Trazando un concepto
"Si, estando casado, miras a una mujer la primera vez, estás usando el sentido de la vista. Si la miras una segunda vez, estás permitiendo ser tentado. Si la miras una tercera vez, has abierto tu corazón al pecado. Más allá de esta tercera vez, es definitivamente pecado".
Con esta rigidez de criterio, me confieso desde ya, pecadora. Soy de las que piensan que la belleza existe para que uno la aprecie, una y cien veces, si es necesario. Pero ima...
Trazando un concepto
"Si, estando casado, miras a una mujer la primera vez, estás usando el sentido de la vista. Si la miras una segunda vez, estás permitiendo ser tentado. Si la miras una tercera vez, has abierto tu corazón al pecado. Más allá de esta tercera vez, es definitivamente pecado".
Con esta rigidez de criterio, me confieso desde ya, pecadora. Soy de las que piensan que la belleza existe para que uno la aprecie, una y cien veces, si es necesario. Pero imagino que a esto no se refiere la infidelidad, de lo contrario, ya no habría camas en el infierno.
Wikipedia define la fidelidad como la capacidad espiritual –el poder o la virtud– de dar cumplimiento a promesas. Entiéndase que prometer es una acción libre y soberana y exige decidir hoy lo que se va a hacer mañana, sin importar cómo sea ese futuro. Por tanto, el que promete corre el riesgo de comprometerse a actuar de un modo, sin importar que la situación cambie. Basándose en las condiciones presentes, presupone que estas se mantienen iguales y define cómo actuará en el futuro; o acepta incondicionalmente, que aunque las condiciones cambien, él mantendrá su promesa.
Por partes, como dijo Jack el Destripador.
Primero, todos somos libres de prometer fidelidad. Nadie está obligado a hacer promesas, pero sí a cumplirlas. En ningún caso se justifica que si uno es infiel, el otro también pueda serlo. ¿Cuántas veces hemos escuchado la frase: como aquel me pone los cuernos, yo tengo la bendición para hacer lo propio?
Segundo, esta decisión debe ser soberana. La promesa de fidelidad debe ser un acuerdo entre dos seres libres y con iguales derechos, no algo impuesto por la sociedad o la religión; es en este sentido que debe ser soberana. Ni la iglesia, ni la sociedad deben imponer la promesa de fidelidad como condición para el reconocimiento de una unión.
Dicen que para casarse uno debe estar en un estado de parcial inconsciencia. De allí que la mayoría hagamos pareja cuando aún somos jóvenes. Lo tercero, y último, tiene que ver con ese grado de consciencia o inconsciencia para prometer algo sin importar lo que cambie. ¿Están los recién casados atentos a que no importa cuánto cambien con el tiempo las ideas, las convicciones y los sentimientos, igual tendrán que mantener su promesa?
Cuando yo me iba a casar, hace casi 21 años, mi marido le dijo al cura que él se mantendría casado conmigo, no “hasta que la muerte los separe”, como reza la Iglesia católica; sino en tanto yo siguiera siendo en lo fundamental el ser humano que era. Es decir, si cambiaba radicalmente, él estaba en el derecho de no mantener su promesa. Les confieso que en ese momento, yo casi me bajo del altar, pues atisbaba –aún en mi natural baboseo–, una puerta de escape. Hoy, después de media vida juntos y tomando la distancia necesaria, pienso que fue lo más honesto y justo de su parte.
Cuentas claras, amigos para siempre, dice la gente. De pronto, la clave está en ser libres, soberanos y honestos desde el principio.
Más de este autor