A muy pocas personas les seduce el cambio; tienden a pensar que aquello inamovible produce certeza y seguridad. Romper con las tradiciones, romper con los esquemas mentales, romper con el formato puede resultar apabullante, al no encontrar los puntos de referencia familiares y tener que pensar, analizar y responder con nuevas coordenadas.
Es más fácil y cómodo conservar, sobre todo si el modelo ha sido reproducido con cierto éxito y obtenido réditos constantes por un buen tiempo sostenido. La tradición también presupone conformismo y el sentimiento fatalista o determinista de que sin la voluntad superior de alguien inexistente, o la venia de una consagrada autoridad, nada ocurre.
Observen alrededor suyo, y pregúntense cuantas de las personas –tomadores de decisión, colegas, familiares, vecinos, o amistades– se atreven a abrir el cascarón y apuestan por explorar opciones distintas, lo cual presupone imaginar, pero más que eso, trabajar, investigar mucho y estar dispuestos a ceder. No tengo muchos datos para confirmarlo empíricamente en Guatemala, salvo que ideológicamente nos vamos moviendo hacia “el centro”, según el Latin American Public Opinion Project (LAPOP 2013). Sin embargo, a nivel de libertades civiles –fundacionales para la tolerancia e innovación– estamos estancados desde 1997.[1]
Traigo esto a colación pues esta semana me han tocado tres mudanzas al mismo tiempo. Ignoro cuáles son las probabilidades de que alguien tenga que efectuar tres mudanzas en una misma semana; a menos de que sea nómada y vaya por allí levantando y armando carpa, o que las circunstancias lo hayan marginado a alojarse y ser desalojado por falta de techo permanente. La cuestión es que estos cambios unos predecibles y otros no (casa, oficinas, recepción y alojamiento de estudiantes internacionales) representan transiciones disruptivas y dramáticas: todas sellan un pasado al que no se puede volver y todas requieren una renovada perspectiva. Resiliencia dicen ahora.
Porque es increíble todo lo que uno llega a acumular con el tiempo, por menos consumista que se quiera ser. Están, por ejemplo, los sacos o pantalones viejos pero en buen estado de los cuales he sacado guantes, botones, anuncios de prensa, kleenex medio usados y algunos dineritos olvidados que siempre cae bien rescatar, antes de que vayan a la caridad. O las mudadas que uno cree se va a poner de nuevo y que guardan cierto valor sentimental; como esos chalequitos “típicos” de Pana o algunos sudaderos de la juventud que recuerdan viejas victorias deportivas y viajes de mochilera. Están por supuesto las decenas de documentos y libros y folletos y estudios y vídeos y DVDs y CDs y casetes que ando cargando por años, y eso que en cada estación he ido abandonando otros tantos.
Están los regalitos y decoraciones que resumen etapas de amistades y relaciones que uno creía duraderas, pero son pasajeras, ahora enterradas, que ni con respiración artificial resucitan. Pero hay cartas y tarjetas escritas a mano antes –y después– del correo electrónico, y muchas fotografías antes de las fotos digitales, Instagram e Internet. ¿Cómo deshacerme de esos caracteres moldeados con el puño de algún estudiante que me agradecía al final del año, o la foto de grupo, ahora amarillenta, tomada con una Kodak instantánea? Ésas son las más difíciles de sortear antes de reciclar. ¿Se podrán reciclar los recuerdos?
Y pensar que los chiquillos que hoy migran lo hacen sin absolutamente nada; con suerte, sólo con el número telefónico de algún familiar que tal vez nunca encontrarán. O aquellos con mejor suerte, apenas lo harán en el futuro con recuerdos condensados en pequeñas capsulas de memoria –cuando mucho– o almacenados en una nube virtual que recrearán con un par de anteojos sensoriales.
Todas las transiciones me vienen enseñando algo: a ir caminando con la mente abierta y ser selectiva con la carga. Ligera para ir largando poco a poco amarras. Porque viéndolo bien, cuando se trate ya del último viaje, el definitivo, ¿qué es lo que me llevaré? Pero más importante aún: ¿qué es lo que quedará de mí?
[1] Azpuru, D., Pira, J.P., Seligson, M. (2012).Cultura política de la democracia en Guatemala y en las Américas, 2012. X Cultura Democrática de los guatemaltecos. Tennessee: Vanderbilt University. pp. 187 y 214
Más de este autor