Por lo general, me siento a conversar del lado izquierdo, pero no me cuesta moverme hacia el centro. Me atrae observar de manera panorámica el ir y venir de los aldeanos glocales, venidos con historias enfadadas o desenfadadas que pintan las características actuales del multi-universo guatemalteco y regional. Antes había un ala derecha más prominente, por ahora un poco más vacía. Cuando puedo, me siento de ese lado, pero no buscaría sentarme en el extremo. Total, en otras mega-plazas, esos flancos se encuentran ya suficientemente llenos, saturados, copados.
Es un privilegio y honor comentar desde aquí. Lo es más cuando se es parte de un colectivo o un grupo de columnistas audaces que aportan sin tapujos y voluntariamente al esclarecimiento de la coyuntura, saliéndose de moldes tradicionales. En mis albores, empecé opinando sobre temas migratorios, la experiencia del migrante de primera generación, la presencia guatemalteca en los Estados Unidos, o los retos de la reforma migratoria que se va acercando con mayor rapidez hacia una zona sin salida. De allí el título plagiado a Juan Luis Guerra. Pero afortunadamente, este espacio lo ha ido llenando el periodismo profundo y más abarcador que caracteriza a los reporteros de esta plaza, el cual trato de completar de vez en cuando.
Por tratarse de temas compatibles con sociedades democráticas, me da mucho por hablar de temas de inclusión, equidad económica y política, o retos sociales a nivel local, sin perder de vista que las agendas internacionales todavía influyen las agendas locales, aunque la política, como sabemos, siga siendo local. Resulta difícil saber si mis columnas han marcado la diferencia o alguna tendencia; si han abierto nuevos cuestionamientos sobre cómo percibir “al otro”; o si suscitan alguna conversación o diálogo, incluso para decir, ¡ésta no sabe lo que está hablando!
¿Por qué sigo escribiendo? Creo que al igual que tantos otros y parafraseando a más de alguno, escribo egoístamente para mí, para expresar algo desde mi banca virtual. Mi vida se enriquece con cada nueva nota. No necesariamente por la cantidad de “me gustas”, sino porque para escribir, me enriquezco con la lectura de otros escritos. Además de mantenerme al tanto de los debates locales y globales, y actualizarme teóricamente, el mío es un mínimo ejercicio cívico desde cierta posición de privilegio.
Tengo un gran defecto que de haber vivido en otra época me hubiera costado la vida: desde muy temprana edad me casé con la idea del pensamiento democrático. Plaza Pública es una excelente plataforma para quienes nos (de)formamos con las promesas de la democracia a mediados de los años ochenta y ya teníamos más o menos claro en qué sociedad queríamos vivir: una tolerante, abierta, solidaria e incluyente.
Agradezco a mis lectores y lectoras. Nunca he sabido a ciencia cierta cuántos son, pero no son necesariamente los números los que me alientan, sino saber que quienes me leen son mayoritariamente desconocidos. Trato de llegarle a una audiencia joven –y qué mejor si no reside en la capital– y no busco predicar al coro. Me honra, obviamente, cuando otros comentaristas más experimentados gustan entablar conversación conmigo. Residir en la Plaza no ha estado indemne de retos y de controversias. Como en todo espacio público, las tensiones están al orden del día y he salido con raspaduras en algunas ocasiones. Pero sin conflictos, no habría historias, y sin ellas, ningún atisbo de progreso.
Agradezco también al medio, tanto a su primer director Martín Rodríguez, como a su nuevo coordinador, Enrique Naveda, por no haberme solicitado mi DPI a la entrada de la Plaza aunque resida en el extranjero. Quizá coincidan conmigo que el permiso para soñar no conoce fronteras y que la “periferia” es muchas veces el “centro”. Que una siempre regresa a las raíces y que en un mundo global, la nacionalidad viene siendo otro constructo social.
Con la anuencia de los lectores y sus directivos, seguiré jalando mi banquita virtual cada quince días. En este compromiso sigo. Les agradezco leerme hoy hasta aquí, y ojalá, en las próximas entregas.
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