La riqueza del país, medida en figuras monetarias absolutas, fue de 58 000 millones de dólares al año, lo que posiciona a Guatemala como la economía número 76 en un ranking de 196 países.
¡Tenemos el récord Guinnes 2009 del bufé de comida más grande del mundo! Guatemala aparece ya recurrentemente en la lista Forbes de multimillonarios a nivel mundial y es el país con más helicópteros en Latinoamérica. No tenemos nada que envidiarles a los países ricos en cuanto a espectáculos, como los shows de Disney sobre hielo o excentricidades que van desde restaurantes colgantes donde una cena cuesta casi el salario mínimo mensual pagado en el campo hasta un carrusel al estilo parisino dentro de un centro comercial.
En promedio, cada guatemalteco ganaría unos $5 000.00 (Q39 000.00) al año, pero la realidad es que pocos ganan muchísimo más que eso y seis de cada diez viven con menos de $1 350 al año. El promedio de escolaridad es de cinco años de educación primaria, el cual baja a tres en la población de mujeres indígenas rurales, y ocupamos el primer lugar en desnutrición infantil en Latinoamérica. Uno de cada dos niños padece desnutrición crónica, cifra que sube a ocho de cada diez si son indígenas.
Es injusto decir que Guatemala sea un país pobre. Es un país rico donde viven pocos ultrarricos y muchísima gente pobre.
Explicaciones de nuestra situación socioeconómica abundan. Unos le echan la culpa al socialismo y otros al libre mercado. Sin embargo, las razones van mas allá de una simple y dicotómica discusión Estado-mercado.
Para entendernos hoy debemos ver la película completa. ¿Cómo llegamos adonde estamos? ¿Es que la historia puede darnos algunas luces?
¿Cómo el capital y los recursos productivos pararon en tan pocas manos? ¿Han estado así siempre?
¿Cómo se asignaron esos recursos desde un principio? ¿Cómo es entonces que el Estado ha permitido que estas desigualdades se mantengan sistemáticamente en el tiempo? ¿Es que no es el Estado la representación de los intereses y las necesidades a satisfacer de las mayorías en un sistema democrático? Y para rematar, ¿no son quienes proponen una reforma a la Constitución o quienes abogan por salarios debajo del mínimo actual quienes se han beneficiado del Estado y hoy pretenden desarticular la potencial ventaja de un Estado que proporcione herramientas a quienes nunca las tuvieron para salir de la pobreza por sus propios medios?
¿No es contradictorio que en nombre de la libertad y de la igualdad de derechos se impida que otros tengan las mismas oportunidades para competir en un sistema económico en el que la competencia para salir de la pobreza es crucial?
¿Por qué no hay más inversión de calidad en el país? ¿Será que las paupérrimas condiciones en que vive la gente atraen a ciertos inversionistas, pero a otros no? ¿Qué evita que las personas se eduquen y tengan mejor salud y acceso a servicios básicos mínimos para ser más productivos y atraer inversión de calidad? ¿Será que a la gente le gusta mantenerse pobre y enferma? ¿Cómo hacer que cada persona tenga más herramientas para generar más riqueza monetaria?
La depredación de los recursos de forma destructiva y sin un mínimo concepto de sostenibilidad (véanse los casos de los lagos de Amatitlán y Atitlán, de ríos como Salamá y La Pasión o de las selvas en el Petén) es producto del subdesarrollo económico y humano, es decir, de la falta de conciencia y de conocimiento de la riqueza implícita de la biodiversidad y de los ecosistemas, aunada a la idea cortoplacista de destruir para generar dinero inmediato. Es entonces imperativo que revisemos la forma como se ha pretendido crear riqueza en el país, la forma como se educa a cierta élite sobre la creación de riqueza y la forma como se aborda el debate público.
Por un lado, necesitamos invertir en capital humano: educación y salud para incrementar la productividad. Pero ¿quién invierte en capital humano si a los individuos no les alcanza para comer? ¿No debería ser el interés colectivo o la solidaridad de quienes conviven en el mismo país a través de diferentes instancias públicas?
El debate sobre la concentración de recursos productivos y la utilización de estos ha sido evitado por muchos años por quienes se benefician de dicha concentración. Y ya llegó el momento de sacarlo a luz sin tapujos.
Quienes conformamos la nación llamada Guatemala no podemos tolerar que se repartan las migajas que les sobran a algunos para levantar un nivel mínimo de condiciones para las mayorías y, en el proceso, mantener ese potencial humano debajo de umbrales de pobreza y pobreza extrema. No podemos seguir aceptando que el desarrollo integral de la mayoría de los habitantes del país pretenda alcanzarse con miserables salarios (debajo del costo de la canasta básica) y que se encierre a esa gran parte de la población en un círculo vicioso, cuando se puede lograr, en una generación, un cambio sostenible para que nuestros hijos y nietos vivan en un país donde exista un futuro de luz y prosperidad.
A ver. Piense en la idea de iniciar una empresa: los primeros años se invierte y se pone toda la fe en el éxito de ella. Los frutos del esfuerzo se verán al cabo de varios años de generar utilidades, aunque al principio estas deban ser reinvertidas. En este caso, utilidades monetarias y no monetarias que todos, todas y cada persona que vive en Guatemala disfrutaremos al gozar de los beneficios de una población más educada, más sana, más competitiva y, al final de todo, más libre.
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