Llegar al poder y construir su aplanadora amarilla les permitió rifar entre amigos los bienes públicos, de la telefónica al Campo de Marte, de la electricidad a bancos de desarrollo, pero dejaron entronizada la práctica de que la política es también negocio particular y, cual saltimbancos, ir de un grupo a otro sin exigir más lealtad que la de los beneficios privados a corto plazo.
El modelo modernizador de los Flores Asturias, Vila y Aitkenhead voló en mil pedazos porque en su desesperación, la derecha que quería modernizar el país también rifó los puestos y cargos políticos. Desde ese momento ya nada podía ser hacia adelante si no se hacen ajustes profundos en el sistema político y de partidos, porque en el canasto del “Pan” cupo tanto los de “francés” como los de “dulce”. Unos y otros, perdidas las elecciones con Berger, corrieron a donde mejor les pagaran, porque así lo aprendieron en “su partido”, y los restos de lo que quedaba formaron después una “Gana” con muchas ganas de hacerse ricos pero sin ganas de construir un país moderno.
Hoy viejos ex-panistas comercian en las distintas franquicias electorales, depauperando cada vez más el sistema de partidos guatemalteco. Y los que no fueron del PAN también entraron en el juego y hoy deambulan de franquicia en franquicia, unos comprando curules y otros vendiendo sus votos para leyes antinacionales. Si los panistas del 2000 corrieron en desbandada a partiditos y partidotes, los del FRG a partir del 2004 hicieron lo mismo. UNE primero, como luego Patriota y Lider después se han nutrido de ese transfuguismo enfermizo, vaciando de contenido a la política y a sus organizaciones. Pero si la UNE pagó con creces el error de admitir a cualquiera en su listado de candidatos a diputados y alcaldes en 2011 y hacer una alianza espuria con la Gana, la misma suerte está ya anunciada para Patriota y Lider si no logran ganar la presidencia en el 2015, pues la política ahora es negocio privado y lo que importa son las ganancias personales.
En realidad, el mercado de las curules y las alcaldías tiene justificación clara si lo que se defiende es el libre mercado a ultranza. Los hombres y mujeres pueden ir por el mundo vendiendo sus votos y haciendo negocios personales con los recursos públicos si profesan la supuesta libertad de mercado, pues desde ese credo TODO es mercancía y todo se vale. No por nada muchos de los hoy políticos profesionalmente tránsfugas son egresados de la universidad que lo predica. Pero con prácticas políticas como ésas, no se construye democracia, y sin ella, hay que tenerlo más que claro, a estas alturas de la historia de la humanidad no se construye capitalismo.
Las sociedades capitalistas han logrado avanzar, modernizarse y producir más riqueza porque construyeron sistemas de partidos efectivamente ideológicos y con propuestas políticas claras que le han dado orden y sustento a sus economías. De la democracia excluyente de Estados Unidos a los sistemas parlamentarios más incluyentes de los países nórdicos, pasando por las resquebrajadas de Italia, España y Francia, sus capitalismos se amparan en sistemas políticos donde sus partidos, a pesar de las crisis, mantienen su identidad ideológica. Ni el 5 Estrellas en Italia, como tampoco Podemos en España son opciones de tránsfugas, como tampoco es posible ver a un demócrata americano pasarse a los republicanos para vender su voto.
Las democracias modernas tienen sus lacras, pero los sistemas no democráticos como el guatemalteco ni siquiera pueden pensar en construir un capitalismo medianamente moderno. De allí que mal favor se hacen a sí mismos los distintos grupos empresariales comprando votos de diputados para aprobar leyes que les favorezcan, u ofreciendo jugosas comisiones para que ministros y alcaldes les den los mejores negocios. Alcaldes y diputados, como los extorsionadores de autobuseros, pronto aprenden las formas de los negocios y, con dinero en la bolsa, hacen sus propias fechorías.
La política la han corrompido los empresarios que en su desesperación por el dinero han olvidado que ya no están en los albores del siglo XX sino del XXI, y el país no saldrá del atolladero mientras los grandes negociantes, temerosos de comportarse como verdaderos capitalistas –corriendo riesgos pero con reglas claras para todos– prefieran seguir viviendo de negocios espurios con los cuervos que ellos mismos han criado.
Pero regenerar la política no es una cuestión de empresarios y capitalistas, aunque sean ellos los que al final de cuentas saldrán ganando. Es cuestión de ciudadanos, tengan o no negocios, sean o no emprendedores particulares y no hay porqué esperar a que aparezcan caudillos redentores. Está allí nuestro gran reto.
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