Después de la pandemia, el regreso a las actividades normales ha supuesto también el regreso a los enormes congestionamientos de la ciudad capital y los municipios conexos. Con el agravante que, con excepción del transmetro, otras opciones de transporte colectivo han desaparecido, lo que aumenta la carga vehicular y el recurso a opciones más caras como los taxis colectivos o el servicio de Uber.
Las consecuencias para la población son: mayor tiempo en el tráfico y menor tiempo para otras actividades más productivas (descanso, convivencia familiar o realización de tareas domésticas, incluyendo la preparación de comidas más baratas y saludables) y la mayor inversión en el transporte (gasolina o pago de servicios de transporte particulares), lo que perjudica especialmente a los sectores populares y medios bajos.
A ello hay que añadir una temporada de lluvias inusualmente intensa pero, sobre todo, al abandono/ deterioro/ ineficacia del gobierno nacional y los gobiernos municipales para mantener en buen estado la red vial, regular la conducta de los ciudadanos (las reglas de tránsito son prácticamente inexistentes para muchos motociclistas), realizar planes urbanísticos acordes a la situación y ofrecer una alternativa de transporte colectivo que se extienda por el perímetro metropolitano.
En conjunto esto provoca el calvario de cada día para millones de personas, incluyendo niños y niñas que ya regresaron a la rutina de levantarse de madrugada, comer el desayuno en un vehículo y tener una extensa jornada fuera de casa. Las personas se ven expuestas a condiciones de estrés, sedentarismo, improductividad, descontento e irritación cotidiana. Hay muchas personas que ya no quieren salir de casa. No por «fobia social» o alguna secuela de la pandemia (con algunas excepciones), sino por las condiciones provocadas por esta situación insufrible.
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Las empresas podrían aliviar algo esta situación si optaran por modalidades de trabajo virtuales o híbridas para muchas de las actividades del sector terciario que se pueden realizar desde casa, como ya lo demostró la pandemia, pero la mentalidad de tener a la gente en supervisión constante y ejercer el poder (la actualidad de la mentalidad finquera), impiden que sea una práctica más extendida. ¿Para qué tener a la gente en el trabajo con el capataz a la espalda si podría trabajar mejor y más contenta desde su casa?
El deterioro político que se ha agravado desde que salió la CICIG y la corrupción subsiguiente, la inexistencia de un proyecto alternativo, los estrechos intereses de las élites, la pasividad e indiferencia de la ciudadanía han contribuido a esta situación. Hay ejemplos en otras ciudades del mundo en que el tráfico se puede reducir y mejorar la calidad de la vida de los ciudadanos, pero esto requiere de voluntad de los sectores políticos y empresariales por dar respuestas y cuidar a la población.
El estrés y el agobio por el tráfico y las condiciones de traslado en el país tienen causas sociales y no personales. Su solución también es social.
[1] Agradezco a Karla Carrera por recordarme la importancia de la salud mental en este tema, lo que tiende a olvidarse en la discusión.
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