Culmina así un período que despertó esperanzas en millones de pobres, indígenas y mujeres del continente americano, que hoy ven cómo se proyectan de nuevo los fantasmas del fascismo, el machismo y el racismo.
Mucho se ha escrito sobre el avance del socialismo y mucho se escribirá sobre su caída casi total (el caso de Bolivia escapa un tanto de la generalidad socialista) para tratar de explicar las causas y si el retroceso fue consecuencia del planteamiento teórico-político o de los actores que estuvieron a la vanguardia de los gobiernos progresistas. Algo es claro: el Estado republicano y liberal es poco amigable con las teorías socialistas, y los gobiernos de esta corriente no pudieron o no quisieron refundar el Estado, como lo hizo Bolivia. A lo más que llegaron fue a introducir algunas reformas constitucionales que no cambiaron el modelo económico liberal, extractivista y de continuidad colonialista.
El núcleo jurídico del Estado y el modelo económico, al no haberse recreado completamente, fueron causa de la debacle de los gobiernos progresistas. Lula y Dilma fueron víctimas del sistema de justicia tradicional. Lo mismo se quiere hacer con Correa en Ecuador. Y la clase hegemónica productiva de Venezuela, por su parte, está haciendo colapsar al país al privilegiar sus derechos económicos sobre los de la mayoría pobre y excluida.
Además, la manipulación religiosa operó de manera eficiente para que la población empobrecida y discriminada percibiera como normal su situación colonizada, así como el autoritarismo, el machismo y el racismo como patrimonio y derecho de las élites que por siglos han controlado el Estado a pesar de los intentos progresistas. Por eso votan por el amo. Y así la mancha fascista se está extendiendo no solo por toda América Latina, sino por todo el mundo occidentalizado, donde la democracia ha venido perdiendo valor y aprecio paulatinamente.
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En Guatemala, a las puertas del proceso electoral, muchos analistas se preguntan si sucederá lo mismo que en Brasil y que estuvo a punto de suceder en Costa Rica. A mi entender, acá siempre ha dominado el fascismo. En primer lugar, nunca hemos tenido un gobierno socialista o progresista. El Estado ha sido botín de la derecha política, cuyo gobierno ha sido ejercido alternativamente por militares, empresarios, politiqueros, civiles, populistas, etcétera, de la misma calaña ideológica. Segundo, machismo, racismo y autoritarismo son la constante en la vida de las grandes mayorías. Para ajustar, la manipulación ejercida por las dirigencias religiosas, católicas y protestantes, ha permeado en la conciencia y debilitado en los ingenuos creyentes la actitud crítica hacia el poder hegemónico. Tercero, la ultraderecha fascista se ha impuesto sobre la aparente contradicción derecha republicana-izquierda socialista. Cuarto, la lucha por el Estado ha sido entre criollos y ladinos-mestizos emergentes, cuya visión política eurocéntrica les impide entender lo que plantea el teórico sudamericano Zavaleta [1]: que «somos una formación social abigarrada» y que la contradicción derecha-izquierda o capitalismo-socialismo es insuficiente ante la diversidad de pueblos para dirimir el perfil del Estado y de la sociedad, tal como se entendió y se puso en marcha en Bolivia.
En Guatemala existen núcleos políticos que se alistan para la carrera electoral y que distan mucho de una simple competencia entre derecha e izquierda. El primer núcleo, el más poderoso, es el formado por la llamada ultraderecha fascista y por una serie de grupos interesados, corruptos y mayorías embobadas. El segundo, por grupos que se dicen democráticos, que han sido servidumbre política, que presumen de estar cerca del centro político y que aglutinan a políticos aparentemente nuevos, sin tacha y sin ideología. Por el momento, estos (casi los mismos) se disputarán el ejercicio del poder y el mantenimiento del estado de cosas.
Fragmentadas y alejadas, existen otras fuerzas que solas no pesarán en las elecciones y que se asumen como partidos de izquierda, grupos sociales y movimientos comunitarios y de pueblos que apuestan por el suicidio político al no poder articularse para convertirse en un núcleo de propuesta alternativa a la tradición derechista-fascista. Entiéndase dicha articulación como autodeterminación política, plural y popular, que sea más que izquierda y socialismo, ya que en estos últimos no están todos los que son ni son todos los que están. A lo mejor hay tiempo para una articulación que detenga la ultraderechización que se vislumbra.
[1] Cabaluz, J. Fabián (febrero de 2018). «La especificidad del Estado en América Latina. Apuntes a partir de la obra de René Zavaleta Mercado». Izquierdas, 38. Páginas 240-256.
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