Podemos alzar los brazos en nombre de Olympe de Gouges, la mujer que redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana en 1791, la misma que cuando iba a ser decapitada tuvo el coraje de exclamar: «Si la mujer puede subir a la guillotina, también debería reconocérsele el derecho de subir a la tribuna».
O podríamos cantar odas a las hermanas Mirabal, también conocidas como las Mariposas, que se opusieron a la dictadura de Trujillo y fueron cruelmente asesinadas el 25 de noviembre de 1960. En honor a estas valientes mujeres se decidió conmemorar en esta fecha el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer.
Podríamos vitorear con orgullo el nombre de Marie Curie, la primera persona en recibir dos premios Nobel y la primera mujer en ocupar el puesto de profesora en la Universidad de París.
También sería más que justo celebrar el coraje de Teresa, la trabajadora del sexo que fue golpeada por un cliente al negarse a tener relaciones sexuales sin condón y que, pese a la agresión, decidió ir al Ministerio Público a poner la denuncia por violencia contra la mujer. O el de Marta, que sobrevivió a 14 puñaladas que le propinaron unos sicarios contratados por su exmarido.
Y la lista podría seguir. Podríamos elogiar la historia de tantas mujeres y madres «que adquieren la felicidad a cuotas y el sufrimiento al contado» (fragmento de un poema de Fernando Carrera). Todas ellas, las olvidadas, las reconocidas, las sin nombre, las nombradas… todas merecen ser recordadas.
Sin embargo, yo quiero dedicarles este 8 de marzo a las abuelas de Sepur Zarco, que rompieron su silencio de más de 30 años y levantaron su voz para denunciar a los militares que habían abusado de ellas a principios de los años 1980 y las habían convertido en esclavas sexuales.
Guatemala entera debe rendirles tributo a estas valerosas abuelas con perrajes multicolores y surcos en la cara. A ellas, que vencieron el miedo, el terror y la vergüenza para reclamar justicia. Sus memorias rotas permitieron completar el rompecabezas de abuso y terror que vivieron.
Romper ese silencio es un logro no solo para esas guerreras, sino también para todas las demás mujeres que sufren abuso y callan. También es un ejemplo para todos los hombres y todas las mujeres que durante tanto tiempo han callado y olvidado. Por eso este 8 de marzo les pertenece a las abuelas de Sepur Zarco, que al romper el silencio hicieron que naciera la esperanza.
«Y su silencio, el que guardaron durante décadas, ahora es una sentencia» (fragmento de La justicia de los perrajes).
Más de este autor