Yo las leo mientras miro el video de Start Me Up (Tatoo You, 1981), una de las primeras canciones que me enganchó con los Stones, en el cual las cámaras enfocan en alguna ocasión el rostro apacible de un baterista que viste una chaqueta formal y una camisa y exageran en el enfoque de un histriónico Mick Jagger, vestido con la ropa que por entonces se usaría para ir a una clase de aeróbicos.
Un par de semanas antes de morir, Watts había anunciado que no estaría en la gira de este año. Y los temores por su salud se dispararon.
Una muy bella crónica de El País, que firma Carlos Marcos, se refiere a Charlie Watts como ese hombre que detestaba salir de gira, pero que nunca se perdió ninguna y que tampoco perdía la oportunidad de visitar las pinacotecas de las ciudades por las que transitaba. Se ha hecho memoria también del papel de pacificador que él jugaba entre los egos de Jagger y Richards, incluyendo el episodio del puñetazo que le dio a Mick Jagger, que Richards cuenta en Life, su biografía publicada en 2010.
Sin embargo, tal vez quien mejor destaca los méritos de Watts es Alexis Petridis en su crónica en The Guardian, quien enfatiza la depurada técnica de Watts en la batería, la cual venía de su pasado tocando en una banda de jazz, el género que él veneró durante toda su existencia.
Watts fue la antítesis total del rockstar. En palabras de Petridis, Watts era «callado, divertido e infaliblemente modesto», un tipo alejado de los excesos de los otros miembros de la banda, con un matrimonio y una vida estables, y quien sin embargo tuvo un episodio de adicción a las drogas del cual habría salido gracias a la intervención de un Keith Richards —por increíble que parezca— que le habría pedido detenerse.
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No existe una comparación entre las vidas —y las muertes— de otros bateristas considerados como los mejores de sus tiempos, como Keith Moon, John Bonham o incluso la seguramente última gran estrella viva de esta constelación, Dave Grohl. Junto a ellos, Watts era simplemente un tipo tranquilo, caracterizado por una serenidad a prueba de terremotos políticos.
Al igual que en el video de Start Me Up, el paso de las décadas caracterizaría a los Stones por esa dualidad entre las imágenes siempre extravagantes de Jagger, Richards y Wood y las de un Watts elegante, impasible y caballeroso, que ponía una sonrisa de condescendencia en todos los escenarios, incluyendo esa actuación en La Habana (2016) en el concierto Havana Moon, que para mi gusto tiene su momento culminante en la interpretación de Sympathy for the Devil.
El momentum político, la visita de Obama, la supuesta apertura y los Stones tocando con toda la extravagancia posible en el malecón de La Habana, con Mick Jagger cubierto por una capa de plumas rosadas, con pantallas y luces por doquier… y con Charlie Watts sonriéndole con enorme tranquilidad a Keith Richards, con el tino del profesional que está concentrado en no perder detalle.
Led Zeppelin decidió separarse luego de la muerte de John Bonham. ¿Puede esperarse algo semejante de los Rolling Stones pese a que han perdido su alma? La respuesta seguramente la tendrán sus compromisos comerciales. Preservar la marca seguramente predominará sobre todos los demás factores.
Termino estas líneas escuchando Paint It Black interpretada en el Havana Moon, que no puedo evitar comparar con la versión de 1965, con Brian Jones y su citara. En ambas la batería de Watts sigue marcando el ritmo y conduciendo pese a las personalidades que lo rodean. Algo así como el teclado de Manzarek llevando la voz de Morrison.
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