Tuve la inquietud por saber el sentido de semejantes rimbombos para un maestro de educación primaria y me dijo altisonante: “Las trompetas y los redoblantes sirven para fomentar el patriotismo en los alumnos”.
Los diccionarios, el DRAE incluido, dicen que: «Patriotismo es amor por la patria». Yo le pregunté entonces, ¿se está fomentando el amor por la patria o la inclinación al ocio insano? El maestro no me respondió. Su grandilocuencia disminuyó cuando le pedí que hiciéramos cuentas de los días perdidos en tales repasos.
Para nadie es un secreto que Guatemala está pasando por una de las más graves crisis de su educación formal. Cada año producimos miles de graduados en educación media (o educación a medias) que no saben ni siquiera qué significa el diploma que poseen. Si el lector tiene duda, pregunte a algún bachiller de su familia qué significa la palabra bachiller y me cuenta luego. Semanas después de graduados llega la primera frustración: incapacidad de superar simples pruebas de lectura para poder ingresar a la universidad.
Pero la situación terrible de las trompetas y los redoblantes va más allá. Es penoso ver cómo niñas y jovencitas se exhiben —casi desnudas— bailando o marchando al compás de los retumbos a guisa de batonistas. Y mucho más penoso es que, colegios de identidad religiosa, hayan trasladado al pentagrama y a compases de guerra acordes eminentemente litúrgicos. No sabía si reír o llorar el día que escuché un canto llamado Santa María del Camino a ritmo de marcha militar. No lo es menos el hecho de que a poco más de trece años de la firma de los Acuerdos de Paz, se fomenten las dichosas bandas de guerra.
Un antiguo compañero de educación media —en ejercicio del magisterio de segunda enseñanza— me compartió que aquellos docentes que han pretendido abolir la práctica de las marchas, trompetas y los redoblantes han tenido problemas primordialmente con los padres de familia. No es de extrañar. Igual que en el carnaval de Brasil, muchas personas dejan de ser hombre masa y mujer masa para ser, por una sola vez en el año, alguien protagónico. Esa condición, de no personalidad, les ha dado nuestra sociedad.
El diálogo con este profesor me recordó a Georginho (Jorgito), un equivalente en Río de Janeiro del auxiliar de enfermería de Guatemala. Él trabajaba en la sala donde yo estaba realizando mis estudios de postgrado en urología el año 1981. Georginho ganaba, a lo sumo, el equivalente en cruzeiros de Q1,400.00. Una cantidad ínfima para el trajín de la vida en Río en ese momento. Encima de ello, tenía una enfermedad crónica cuyo costo en medicamentos le significaba una tercera parte de su salario. No obstante, el hombre aquel ahorraba todo el año para poder comprarse su atuendo de Marqués de Sapucaí, el personaje que interpretaba en su escuela de samba. El disfraz lo adquiría, cada año, por el equivalente de Q4,000.00. Era muy difícil para él lograrlo pero, una vez tan siquiera en ese lapso, se sentía y era el Marqués de Sapucaí.
Sucede igual en Guatemala. Muchos padres de familia tienen que gastar grandes cantidades de dinero para comprar los uniformes de gala a fin de que sus hijas e hijos marchen el 15 de septiembre. Por una sola vez en 365 días, sus retoños serán vistos como seres humanos y no como masa: masa de ruletero, masa de autobús, masa de calle peatonal y masa-blanco de maras y delincuentes.
Como aderezo, un padre de familia a quien le pregunté la razón de tener a su hijo en una escuela que dista más de cuatro kilómetros de su casa teniendo otra a dos cuadras, me respondió: “Porque allá enseñan a marchar bien, ¿qué más puede pedir?”
Yo creo que como país, Estado y nación, nos viene como anillo al dedo la cita de Mateo 13, 1-9: «El que tenga oídos, que oiga».
No sé qué piensa usted apreciado lector. Yo, en estos momentos, no permitiría que mis hijos desperdiciaran ese precioso tiempo. El amor por la patria, el verdadero patriotismo, se fomenta de otra manera.
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