Si miro para atrás, veo que en este país se intenta mucho, sin mayores resultados. Hace una década hubiera pensado que jamás diría esto, pero cansa, lima emocionalmente. Me sereno y pienso qué pasa, de dónde nace este incipiente rechazo por la política y de dónde se habla de ella.
Uno o la lógica del trabajo y la negación de la plenitud: Un amigo me decía hace muy poco que ve un cambio entre mi generación y la de él, nos separan diez años. A mi e...
Si miro para atrás, veo que en este país se intenta mucho, sin mayores resultados. Hace una década hubiera pensado que jamás diría esto, pero cansa, lima emocionalmente. Me sereno y pienso qué pasa, de dónde nace este incipiente rechazo por la política y de dónde se habla de ella.
Uno o la lógica del trabajo y la negación de la plenitud: Un amigo me decía hace muy poco que ve un cambio entre mi generación y la de él, nos separan diez años. A mi edad él ya había conocido varios trabajos en dónde se le reconocían sus prestaciones y gozaba de IGSS. “Tu generación está jodida”, me dice. Cada vez el trabajo es un privilegio, y ahora estamos acostumbrados a trabajar más por menos. Le comento cuánto estamos ganando algunos de nosotros, y se sorprende. Yo crecí pensando que con mi profesión daría lo mejor de mí, y en cambio me sentiría plena como persona, que supone también tener todas tus necesidades básicas cubiertas. Pensé en aportar a la sociedad y a mi país. Y ahora recuerdo aquellas noches, escuchando la voz de Marx diciéndonos que no, que se trabaja para sobrevivir, que el fruto del trabajo nunca será mío. Yo venderé mi fuerza de trabajo –mis conocimientos, mis capacidades, mi tiempo y mi vida–, y de vuelta se me dará más por hacer a cambio de tener cómo mantenerme.
Dos o la incertidumbre del futuro: La vejez, al menos hasta hace poco, se pensaba como ese momento en que se podía dejar las preocupaciones a un lado. Ya no habría mayores responsabilidades, ya se habría trabajado para un futuro. Hoy si veo a mi futuro, me pregunto cómo será, y me pregunto cómo iré a vivir, a sobrevivir en un Estado que no se ha preocupado por mantener, por ejemplo, hospitales que puedan dar atención a las necesidades que cualquier persona tiene a una edad avanzada. A esto se suma la intuición de que este es un tiempo muy oscuro. Una amiga lo decía el fin de semana: sabíamos que estos años, con el ascenso del gobierno de Otto Pérez Molina, iban a ser malos, pero no tanto. El otro año es electoral, y con él se viene la certeza de un año duro, peligroso, de pugnas por todos lados. El futuro no se ve bien.
Tres o la imposibilidad de converger: A las condiciones de vida actual y futura, a la crisis interior que significa perder la noción de seguridad en el tiempo que viene y a la vertiginosa temporalidad de las nuevas dinámicas laborales en una ciudad con tantos problemas, se hace cada vez más difícil converger. La situación se complica cuando hay que cuidarse por todos los flancos posibles, y el tiempo para construir en colectivo se limita. La mística y la ética que movió a cientos de jóvenes hace tres o cuatro décadas, parece que ya no existe, que se esfumó. Parece un reto titánico converger en un proyecto político sin que este se parezca a aquellos de mi primera juventud.
Necesario es encontrar claves, constantes, para no decepcionarse.
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