integración con el cosmos. «La persona no queda eclipsada por Dios, sino integrada armoniosamente a Dios, a los demás y a la naturaleza». (Parra Novo, 1994, 4). Se podría argumentar incluso que esta unificación, ha sido y es una contribución de las cosmovisiones de Abya-Yala a las iglesias cristianas de América y El Caribe mediante un sincretismo singular que las ha enriquecido. Las cosmovisiones evidentemente han retomado su lugar en medio de muchas dificultades y, aunque no se desee por parte de algunos sectores eclesiales conservadores, es imposible negar la conciliación que existe con el catolicismo.

Un venerable anciano maya-q’eqchi’ me explicaba en días pasados la concepción de su vinculación con Dios a través del Tzuul Taq’a, figura a la que equivocadamente se le ha llamado El Dios del Cerro por parte de mestizos urbanos en Cobán. Me decía así:

«El Tzuul Taq’a no es el Dios del Cerro como creen algunos de ustedes y otros supuestos ladinos (sic) del pueblo urbano… El Tzuul Taq’a es la presencia visible de Dios invisible, la presencia cercana de Dios lejano. No se contrapone al único Dios, sino lo manifiesta más cercano, en íntima relación con la vida, con el alimento de cada día, con todos los seres vivos… Al Tzuul Taq’a no se le reza, se le habla, se le pide, se le ofrecen dones y se le adora. Pero principalmente se le habla… Y se manejan dos conceptos si te das cuenta: el Tzuul y el Taq’a. Lo bajo y lo alto, el inframundo y el supramundo, el mal y el bien, la tierra y el cielo de ustedes. El inframundo es un lugar oscuro, sin vida y de donde ninguna persona que entra vuelve a salir. La oscuridad es una de sus características y se asocia con las tinieblas. Allá van los malos, los violadores de la naturaleza, los que roban, los que matan… Nosotros ―me decía― tenemos el concepto de Dios Madre y Padre en nuestra cosmovisión y si te fijas bien no estamos confrontados con ninguna religión…El Tzuul Taq’a desea solamente que seamos justos, que todos nos preparemos para la vida, que los niños tengan suficiente comida, que tengamos tierra para vivir… que no nos esclavicen… y que respetemos la naturaleza… ».

Sincretismo o no, más claro no se pudo haber expresado.

—o—

Una enorme campana, la mayor del campanario de la Catedral de Santo Domingo de Guzmán ha sonado y nos ha traído de vuelta al parque central. La campana vuelve a sonar y ¡oh, sorpresa!, convocó a Calich y a los compañeritos de La Calle Real. Vienen cantando. Me indican que he rebasado el límite de tiempo para escribir este ensayo y que debo ir con ellos a buscar a Virgilio Rodríguez Macal y a Pruden Castellanos. Calich tiene ahora datos más exactos de la longitud del río Chajmaíc y piensa demostrárselo con GPS. Pruden, según dicen, nos espera para declamarnos el segmento de Las manos de Eurídice que quedó en ciernes allá por 1966. Otro ¡donggg! de la campana provoca que el grupo me pida casi certificar —en este escrito— la fecha de fundación de Santo Domingo de Cobán: 4 de agosto de 1543. Es que, según dicen, algunas mentes calenturientas quieren hacer historia aseverando fechas incorrectas. Les prometo que lo haré. Me uno a ellos y de colero voy cantando:

Vamos muchachos vamos cantando,

vamos bailando por la Calle Real…

 

Cabezas, Horacio. (1990). Sociología de la Educación. Expediente de Asignatura. Guatemala: Humanidades, USAC.
Guerrero, Juan J. (2007). De Castilla y León a Tezulutlán Verapaz. La sobrehumana tarea de construir un país autónomo en el Nuevo Mundo del siglo XVI. Guatemala: F&G Editores.
Martini, Juan. (1997). «La máquina de escribir». En Raquel Rivas Rojas, Sujetos, actos y textos de una identidad: de Palmarote al Sacalapatalajá. Caracas: Fundación Celarg (Colección Cuadernos). 
Parra Novo, José. (1994). Persona y Comunidad Q’eqchi’. Guatemala: Ak’ Kutan.
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