Hubo uno muy importante en la mía y aunque no recuerdo la fecha exacta, sé que fue en el octubre de mis 16 años. Mi hermano mayor nos invitó a toda la familia a ver Rojo Amanecer, una película mejicana que cuenta la historia de una familia que vivía en el límite de la plaza de Tlatelolco durante el 2 de octubre de 1968.
En la película vi un rostro con el que había crecido, que era parte de la casa, y por el que nunca había sentido curiosidad de saber quién era. La imagen del Che estuvo presente en el gran cuarto que siempre compartieron mis tres hermanos, hasta que la vida nos separó. Al llegar a la casa fui directo a la librera de mis hermanos y agarré la biografía del Che que escribió Ignacio Taibo II, la que leyó también Jaime. Ese año, el cuarto de los libros de mi papá era un lugar muy diferente, mucho más interesante: descubrí libros que me hablaban de luchas de las que yo no sabía nada y poco entendía. Supe que mi papá, en algún momento de su juventud, había leído La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. Yo lo volví a abrir.
Ese año el Che iba conmigo a todas partes, en toda conversación. Él me llevó a descubrir, en la medida que mi edad me lo permitía, la historia de Cuba, del Congo, de Bolivia. Cuando supe que el Che había estado en Guatemala, conocí a Alfonso Bauer Paiz que vivió con él un corto tiempo, y escuché hablar por primera vez de Jacobo Árbenz y de los gringos como vecinos imperialistas. Pregunté qué había pasado en Guatemala y me respondieron los muertos y los desaparecidos. Y así me interesé en la política, en la historia y en la revolución. Decidí que cada cumpleaños del Che, cada 14 de junio, leería el poema de León Felipe (su poeta favorito) que, según el periodista boliviano Tomás Molina, recordó en sus notas tres días antes de morir: “Sí, tú nos enseñaste que el hombre es Dios…/un pobre Dios crucificado como tú…”.
El Che nació en 1928, Paula Carrera nació exactamente 80 años después. Yo le dije a Jaime que le tenía que poner Camila, por Camilo Cienfuegos, pero no insistí lo suficiente. Paula es la niña que he tenido más cerca de mí y que me ha sorprendido tremendamente. Le gusta escuchar la bachata de Juan Luis Guerra, su color favorito es el púrpura, se sabe la canción introductoria de la Blancanieves de Disney de tanto verla, le gusta la papaya, y ha comenzado a dar sus primeros pasos de ballet a raíz del final del Cisne Negro, la única parte que le dejaron ver sus papás.
Cuando Paula sea un poco más grande, quiero también compartir con ella el significado del día en el que nació, sobre todo el significado que tiene para mí. Porque ese día nació para muchos un ejemplo de lucha, de esperanza, de dignidad latinoamericana. Quiero que sepa del Che y con suerte, ella también leerá el libro que alguna vez compartió conmigo su papá y podrá plantear sus propias preguntas que la lleven a encontrar sus respuestas y sus caminos.
Sé que la generación de ella será una generación que vivirá en la tecnología sin sorprenderse y sin hablar de ella como novedad. Sé que el presente será inmediato, siempre; el pasado será algo de lo que se querrá hablar poco. Lejos de la generación de aquellos que como Ernesto Guevara se internaron en las montañas y dieron la vida por algo en lo que creían. Es probable que sea una generación de miles de adolescentes como Justin Bieber y Hannah Montana. Niños exiliados de su historia para imposibilitarles la responsabilidad de construir un futuro.
Paula: feliz cumpleaños y que germine en vos la esperanza de una Guatemala que no se rinda nunca.
Más de este autor