Fueron 55 años de una carrera que empezó sin ton ni son, pero que el 15 de marzo de 1970 tomó vuelo, pues ese día cautivó a propios y extraños con la interpretación de El triste.
De acuerdo con los expertos, el Príncipe de la Canción gozó de una voz de barítono con rango completo que, junto con el manejo de la respiración merced a su capacidad pulmonar, le permitió la perfección en las notas altas y bajas sin dar señales de asfixia ni desentonar.
Ahora bien, aunque José José tocaba la guitarra, el bajo y el contrabajo, esta habilidad no la ejerció en los estudios de grabación ni en los escenarios, ya que en dichos espacios se acompañó de virtuosos en el manejo de esos y otros instrumentos que complementaron su calidad vocal.
Tampoco fue autor o compositor. Estos talentos los cubrieron Roberto Cantoral, Rafael Pérez Botija, Camilo Sesto, Napoleón y Juan Gabriel, entre otros que diseñaron para él los escalones que lo encaminaron por la senda de la trascendencia musical.
Pero, bueno, no escribo en honor de un cantante consagrado, sino que aprovecho la coyuntura que abrió El triste para pensar en la desazón que causa la vida moderna en los reclutamientos laborales, donde una forzada polivalencia deriva en la mediocridad, o «mediocracia», como la describe el filósofo canadiense Alain Deneault.
[frasepzp1]
Imaginemos que a José José le hubiesen exigido cantar y tocar a un mismo nivel. Que Lionel Messi hubiera tenido que mostrar la misma magia para patear que para embolsar el balón. Que cualquier político carismático tuviera que manejar con igual destreza su especialidad formativa y el resto de las demandas del entorno. Que un mismo abogado se desempeñara con idéntica prestancia en los ramos penal, mercantil, civil, constitucional y demás áreas del andamiaje jurídico.
Obviamente, en los ámbitos citados y en otros de la cotidianidad productiva hay excepciones, casos singulares en los que una persona lanza, atrapa, batea y corre con similar eficacia. Sin embargo, lo usual es que «zapatero, a tus zapatos», de manera que las necesidades se cubren con más y mejor efectividad cuando son seguidas por equipos multidisciplinarios, como lo evidencian la trayectoria de José José y las suscitadas en el deporte, las artes, el gobierno. ¿O acaso en un quirófano el cirujano hace todo? ¿Martin Scorsese dirige, protagoniza y musicaliza sus filmes?
Hoy, para quien busca trabajo es triste que «se tiñan los colores de gris» a pesar de no pedir «compasión ni piedad». Y es que a la triste práctica de cargar los dados cuando se emite una convocatoria se añade el requisito de la multifuncionalidad. Por ejemplo, en periodismo se pretende que un reportero capture la esencia informativa, el ángulo clave de la imagen; escriba con la velocidad virtual, la precisión y la creatividad de un género de profundidad; pregunte; repregunte; diagrame; etcétera. Lo mencionado equivale a cantar y tocar, anotar goles y evitarlos, al más alto nivel, lo cual no se consigue porque cada misión requiere habilidad y concentración específicas.
Subrayo: la multifuncionalidad es positiva y debe ser una aspiración cuando y donde se pueda, pero en ella inciden rasgos particulares y vocacionales. ¿O un excelente docente de Filosofía garantiza ese rendimiento en la cátedra de Economía? ¿O un ministro de Educación sabe conducir la cartera de Gobernación o la de Finanzas?
Ya que aludo a recursos financieros, en los programas de cooperación se viene imponiendo que un experto en ciencias sociales, en tópicos ambientales, en género o en otras aristas de la amplísima complejidad que sostiene el aparato social ejecute las acciones contables y administrativas. Así, la misma persona debe dominar tres atribuciones. Sinergia le llaman a una todología que no es más que la mínima inversión en pos de los máximos resultados, los que, pobres y mediocres, reducen calidad porque no todos somos la máquina que archiva, escanea, fotocopia e imprime.
Más de este autor