Las izquierdas que llegaron al poder en Centroamérica continuaron las prácticas corruptas de los gobiernos de derecha, y sólo establecieron un cambio de elites. El pensamiento crítico que inspiró sus luchas ayer se volvió sacrilegio cuando hoy se aplica a ellos, y no han logrado establecer un cambio cualitativo ni en la estructura socioeconómica ni en la política de sus países.
Donde gobiernan o gobernaron las derechas vernáculas usaron al Estado para sobre enriquecerse ilegítimamente; empobreciendo a más de la mitad de la población y alimentando delincuencias y emigraciones masivas, con derivaciones hacia el crimen organizado en el primer caso y a crisis familiares y de valores en el segundo. Usando las teorías de sus ideólogos –que muestran correlación positiva entre consumo y crecimiento económico-, deberían concluir que la pobreza es una trampa que no sólo impide el progreso nacional sino que además afecta sus intereses por tener menos consumidores. Pero no les importa pues ya globalizaron sus inversiones, y les da igual dejar los países como un bagazo después de exprimirlos.
Los antiguos acaparadores de la tierra mutaron a financistas, y se aprovechan de la debilidad jurídica para obstaculizar el desarrollo de empresarios de menor tamaño e irónicamente de las capas medias, que serían sus mayores consumidores. Los regímenes prevalecientes en Centroamérica podrán ser cualquier cosa, pero no llegan a capitalistas. Controlan los medios de comunicación alentando miedos irracionales contra quien amenace sus intereses. Distorsionan la superestructura jurídico-política: contrario a los países capitalistas desarrollados, acá no hay pesos y contrapesos, las instituciones son débiles, hay vasos comunicantes entre los poderes del Estado y la ley es moldeable a sus intereses.
Pero lo más grave es que izquierdas y derechas confluyen en una crisis de valores: podrán alternarse en el poder, pero ello no sirve más que para cambiar de elite en el control y abuso del aparato estatal.
Nuevamente la historia ha evidenciado la gattopardización de los movimientos: todo cambia para que nada cambie.
Ante esa situación, ambas deberían buscar cuatro elementos básicos de un plan mínimo para que las sociedades funcionen, independientemente de la orientación ideológica del partido en el poder: condiciones de vida dignas para la población, política impositiva progresiva, ética en las instancias estatales y partidarias, e imperio de la ley.
El primero es un derecho humano básico, por lo que no sólo debería ser un objetivo REAL de los partidos de izquierda -y no sólo estar entre sus preceptos-; sino que también es de interés para los de derecha, pues sus empresarios tendrían más consumidores.
Lo anterior no puede lograrse sin que –entre otras cosas- pague más impuestos el que más tiene, que es el segundo elemento; así un Estado probo podría invertir entre otras cosas en mejor educación y salud para todos, y generar empleo con grandes obras de infraestructura. En sus viajes al mundo desarrollado las elites vernáculas admiran las condiciones de vida ahí prevalecientes, pero ello se logra porque sus colegas en esos países pagan altos niveles impositivos que acá ellos evaden o eluden, para no mencionar otras prácticas delictivas; dejando que la carga impositiva recaiga fundamentalmente en las capas medias –especialmente asalariadas-, y no en quienes captan la mayor parte de la riqueza nacional.
El tercer elemento -obrar con ética- está en las normas básicas de los partidos de derecha e izquierda. Las bases partidarias y el pueblo en general deberían reclamar que sus respectivas dirigencias las practiquen, y vencer el vergonzoso negativismo de “Fulanito robó, pero al menos hizo esta obra…”. A su vez, establecer la ética en el aparato estatal propiciaría que éste lo aplique al sector privado.
Finalmente, el imperio de la ley -incluso para cambiarla- no sólo ordenaría este maremágnumen que vivimos; sino que tambiénen marcaría la aplicación de los tres primeros elementos.
La interacción de los cuatro daría confianza para atraer inversiones y generar empleo, incidiendoasí en lo económicoy social para mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos.
Si al menos esos cuatro elementos comunes se obtuvieran, derechas e izquierdas podrían luego diferenciarse en todas las variantes que quieran.
El problema es que la elite de los partidos -de derecha e izquierda- no tiene interés real en cambiar la situación, por lo que esos cuatro elementos no están en su brújula. Siguen aspirando llegar al poder para aprovecharse del Estado para fines personales; y no para implementar un programa real en beneficio de la población, aunque eso esté en contra de sus correspondientes preceptos partidarios.
Queda a los militantes reclamarlo en sus respectivos partidos políticos, y a la ciudadanía en general a las autoridades electas.
(*) Columnista de ContraPunto
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