En la primera página de los periódicos, dos alcaldes exhiben sendas actas donde se consigna que la orden de captura que pendía sobre sus cabezas —por supuesto delito de lavado de dinero— ha quedado sin efecto. Uno pagó Q300 mil y el otro Q1 millón a título de caución económica.
Los dos alcaldes, con ese rostro tan común en nuestros políticos partidistas, muestran los documentos con un garbo que, cualquiera creería, exhiben un título de licenciatura ganado con la distinción Suma cum laude.
Calle abajo, un chorro de agua sale debajo de un zaguán en una casa aparentemente abandonada. Se nota que ha corrido toda la noche porque ha limpiado casi la mitad de la calle antes de perderse en un tragante tres cuadras adelante. En la misma ruta, una anciana arrastra un recipiente de plástico parecido a una tinaja buscando quién le venda agua. En su barrio hay carencia total del líquido desde tres meses atrás. No obstante, ella asegura haber pagado puntualmente el canon.
Un adolescente desesperado comienza a vocear los titulares del diario que trata de vender. Nadie le ha comprado un ejemplar. Se decide por la noticia del terremoto de Chile. Las noticias nacionales ya no son noticia. Igual, nadie le compra. Irritado, se sienta en la banqueta y hojea uno de los periódicos. Dos notas le llaman la atención. En una, se informa que Estados Unidos capacitará a 50 policías guatemaltecos sobre cómo prevenir el crimen. En la otra, se hace referencia a una Conferencia de Seguridad Centroamericana donde participan funcionarios de seguridad guatemaltecos. El jovencito ríe.
Un bocinazo le hace elevar la vista y observa cuando, un asaltante motorizado, toca el vidrio de la ventana del piloto de un automóvil y lo asalta. El asaltante ni siquiera sacó su arma. El piloto no intentó repeler el asalto. Simplemente, bajó el vidrio y entregó cartera y celular. Así de monótona es la ciudad, así de mohína. Es un día común en Guatemala.
Al muchacho lo acomete un deseo: Dejar los periódicos en la acera y largarse quién sabe a dónde. De pronto, uno de sus compañeritos de trabajo le enseña el titular de otro rotativo. La noticia dice que dos jovencitas sufrieron heridas por proyectil de arma de fuego que recibieron cuando se dirigían al Instituto Normal para Señoritas Centroamérica (Inca) a recibir sus clases. Eran hermanas. Una murió en el acto, la otra está grave en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital San Juan de Dios. En la misma sección se informa de un policía muerto en medio de una balacera y que, a la fecha de ese día, hay mil 198 obras públicas abandonadas por falta de liquidez en los Consejos Departamentales de Desarrollo.
El joven recuerda que su papá, a quien mataron por liderar un grupo de resistencia contra el despojo de sus tierras en el Valle del Río Polochic, decía: “Todo cambiará si más gente se involucra en la lucha por la justicia”. Y decide reflexionar un momento acerca de su futuro.
El tráfico está más fluido y el chico ha cambiado de parecer. No abandonará la ciudad pero a la vez, ha optado por no vivir con una sonrisa hipócrita y forzada. Mucho hay por hacer y con alguien es preciso comenzar. Convence entonces a su amiguito para buscar a otros niños de la calle y hablar de su situación. Un griterío los interrumpe. En una esquina algo está sucediendo. Muchos jóvenes corren hacia el lugar y se arremolinan unos sobre otros. Gritan, saltan y la euforia se nota en sus rostros. Por un momento, los jovencitos creen que un líder está aglutinando a la gente descontenta alrededor de él y llenos de esperanza caminan también en pos del supuesto paladín.
Al aproximarse al grupo su expectativa aumenta, todos los reunidos son desposeídos como ellos. Se abren paso a empujones y con dificultad avanzan hasta el frente. Al colocarse en lo que sería la primera fila se percatan de que no hay un líder. Encuentran una vitrina y varios televisores funcionando atrás del vidrio. Con un sentimiento que linda entre duda, frustración y cólera pregunta: “¿Qué pasó aquí?”. Nadie le contesta. Para hacerse notar jala entonces la camisa a un adulto y pregunta casi a gritos: “¿¡Qué pasó aquí!?”. El hombre se le queda viendo con aire de incredulidad y responde señalando hacia un televisor: “¡Patojo bruto!, ¿no te das cuenta?, ¡el partido acaba de comenzar y Messi ya metió un gol!”.
Los niños se desprenden del grupo y caminan sin un norte definido. Sus ojos reflejan tristeza. Es un día común en Guatemala. Los periódicos quedaron en la acera.
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