Poseen el potencial de reducir gases de efecto invernadero, pues el uso de esta biomasa renovable para producir bioplásticos almacena dióxido de carbono (CO2) durante toda la vida útil del producto. Esta fijación de carbono en el material se puede extender por más tiempo si el material se logra reciclar o compostar. Para entender mejor el potencial de los bioplásticos veamos el siguiente ejemplo: sustituir la demanda global anual de polietileno con resina natural podría evitar liberar en el ambiente más de 42 millones de toneladas de CO2 al año. Esto es similar a las emisiones de CO2 generadas por 10 millones de vuelos anuales alrededor del mundo.
El mercado de los bioplásticos representa por ahora tan solo el 1 % del mercado mundial del plástico convencional. Se estima que la capacidad de producción mundial de bioplásticos aumentará de 4.2 millones de toneladas en 2016 a 6.1 millones de toneladas en 2021. Esto se debe a la falta de políticas públicas que estimulen esta nueva industria y al bajo precio del petróleo. Lo anterior fomenta la permanencia de la industria del plástico convencional y menos inversión en investigación y desarrollo de bioplásticos.
Pero las cifras ilustran una tendencia importante impulsada por consumidores que buscan productos amigables con el medio ambiente. Hoy en día, muchas personas en Norteamérica, Europa, Japón y Corea han comenzado a utilizar bioplásticos en su vida cotidiana. Grandes marcas de automóviles como Ford, Mercedes, VW y Toyota ya incorporan bioplástico en algunas piezas de sus vehículos. También Coca-Cola, Heinz, Unilever, Nestlé, Danone y Nike lo han comenzado a utilizar en sus envases y productos. En Guatemala y Costa Rica ya pueden apreciarse bolsas de contenido natural en supermercados y otros comercios. Hoy en casi toda Centroamérica se pueden encontrar productos de bioplástico de un solo uso, como vasos, platos y cubiertos, así como varios tipos de envases.
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Ahora bien, no hay que confundir los bioplásticos con los llamados productos plásticos oxofragmentables, los cuales están hechos de plásticos convencionales y contienen aditivos químicos para imitar la biodegradación. En algunos comercios del país se pueden encontrar bolsas con la etiqueta «oxobiodegradable». En realidad, estos aditivos solo facilitan la fragmentación del plástico. Pero este nunca se degrada por completo, sino que se descompone en fragmentos muy pequeños que permanecen en el ambiente. Por otro lado, el término biodegradable es una característica inherente de la mayoría de los bioplásticos. A diferencia de la oxofragmentación, la biodegradación es el resultado de la acción de microorganismos naturales, un proceso que produce agua, CO2 y biomasa como productos finales. Esta característica, así como el potencial de utilizar el producto final como abono orgánico o compost, es lo que hace del bioplástico una alternativa muy atractiva.
Es un hecho que el plástico convencional seguirá siendo parte importante de nuestras vidas: para el 2030, la industria de envases de plástico estará valorada en 375,000 millones de dólares, un aumento del 40 % en comparación con su valor en 2014. Esta realidad implica que el plástico convencional necesariamente tiene que gestionarse de manera adecuada a través de infraestructura para el reciclaje.
Sin embargo, las cosas no son tan fáciles con el reciclaje, como uno podría pensar. Y es que los productos de plástico no son todos iguales. Estas variaciones son tan grandes que es difícil clasificar los desechos en los procesos de reciclaje, además de que muchos países no poseen suficiente infraestructura para separar y reciclar. Por lo tanto, solamente el 9 % del desecho plástico se recicla en todo el mundo, el 12 % se incinera y el resto termina principalmente en vertederos o en los océanos. Este es uno de los grandes dilemas que tenemos que resolver en nuestro planeta por los impactos en la vida marina y en la humanidad misma.
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