Un «blues» de lo cotidiano

A continuación viene el relato de un partido de futbol a las 7 a. m. En los sueños húmedos de un publicista, jamás se cruzaron al mismo tiempo dos copas regionales en ambas orillas del Atlántico: una gran oportunidad para vender cerveza, aún a las siete de la mañana.

Mientras las masas no deciden aún a quién seguir, yo apago la radio y le dejo el paso libre a mi playlist, que empieza con All Nightmare Long, de Metallica, por alguna razón que no puede ser casualidad.

‘Cause we hunt you down without mercy,
hunt you down all nightmare long.
Feel us breathe upon your face.
Feel us shift every move we trace…

El tráfico de la mañana suele ser ese momento en que se pone a prueba lo que nos queda del sentido de humanidad. Navego entre autobuses del transporte público a reventar, olas de motocicletas que van en un zigzag permanente y otros vehículos buscando una oportunidad para colisionar. Luego de un par de incidentes entro al edificio al ritmo de los Black Keys repitiendo:

Well, your mama kept you, but your daddy left you.
And I should’ve done you just the same,
but I came to love you…

Entre otras cosas, mi trabajo consiste en elaborar y revisar contratos llenos de cláusulas complejas. La realidad, aún más compleja y mucho más hermosa que mis contratos, pasa abajo en la calle, en los ascensores del edificio y del otro lado del correo electrónico, que me trae noticias desde lugares en los que la noche le da tiempo a un viejo amigo para dirigirme unas líneas y copiarme un vínculo al video de Spread Your Love, de Black Rebel Motorcycle Club. Y pienso que en ese preciso instante seguramente alguien se enamora, alguien más recibe noticias desde lejos que lo hacen sonreír o llorar o una banda de garaje empieza a tocar rabiosamente por primera vez.

Pero esos contratos no se van a escribir solos.

En mi retorno a casa, Syd Barrett me pregunta:

Won’t you miss me?
Wouldn’t you miss me at all?

Y no tengo los cojones para responder. Mejor conduzco en silencio, esperando que la lluvia no empiece.

Ya es de noche. Mi hija pide que le cuente historias de barcos hundidos. Buena señal. Hemos terminado la travesía por el infierno de los estereotipos de los cuentos de princesas.

Yo pienso en el Caleuche, barco fantasma del sur de Chile cuyos tripulantes pueden transformarse en delfines, o en el Ourang Medan, cuya tripulación pidió auxilio y luego desapareció del barco sin dejar rastro. Y sí, seguramente habrá una gran historia del rock detrás de un barco fantasma. Esa será otra maquila. El día se despide mientras los Foo Fighters me recuerdan:

I’m just another soul for sale. Oh well.
The page is out of print.
We are not permanent.
We’re temporary, temporary.
Same old story…