Ante los horrores de nuestro día a día, las respuestas fáciles y sin lógica hacen presencia con suma facilidad: «Satanás tiene la culpa», entre otras. Y este tipo de explicaciones no dejan lugar a la esperanza. Encima de ello soslaya nuestra disposición a consentir lo perverso y a callar ante lo malintencionado. Todo lo volvemos chiste y, en una insensata hilaridad, huimos de la realidad.
No obstante los tristes contextos anteriores, la semana que recién culminó tuvimos algo así como un respiro largo y profundo en tres momentos de esperanza.
¿Cuáles son esos momentos? Veamos.
El amparo provisional que la CC otorgó a las juezas Patricia Gámez y Jennie Molina, la suspensión en el ejercicio profesional ordenado contra Francisco García Gudiel por el Tribunal de Honor del Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala (CANG) y la sanción del mismo tribunal impuesta a Vernon González constituyen esos relámpagos de anhelos bienintencionados.
Qué duda cabe. Tanto en la Corte de Constitucionalidad como en los colegios profesionales puede haber un retroceso en cuanto a las medidas tomadas, pero el hecho de que tribunales de semejante envergadura se hayan pronunciado como lo hicieron indica que no todo está perdido en Guatemala.
En el primero de los casos se asestó un revés —aunque sea temporal— a la decisión unánime de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que atropelladamente decidieron trasladar de judicatura a las juezas que hicieron causa con la magistrada Claudia Escobar, quien, con más agallas que muchos juristas, denunció valientemente las barbaridades que se cometieron en la recién pasada elección de magistrados para integrar las cortes Suprema y de Apelaciones.
En el segundo se sancionó a Francisco García Gudiel por haber ofendido a la jueza Yassmin Barrios en el transcurso del juicio por genocidio contra Efraín Ríos Montt.
En el tercero se penó a Vernon González Portillo por el intríngulis del caso Tradeco.
¿Puede haber una reculada ante dichas decisiones? Por supuesto. Es más, las personas sancionadas tienen todo el derecho a ser oídos en instancias superiores y a demostrar que son inocentes si lo fueran.
La trascendencia de los fallos estriba en que la oscuridad de los sucesos que los provocaron es ahora sujeto de análisis a la luz de la jurisprudencia. Y si esa jurisprudencia determina que los magistrados de la Suprema y los abogados sancionados están en razón, bienvenido sea el nuevo veredicto si este tiene una base legal, justa y moral.
Así las cosas, cito textualmente a Morris West, quien en su autobiografía titulada Desde la cumbre explicó el aprendizaje de una de las lecciones más difíciles de su vida: «El mal es sereno en su enormidad. El mal es indiferente a la argumentación y a la compasión. No es simplemente la ausencia del bien. Es la ausencia de todo lo humano, el agujero negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible».
Se refería a los momentos cuando fallan las palabras en orden a que «la buena gente está mucho menos segura de ella misma que la mala».
Pero también, en la misma obra, subrayó que «la esperanza y la consideración mutua en dirección a la revelación final del Bien Eterno» son absolutamente posibles.
Ojalá el buen discernimiento prive en la Corte de Constitucionalidad y en la Asamblea de los Colegios Profesionales. No se puede ser jurisconsulto con cartuchera ni magistrado con estulticia.
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