¿Qué es lo que indigna? ¿Que Trump haya dicho lo que dijo? En realidad, el tono de la conferencia de prensa provisto por Trump resultó bastante presidencial para alguien que no había tenido ninguna salida previa al exterior. Ese será uno de los pocos logros de Enrique Peña: haberle provisto un espacio de foro institucional a Trump para mostrarle al voto indeciso estadounidense que ese candidato sí puede comportarse en eventos oficiales. Lo que indigna es que México no haya podido defender la honra y la virginidad de la nación. Y aquí es donde, me parece, cometemos el error en la lectura. Hay dos conceptualizaciones equivocadas.
La primera —y quizá la más grave— tiene que ver con demandarle al Estado mexicano y a su actual política exterior cosas que no puede hacer. Pareciera que el público mide la política exterior mexicana como si se tratara de los años del cardenismo (década de 1940) o de la política exterior mexicana que articuló los aires del panamericanismo durante la década de 1960. No, este México no es el México que se opuso en la histórica sesión de la OEA al embargo cubano. Este México y su política exterior no es el México que mantenía la neutralidad activa (la embajada de Estados Unidos y la embajada soviética, ambas en el Distrito Federal). Este no es el México que, si bien decía no intervenir en asuntos soberanos de Estados —frente a las dictaduras militares en la región—, otorgaba asilo a disidentes intelectuales de izquierda. Este México, incluso bajo un gobierno del PRI, rompió ya con la famosa doctrina Estrada (el fundamento de la clásica política exterior mexicana): conceptualización de la igualdad jurídica de los Estados y respeto a los actos soberanos de estos. Por lo tanto, no me pronuncio y espero reciprocidad.
El primer punto de quiebre es precisamente ese. México es el que comete el primer error al invitar a ambos candidatos presidenciales estadounidenses a territorio mexicano para que expongan sus razones. ¿Acaso no es eso un entrometimiento en los asuntos soberanos de Estados Unidos? Es cierto que en el pasado reciente candidatos presidenciales estadounidenses visitaron México en plena campaña, pero las reuniones fueron privadas, sin ningún toque institucional que realzara la figura del candidato. En este sentido, es gravísimo el error de la diplomacia mexicana al haber hecho la reunión en la residencia oficial de Los Pinos. Trump recibió el trato de un jefe de Estado sin serlo. La estrategia correcta habría sido no invitarlo, pero, ya montados en ese macho, la reunión debió haber sido pública, en el mismo hangar presidencial y con una conferencia de prensa muy bien controlada (con filtros a las preguntas). Pero haber llevado a Trump en un helicóptero oficial del Gobierno federal (de los mismos utilizados por la Presidencia de la República) a Los Pinos estuvo de más.
Segundo error de conceptualización. Se dice que México no fue capaz de hacer valer sus intereses, lo cual es cierto desde hace por lo menos cuatro gobiernos (es decir, al menos 24 años). Desde la apuesta iniciada por el salinato para romper con el viejo regionalismo y operar hacia la apertura comercial (la apuesta de Nafta), México se ha apalancado con Estados Unidos en un relación muy intensa. Y no siempre afable. Esta cuestión es a veces menos visible, pero, aunque el regionalismo abierto —en el cual se encuentra el esquema Nafta— no sugiere ni promueve mecanismos de carácter supranacional que homologuen políticas públicas, resulta que, en la práctica, la política monetaria, la política interna de seguridad y la política exterior sí están amarradas a consultas con la parte estadounidense. Cuando la Reserva Federal baja sus tasas de interés, el Banco de México reacciona de forma inmediata. La política interna de seguridad tiene su ruta planteada en la Iniciativa Mérida. Y la política exterior mexicana respecto a los conflictos importantes en el exterior no marca distancia de los esquemas estadounidenses en los foros internacionales.
Si esta es la realidad, en serio pregunto: ¿alguien esperaba una línea dura ante la visita de Trump? Error de cálculo.
Pero también error en no saber leer los códigos de la relación bilateral entre ambos países, que, repito, si bien es intensa, no siempre es amistosa. La siguiente cita es genial para explicar esta situación: «Cooperación no equivale a armonía. La armonía exige una total identidad de intereses, pero la cooperación solo puede tener lugar en situaciones en las que hay una mezcla de intereses conflictivos y complementarios. En esas situaciones, la cooperación tiene lugar cuando los actores ajustan su comportamiento a las preferencias reales o previstas de los demás. Así definida, la cooperación no es necesariamente buena desde un punto de vista moral» (Axelrod y Keohane, 1985: 226).
¿Se han ajustado las percepciones entre México y Estados Unidos a pesar de la relación comercial y política que existe? No. Mexiquito insiste en que su posición frente a la relación bilateral sobre los temas fronterizos es la noción de una frontera abierta pero eficiente. Lo anterior es un aspecto que ni siquiera los ocho años de administración demócrata han sabido aceptar. Porque para Estados Unidos la frontera no es abierta, sino manejada con base en esquemas de seguridad. Si ni los demócratas hablan el lenguaje mexicano en la relación bilateral, ¿para qué mencionárselo a Trump en la conferencia de prensa? ¿Acaso lo entendería? En serio, si se pensó que la diplomacia mexicana podía ablandarlo y moderar su tono, error de novatos para una diplomacia que había sido modelo en América Latina.
Cierro con dos aspectos. Primero, la disciplina partidista del PRI para cerrar filas frente al presidente Peña es admirable. El barco no se desquebraja. Segundo, el PRI no ganará las elecciones. La ciudadanía mexicana puede tolerar corrupción, puede tolerar violencia, puede tolerar incluso que la selección pierda en las eliminatorias centroamericanas, pero no tolera que el ícono del mito de la Revolución (el titular de la Silla Imperial del Águila) se vea chamaqueado por los gringos.
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