“Físicamente habitamos un espacio, pero, sentimentalmente, somos habitados por una memoria”, dice Saramago. A los capitalinos, nos moran los fantasmas en todas las esquinas, recordándonos las cuentas citadinas pendientes.
Es otro 25 de febrero, otro día que nos interpela en la lucha por rescatar la Dignidad de las personas cuyos nombres están grabados en las columnas del atrio de la Catedral Metropolitana, y con ellos también nosotros hasta no haber justicia. La dignidad de las victima...
“Físicamente habitamos un espacio, pero, sentimentalmente, somos habitados por una memoria”, dice Saramago. A los capitalinos, nos moran los fantasmas en todas las esquinas, recordándonos las cuentas citadinas pendientes.
Es otro 25 de febrero, otro día que nos interpela en la lucha por rescatar la Dignidad de las personas cuyos nombres están grabados en las columnas del atrio de la Catedral Metropolitana, y con ellos también nosotros hasta no haber justicia. La dignidad de las victimas es nuestra dignidad, no olvidemos. Esas muertes son los gritos imposibles de callar de una sociedad pidiendo que se reconozca su humanidad, a diario.
El capitalino es el orgulloso personaje guatemalteco, el indiferente, el sustraído de los problemas del país. El capitalino, el sinónimo de aletargado. El desdibujado de lo local, aquí no existe municipio de Guatemala, existe Ciudad Capital con los debates de y sobre el Estado en amplio. Una ciudad incapaz de organizarse y de proponer una ciudadanía urbana a la altura de los problemas sociales y políticos que vivimos. La ciudad –seamos conscientes– es el experimento amado del nuevo terror: conductores armados matando motoristas armados, extorsiones, buses de la muerte, histeria colectiva, encierro, sobremesas de asaltos y desgracias sin amenaza de mala digestión.
La ciudad es mi casa, el lugar en donde crecí y que me toca defender. Se han metido con mi ciudad. Es posible, que en las últimas semanas lo esté viendo así, al escuchar, cada vez más seguido, preguntas de otros citadinos cuestionando nuestra pasividad. Mientras la capital no despierte y asuma sus propios problemas y sea eco de los problemas de otros contextos, muy seguramente los cambios serán más lentos. La capital es “una urbe donde solo se tiene tiempo para sobrevivir, menos para asociarse” me dicen en un café de la zona 10. A la sobrevivencia hay que darle nombre político, y se llama participación; al fraccionamiento de la sociedad se le debe dar una (entre muchas) soluciones políticas, y es organización.
Nuestra búsqueda por la dignidad de los que nos quitaron es nuestra misma búsqueda personal.
Suscribo, una vez más, el comunicado donde varios columnistas hemos hecho saber nuestro pensar y sentir por el cierre del blog de Oscar Pineda y Walda Salazar. Que sean palabras fértiles y que apoyen por una democracia real…
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