Hace un par de días los periódicos decían que a Assange finalmente lo pide en extradición Estados Unidos, que Ai Weiwei lo ha visitado en prisión y que la salud de aquel se deteriora. Llevo un buen rato viendo lo que se escribe y dice sobre este tema en este universo que sataniza o deifica esa figura en la prolongación de explicar, a través de un relato de villanos y héroes, problemas sobre los cuales se prefiere no hablar de sus raíces o de sus posibles soluciones.
El pasado 11 de abril, cuando la embajada ecuatoriana, con una mal disimulada sonrisa, le abrió la puerta de la delegación a Scotland Yard, este capítulo de la historia del fundador de Wikileaks era previsible. Los siete años que pasó en la sede diplomática, de la cual llegó a ocupar el 80 % de sus instalaciones físicas, se vieron marcados por los constantes conflictos con el personal, con incidentes que llevaron a restringir su acceso a Internet y con el muy publicitado tema de las heces fecales en las paredes, al cual se refirieron con amplitud las autoridades ecuatorianas.
La decisión del Gobierno ecuatoriano, que seguramente viola todas las normas internacionales sobre el asilo, significó una ruptura con lo que Rafael Correa considera su legado en materia de política exterior, que, por cierto, le costó al contribuyente ecuatoriano dinero en esquemas de protección y espionaje en momentos en que la economía ya daba las señales del frívolo derroche y de la corrupción de la Revolución Ciudadana. En todo caso, la operación de la inteligencia ecuatoriana parece haber tenido múltiples beneficiarios, si se toman en cuenta los intentos de vender la información de los movimientos de Assange por parte de hackers españoles.
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La entrega de Assange tiene varias lecturas, seguramente concurrentes: la primera de ellas, una señal más del Gobierno de Quito sobre el cambio de modelo que experimenta al alejarse de la órbita de Caracas y del socialismo del siglo XXI. También puede interpretarse como una venganza por haber hecho pública información sobre empresas offshore en las que el presidente Lenín Moreno y su familia presuntamente estarían lavando dinero, presuntamente difundido por Wikileaks. Sin embargo, este colofón de una relación incómoda e insostenible en ningún caso podía arreglarse con un desalojo y con la entrega de las pertenencias de Assange, en apariencia sin la debida cadena de custodia, a Estados Unidos.
En todo caso, la promesa que obtuvo el Gobierno ecuatoriano de que Assange no sería extraditado a un país con pena de muerte parece aún más falsa cada día. Se espera que en la decisión sobre la extradición se discuta al menos sobre el Assange activista, a quien sus abogados pretenden convertir ahora en un periodista, dadas las particularidades de la legislación de Estados Unidos, aplicable a este caso.
Mención aparte merece el hecho de conceder y retirar una nacionalidad, lo cual refleja cómo los gobiernos ecuatorianos tenían esto en mente poco o nada a la hora de emitir pasaportes como moneda de cambio. Vergüenza absoluta.
Termino estas líneas recurriendo una vez más a una playlist que me trae canciones tan variadas como Everybody Says Hi, de Henry’s Funeral Shoe; God of Thunder, de Eagles of Death Metal, o Baby, Come On, de Josefin Öhrn + The Liberation, que me han servido de vía de escape sobre la coyuntura, marcada por las elecciones generales del domingo próximo. Las dejo como sugerencias si alguien las necesita durante el fin de semana.
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