Ante esta pérdida geohegemónica Washington busca por todos los medios contener el avance de estas dos naciones. Para ello militariza todo el mundo. En Europa, bajo su dirección, la OTAN cercó cada vez más a Rusia. Eso fue lo que hizo responder a Moscú desarrollando una incursión militar en Ucrania.
La clase dirigente estadounidense no está dispuesta en lo más mínimo a perder su hegemonía. Es por ello que sigue impulsando esta guerra, con el objetivo de debilitar por todos los medios a Rusia, mientras se prepara en relación a China (la defensa de Taiwán sería la excusa). Una vez más, pueblos enteros son diezmados, ucranianos ahora, taiwaneses en futuro próximo quizá, para mantener la hegemonía norteamericana. Los grandes capitales globales haciendo sus negocios, y los pueblos de a pie siempre golpeados.
Ucrania, ex república soviética, manejada hoy por una ultraderecha neonazi títere de Washington, pasó a representar un peligro para la seguridad rusa. Cuando se habló de la posibilidad de que poseyera armamento nuclear, Moscú respondió con toda la fuerza, atacando militarmente (Ucrania quedó sola, lo que evidencia que fue utilizada arteramente por Estados Unidos). Ello produjo la reacción del capitalismo occidental, acusándose a Rusia de invasora, sancionándola con duras medidas económicas que aún no se sabe qué repercusiones traerán, pero que todo indica que, en vez de debilitarla, la fortalecieron. Si alguien se perjudica, son los pueblos.
La guerra en Ucrania no da miras de terminar. Si bien en términos militares Kiev ya perdió buena parte de su país (eso era lo que buscaba Moscú, asegurándose su salida al Mar Negro), lo cual significa la derrota ucraniana, las órdenes imperiales de Washington no desean para nada una salida negociada, por lo que siguen atizando el conflicto y enviando equipos de combate. No está de más decir que esos armamentos envidados por la OTAN, deben pagarse, y es el pueblo ucraniano quien lo hace, engrosando las cajas registradoras del complejo militar-industrial de Estados Unidos básicamente, y de algunos fabricantes europeos. Aunque la guerra técnicamente ya está perdida para Ucrania, quien maneja los hilos –la Casa Blanca– seguirá impulsando la «defensa de la democracia» (léase: provisión de más armamentos para intentar empantanar a Rusia).
Más allá de la propaganda impulsada por las cadenas comerciales del capitalismo occidental («en la guerra, la primera víctima es la verdad»), que pone a Rusia como a punto de perder el enfrentamiento, lo cierto es que Moscú se ha salido con la suya: se anexó buena parte del territorio ucraniano y está reconfigurando el tablero internacional. Ha marcado una línea roja que Estados Unidos no puede cruzar, claro que a costa de invadir y masacrar a gente de Ucrania. La máxima «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», aquí no aplica para el campo popular global. Luego de tres meses de guerra, y con la región de Donbass ya manejada enteramente por la Federación Rusa, el presidente Putin pudo decir airoso en un discurso ante empresarios, en la ciudad de San Petersburgo, que le está llegando la hora a la hegemonía occidental. Pero queda claro que no para reemplazarla con un proyecto socialista, sino buscando una multipolaridad siempre en los marcos del capitalismo. «Olvidarse de la Unión Soviética es no tener corazón; querer volver a ella es no tener cabeza», pudo decir.
Con todo esto se instituye un escenario que podría llevar a una guerra mundial. De darse la misma, las consecuencias son impredecibles, dada la posibilidad de utilización de armamento nuclear. Ello es muy remoto, pero no descartable. Todo indica que se está abriendo un nuevo orden internacional, donde Estados Unidos pierde la supremacía absoluta, puesto que el dólar deja de ser moneda universal, apareciendo otras divisas (rublo y yuan) que generan un nuevo sistema financiero internacional. Pero para el pobrerío mundial eso no significa un cambio real en términos positivos. ¿Y el socialismo para cuándo?
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