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Ronny Mejilla Ribera, 16, se alista para un nuevo día en Ciudad de México, en la madrugada del miércoles 7 / Simone Dalmasso

Un campo de refugiados en un estadio de la Ciudad de México

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Un campo de refugiados en un estadio de la Ciudad de México

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Momento de “impasse” para el éxodo centroamericano. El estadio Jesús Martínez Palillo se convierte en campo de refugiados en la Ciudad de México. Aquí se informa sobre las opciones que tienen por delante. La gran mayoría quiere seguir hacia Estados Unidos y no hay relato terrible que les haga desistir.

“Esperaremos un poco más, pero si no nos ponemos en marcha, nosotros salimos. No estamos aquí de paseo”. Eddy David Pineda tiene 34 años y ha montado su tienda de campaña en el exterior del estadio Jesús Martínez Palillo, en Ciudad de México. El complejo deportivo se ha convertido en un inmenso campo de refugiados. Otro más. Cambia la ciudad, el escenario, pero la dinámica de los migrantes no se modifica: instalarse en un precario rincón, desempacar la mochila, acomodarse al clima, hacer fila para todo. Hay gente en las gradas, durmiendo sobre el piso y pasando frío cada noche. Hay gente hacinada en varias carpas instaladas por las autoridades de la capital. Hay tiendas de campaña regadas por las calles aledañas a la cancha y negocios improvisados de venta de cigarrillos, peluquería y hasta tatuajes. Hay oenegés. Muchas oenegés. Todas las oenegés que caben en este monstruo que es la capital mexicana, una de las ciudades más pobladas del mundo. También instituciones de todo tipo, e iglesias, con sus diferentes stands: médicos, reparto de alimentos, información sobre refugio en México y Estados Unidos.

Aquí hay todo lo que esta masa hambrienta, cansada, enferma y en permanente movimiento ha necesitado desde que se pusieron en marcha, hace más de tres semanas.

“No podemos esperar demasiado”, dice Pineda, que viene con dos hermanas desde San Pedro Sula. Lleva una playera de la campaña electoral de Miguel Ángel Yunes, actual gobernador de Veracruz. Exacto, el mismo Yunes que jugó con sus esperanzas y les traicionó el pasado viernes, cuando les prometió llevar en 150 autobuses y, dos horas después, les dejó en la estacada. Pineda no es rencoroso. Le dieron esta camiseta en un reparto de ropa en el estadio. Agarró esa. Lo importante era tener una prenda limpia. México celebró elecciones el pasado 1 de julio. Desde que los migrantes pusieron un pie en Chiapas se enfundaron cientos de camisetas y gorras del Partido Revolucionario Institucional, del presidente Enrique Peña Nieto; de Morena, del futuro mandatario Andrés Manuel López Obrador; del Partido de Acción Nacional, de Yunes. Al menos las camisetas han tenido su utilidad después de la campaña.

México ha simbolizado la burocratización del éxodo. O, al menos, un intento. Está por ver si tiene éxito ante un movimiento que tiene sus propias reglas, que en ocasiones se vuelve caótico, pero tiene una enorme capacidad para organizarse, que aprende a cada paso y que, en muchas ocasiones, ha demostrado que no se deja pastorear. Solo le mueve el ansia por seguir adelante. Y aquí vienen las preguntas fundamentales: ¿cuándo decidirán reiniciar la marcha? ¿Qué ruta escogerán? ¿Tijuana, Tamaulipas? ¿Volverá a ser una caminata compacta o se impondrá la ley del más fuerte que los disgregó desde Veracruz?

Simone Dalmasso

La llegada a México no fue la entrada épica de cientos de almas agotadas y hambrientas, caminando a través de grandes avenidas como el triunfal ejército de los derrotados. Venía rota y así alcanzó la capital, como un goteo. El domingo llegó la avanzadilla, los que lograron un aventón desde el caos de Isla hasta la Ciudad de México. Ni lugar para dormir había. Finalmente, el gobierno de la capital dispuso el estadio Jesús Martínez Palillo. Allí fueron llegando, en camiones, buses, picops, tráileres, los miles de personas que acampan en la cancha. En total, más de 5,500 almas, según la Comisión de Derechos Humanos de Ciudad de México. Aunque el conteo es engañoso. Ya hay gente que se ha lanzado hacia el norte, desgajándose del grupo. La mayoría se encuentra a la expectativa. Pero el éxodo es un ser vivo, con empuje, al que le quema la piel si permanece demasiado tiempo en un único lugar.

La idea era descansar algo en la capital y que los integrantes del grupo recibiesen información sobre sus alternativas: pedir asilo en México o seguir hacia Estados Unidos. Esta es la opción favorita por la mayoría. Hay quienes se plantarán en el puente migratorio y fiarán su futuro a las autoridades norteamericanas. Otros aprovechan la larga marcha, pero tienen ya pensado separarse cuando se acerquen a la frontera y recurrir a un coyote.

“Han mandado soldados a la frontera, está muy peligroso”, explica Mary, una de las voluntarias encargadas de informar a los migrantes sobre qué pueden encontrarse al otro lado de Río Bravo. Hay tres turnos de charlas, aunque llega poca gente. Tienen muy pocos datos. Más que certezas, les mueve la fe. Como un hombre, convencido de que no haber sido nunca deportado le puede garantizar el asilo.

“Existen cinco causas por las que se puede pedir refugio: ser perseguido por raza, religión, opinión política, nacionalidad o grupo social”, explica, pacientemente, Mary. Dice que, si finalmente se opta por Tijuana, deberán aguardar turno en territorio mexicano antes de cruzar a Estados Unidos. Que por delante tendrán, al menos, a 2,500 personas y un tiempo de espera de entre dos y seis semanas. “Cuenta con que, si te presentas, vas a ser detenido”, dice.

“Primero se realiza la entrevista llamada de miedo creíble. Es el primer paso para no ser deportado. Si la pasas, tendrás un juicio. Si no, serás deportado sin derecho a hablar ante un juez”, explica. Ahí el migrante, solicitante de asilo, perseguido, es sometido a un tercer grado: ¿Qué pasó? ¿Quién le hizo daño? ¿Por qué se lo hizo? ¿Si acudió a la policía? ¿Por qué cree que puede volver a ser violentado?

Simone Dalmasso

“Yo tengo pruebas de que soy perseguido en Nicaragua”, dice un joven.

“A mi ya me deportaron hace meses, ¿qué me puede ocurrir?”, plantea otro.

Mary sigue con su terrible relato: separación familiar, estar en manos de un juez con un 95 % de rechazo a las peticiones de refugio, el peligro de ser detenido, la amenaza de la deportación. Al final, una obviedad: “es su decisión si quieren intentarlo”. Y aquí entra una disyuntiva clave. La caravana ha avanzado en bloque, desobedeciendo las leyes migratorias de México y los intentos de Guatemala y Honduras por frenarles. Pero a cada kilómetro que se avanza las cosas se ponen más difíciles. Y, a pesar del relativo éxito del Partido Demócrata en las elecciones de mid-term en Estados Unidos, Donald Trump sigue siendo el inquilino de la Casa Blanca. Es el peor momento del mundo para intentar poner un pie en el vecino del norte, y los activistas lo saben, pero no pueden pedirles que se queden en México, solo advertirles de que la fe no mueve todas las montañas y que, ante la política xenófoba de Trump, no hay “primero Dios” que evite las penurias que tiene por delante. Solo queda informar.

En este punto, hay divisiones entre quienes acompañan el éxodo. Por ejemplo, el padre Alejandro Solalinde, presente en la asamblea del lunes, se ha mostrado abiertamente partidario de que la travesía concluya en México. Pero la realidad, la tozuda realidad, es que la mayoría de estos hombres y mujeres no conciben otra opción que no sea ingresar a Estados Unidos. Y no hay aviso, amenaza, alegato o advertencia que pueda hacerles cambiar de idea.

La asamblea del miércoles fue reflejo del choque entre la impaciencia por avanzar y quienes creen que todavía puede hacerse algo en Ciudad de México. En principio, un día antes se había acordado esperar 48 horas para seguir ofreciendo información y escoger la ruta. Pero ya hay nervios. La gente, la mayoría de la gente, quiere seguir adelante. Aunque esa misma mayoría de gente quiere refugiarse en el grupo. Así que, entre alguna protesta, se impone el plan de quienes optan por pisar el freno.

Hace más de una semana, cuando la Policía Federal cortó el paso en el tránsito entre los estados de Chiapas y Oaxaca, se acordó que se nombraría una comisión negociadora y se hablaría tanto con el Gobierno saliente, el de Peña Nieto, como con el entrante, el de López Obrador. A día de hoy no se ha confirmado ninguno de estos encuentros.

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Con las grandes decisiones todavía pendientes, el estadio Jesús Martínez Palillo es un microcosmos con vida propia. Aunque resulta más difícil retratarlo que en etapas anteriores. Al parecer la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México ha considerado que la labor de los reporteros atenta contra la privacidad de los migrantes e impone restricciones al acceso al interior de la cancha. Ahí dentro uno puede encontrarse a jóvenes practicando boxeo, niños jugando con un payaso, familias descansando, jóvenes jugando a los naipes, ropa tendida por cualquier lado, una pista de atletismo por la que la gente no corre, sino que, simplemente, espera.

También se han registrado incidentes.

Por ejemplo, la denuncia presentada por un salvadoreño, Nelson Valladares, de Aguachapán, y un guatemalteco, Lester Gámez, de Jutiapa. El martes, ambos trataron de interponer una denuncia ante el Ministerio Público. Acusaban a una patrulla de la Policía Municipal de haber tratado de asaltarles cuando venían de sacar dinero. “Se nos cruzó una patrulla y agarró a mi compañero y le dijo que se montara. MI amigo no quiso montarse. Adelante me salieron otros municipales, me metí entre los carros, uno me dio una trompada y me tiró al suelo. La gente comenzó a grabar, dijeron que era de la caravana, yo les mostré un sello que llevaba. Ellos se asustaron, pero querían mi cartera”, dijo Valladares. “Intentaron romper mi identificación”, dice Gámez, que muestra su DPI. “La gente nos apoyó y pudimos regresar aquí”, añade.

Ambos quisieron poner la denuncia ante el Ministerio Público, pero regresaron por donde habían venido. En la furgoneta de la institución alegaron no disponer de luz y no registraron la denuncia. Ofrecieron una patrulla para que el salvadoreño y el guatemalteco se trasladasen a la oficina más cercana, pero estos declinaron la oferta. No se fiaban de los agentes que podían acompañarlos.

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Otra preocupación: la aparición de sospechosos empleadores en las inmediaciones del campamento. Ofrecen trabajo sin demasiadas garantías. La gente ha empezado a inquietarse. Son muchos los rumores sobre migrantes desaparecidos, grupos criminales que tratan de secuestrar a los caminantes. Algo habitual en esta ruta que chorrea sangre. Hasta ahora, ninguno de esos rumores ha sido confirmado.

En la asamblea del miércoles la caravana decidió agotar un plazo de 48 horas para seguir avanzando. Un pequeño grupo anunció que no se sometería a la disciplina general y que saldría en la madrugada. Pero el grueso, miles de personas todavía, espera una jornada más. Cuando ellos salgan el estadio seguirá siendo un campo de refugiados. Otras tres caravanas caminan por el sur del país, y esperan llegar a la Ciudad de México antes del fin de semana. El éxodo no se detiene.

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